War and Peace (BBC)

Publicado el 22 febrero 2016 por Lya
Acabo de leer en JotDown un articulo sobre razones para vivir. Mejor dicho, es un listado, un listado de las razones que hacen que sigamos viviendo porque nos alimentan el alma y el cerebro. Aparecen desde Harrison Ford en su totalidad como persona y actor, al duelo de Snape y McGonagal y otras muchas circunstancias, reales, ficticias, artísticas, únicas. Humanas.
Anoche terminé la adaptación que ha hecho la BBC de Guerra y Paz. Y leer ese listado de pequeños placeres ha sido el colofón perfecto a una semana vivida entre Moscú y San Petersburgo, entre princesas tristes y soldados ateridos de frío en su camino de vuelta a casa. Entre la vida y la muerte, entre la alegría y la desgracia, entre la guerra y la paz. 
Leí este libro hace pocos años. Me acompañó, de hecho, durante varios meses porque no es una obra sencilla. Mientras lo leía, poco a poco, intercalé otras novelas. Al final, cuando lo terminé, supe que había leído una obra de arte. Una historia imprescindible sobre el ser humano. Y es que es un comentario ya manido acerca de Tolstoi, pero su reflejo de la psicología del hombre es perfecto. Eso es Guerra y Paz, un repaso sobre lo... mierdas que podemos llegar a ser, pero también sobre lo fantástico que hay en nosotros. Un camino de iniciación y de perfeccionamiento. La búsqueda constante de esas razones que hacen que vivir tenga sentido. 
Y esto es lo que la BBC ha conseguido y el motivo por el que esta adaptación es un notable muy alto. Convertir un libro como Guerra y Paz, esa historia inmensa, en seis capítulos de televisión que no provoquen bostezos, ya es de por si un triunfo. Conseguir plantear la ecuación mental exacta de cada personaje, en los mismos términos que lo hizo Tolstoi, y dotar a la serie así de un contenido extra, más allá del folletín loco que es la historia base, es de ser unos maestros. 
Porque sí, Guerra y Paz es un folletín, y así se publicó, por fascículos, como también pasó con las obras de Stendhal o Dumas. Historias destinadas a distraer que han trascendido a su destino y llegado a nosotros en forma de novelas reverenciadas y, en este caso, de una serie que sin ser perfecta, si es una magnífica adaptación. Un derroche, en todos los sentidos. Económico, porque el presupuesto que han manejado salta a la vista. Qué trajes, qué diseños, qué lugares, qué decoración, qué escenarios... Imagino el gozo perpetuo de esos productores, pudiendo encargar esos vestidos absolutamente espléndidos, por ejemplo... 
Pero derroche también actoral, porque todos los personajes están magníficamente representados. Incluso Andrei Bolkonsky, al que James Norton saca adelante con corazón y cabeza. Reconozco que hace un buen trabajo aunque Norton nunca hubiera sido mi elección para (mi) Andrei. Por fisonomía, más que nada. Andrei Bolkonsky en mi cabeza es más eslavo, tiene unos rasgos más definidos que los del rubicundo Norton, que es un buen ejemplo de hermoso anglosajón. Y además Andrei es mayor que Natasha, una diferencia de edad que se tiene que notar, cosa que no pasa en la serie, aunque pretendan que sí. 
En cuanto a Natasha Rostova, Lily James lo hace muy bien, más en los momentos dramáticos que en los alegres. Un ligero fallo es que no se le nota el paso del tiempo, y, por tanto, es difícil observar el camino recorrido y las lecciones aprendidas. Siempre sale guapísima, pero con esa cara, supongo que es imposible evitar lo contrario. 
Paul Dano es Pierre Bezukhov. En este caso no hay más que hablar. Como en el de Jessie Buckley como María, Masha, Bolkonskaya. Es mi Masha. 
Aparte de estos cuatro jovenzuelos que son nuestros protas, War and Peace by BBC presume de secundarios. Brian Cox como Kutuzov, la pesadilla de Napoleón, Stephen Rea como el príncipe Kuragin, desesperado por casar a los prendas de sus vástagos y Gilliam Anderson como la condesa Anna Pavlovna, cuyo papel es pasearse por los salones de San Petersburgo llevando maravillosos trajes. Eso y pronunciar una de las primeras frases más conocidas de la literatura universal, claro. 

Gillian Pavlovna y Stephen Rea Kuragin a lo suyo. Intrigando. 


Todo encaja en esta serie. Un puzle perfecto al que se le perdona todo, hasta el ritmo algo acelerado que alcanza la historia en el último capítulo, cuando todas las piezas bailan su propio baile buscando su lugar definitivo en el mundo. Ahí aparece más que nunca el temor al folletín, del que os hablaba antes, que no tiene que ser tal, pues de esas historias también han vivido generaciones de lectores.
Además, ese ritmo algo deslavazado del final queda compensado con escenas como la navideña. Una cabaña en mitad del bosque, la nieve, el fuego, la herencia y la música. Un poco más tarde, un trineo. Y la juventud que no quiere marchitarse, en perfecta metáfora de la inocencia que la Rusia de príncipes y siervos comenzaba ya a perder, con la llegada de un extranjero que quería llevar a otros países su ideal político, sin darse cuenta de que esos otros países preferían la muerte y la desgracia a la sumisión. Y ahí España y Rusia se hermanaron en la locura de no mirar atrás. 
Y, ahora, unas cuantas recomendaciones y/o cosas curiosas que quiero contaros: 
- Leed La Cartuja de Parma, de Stendhal. Tolstoi reconoció que fue una de sus inspiraciones para las tribulaciones de sus protagonistas en la guerra contra Napoléon fue Fabrizio del Dongo, el joven italiano que es un mar de dudas en la batalla de Waterloo. Además la historia de Fabrizio y Clelia es una de las más bonitas nunca escritas. 
- En la invasión francesa de Rusia también hubo españoles. Al menos así lo cuenta Pérez-Reverte en La sombra del Águila, una novelita que os recomiendo con la fuerza de los mares. Se lee en apenas un par de horas y es muy, muy divertida, sin dejar de lado la amargura propia de este país y sus circunstancias. 
- Hace poco os hablé de los Momentos Estelares de la Humanidad de Stephan Zweig. Uno de los relatos que contiene narra la muerte de Leon Tolstoi. Muy interesante para hacerse una idea de cómo era el escritor. Todo un carácter. 
- El zar que sale en Guerra y Paz, Alejandro I, murió muy joven, dicen que de tifus, que era la enfermedad real y romántica por antonomasia. Eso dicen, porque la leyenda afirma que en realidad se hizo ermitaño y se retiró al monte. O la tundra siberiana. Whatever, cuando se abrió la que, se supone, era su tumba, se encontraron el vacío más absoluto, así que esa versión ganó enteros. Aww, los Romanov...