La Mi paradoja con The War On Drugs es esta: no se me ocurre qué podría hacer el sexteto de Philadelphia (probablemente, la banda en activo que más me entusiasmo me suscita) para gustarme más, pero tampoco sé cuántos discos más podrán publicar Granduciel y los suyos sin que la perfecta fórmula de rock-para-padres presente signos de agotamiento, y ese entusiasmo ceda ante la inevitable sensación de déjà-vu. Desde unos inicios más decantados hacia Dylan, el grupo supo abrirse una vía a través de la bruma fascinante de “Slave Ambient” hasta desembocar en un sonido impecable, tan sugerente como apto para todos los públicos en el que casaban la americana, el pop-rock de radiofórmula ochentera (de Springsteen a Dire Straits) y una cierta épica desgastada de carretera que parece haber llegado definitivamente a su sublimación. Nada que objetar, en realidad: ojalá todo el mainstream hoy en día fuera así, en vez de la historia esta del reguetón y el trap que suena en todas partes y que me resulta tan francamente insoportable. Oh sí, me he vuelto un señor mayor: sospecho que por eso me gustan tanto The War On Drugs.
Sospecho también, con unas cuantas escuchas acumuladas ya, que no va a convertirse este recientísimo “I Don’t Live Here Anymore” en mi disco favorito de la banda, en parte precisamente porque pese a lo infalibles que son haciendo lo suyo, las ideas impecablemente desarrolladas son ya viejas conocidas. Un ramalazo más sintético de lo habitual en “Victim” saliéndose del guión, pero el resto es, ni más ni menos, que otra ración de eso con lo que me conformo cada dos años: nuevas canciones (otras más) de The War On Drugs. Emocionantes, crepusculares, hermosas, clásicas a su manera. Canciones de esas que te hacen sentir, desde la primera escucha, que siempre estuvieron ahí, y que nunca te abandonarán. Canciones como “Wasted“.