Warnes

Publicado el 16 noviembre 2021 por Rubencastillo

Lo escribió el brasileño Carlos Drummond de Andrade y lo recuerda la argentina Gabriela Luzzi al comienzo de su libro Warnes, editado por el sello Liliputienses: “Estoy atado a la vida y miro a mis compañeros”. Es decir, que quienes nos rodean constituyen, orteguianamente, nuestra circunstancia, y se convierten si uno sabe mirarlos con la debida intensidad en el pericardio de nuestro corazón lírico y vital.

En las breves páginas que conforman este delicado opúsculo, la escritora de Rawson nos muestra dos focos anímicos complementarios: el primero nos sitúa en su colegio y nos habla de David (cuyo padre había matado al perro porque no le dejaba dormir la siesta), de Sabelli (que era evangelista y no deseaba izar la bandera cuando se lo pedían), de Gómez (atenazado por una timidez que lo arrojaba por el talud del rubor con facilidad), de Mónica (que se peleaba con otras chicas y les mordía los pezones), de Alelí (al que apodaban Tomate y que tenía el dedo gordo deforme) o de Dagoberto Merino (que descubrió muy pronto su amor por el teatro). El segundo foco nos ilumina a sus compañeros de trabajo en la edad adulta: Noelia (aficionada a la música de bachata), Ariel (enamorado compulsivo y aficionado a llevar pulseritas) y Cristina (que fue amable con la autora desde que comenzaron a trabajar juntas).

Estas figuras danzan en el corazón y en la memoria de quien, años después, les dedica versos llenos de ternura, melancolía, languidez o añoranza. Quizá porque la poesía intenta ser, en ocasiones, un álbum de firmas y retratos que deseamos salvaguardar, para que el tiempo no nos mordisquee u horade.