¿Watersmanía argentina?

Publicado el 11 septiembre 2011 por Bitacorock

Como siempre, el abordaje de noticias candentes no es la norma de Bitácora Progresiva, pero de vez en cuando aparece un motivo que nos mueve a hacer una excepción a dicha norma. La inusitada repercusión de los shows de Roger Waters en Buenos Aires, previstos para marzo del año próximo, bien configura uno de esos motivos.

Cierto es que, hasta el momento, este inglés que ayer nomás festejó sus 68 años de vida y está a punto de cumplir el medio siglo de carrera profesional deberá hacer gala de su envidiable estado físico y reserva de adrenalina para remontar la friolera de -hasta ahora- ocho conciertos a celebrarse en el estadio porteño de River en el término de 11 días. Ninguna plaza del mundo donde "The Wall Live" ya fue presentada (de septiembre a diciembre del 2010 en Estados Unidos-Canadá y de marzo a junio de 2011 en Europa) o se está vendiendo (para shows a partir de enero del 2012 en el hemisferio sur) ha sido testigo de la semejante demanda de entradas que el amigo Waters encontró por aquí en las pampas.

"Me pregunto si se agregarán un 9º, 10º, 11º o más conciertos en Argentina? Esto no ha sucedido en esta escala en ningún otro lugar de la gira desde 2010, no hasta este punto. Al parecer, la Argentina es el hogar de Roger Waters!", desliza en su artículo el autor del blog oficial Roger Waters The Wall Live Tour 2010-2012.

Claro que periodistas han opinado sobre el asunto y empresarios han esbozado las razones del record, con todos los cuales se podrá estar o no de acuerdo. No obstante, los melómanos consumidores del rock progresivo en general y aquellos que venimos escuchando a Pink Floyd desde mediados de los ’70 en particular buscamos motivos más profundos que los que dominan las reglas de la moda y el marketing.

Desde el enfoque estrictamente músico-cultural (no abordaré otros) ¿existe alguna explicación razonable para la Watersmanía argentina? ¿Alguna clave de por qué la capacidad de convocatoria de Roger Waters hoy supera ampliamente la de dioses super-veteranos como los Rolling Stones, Paul McCartney, Eric Clapton, Ringo Starr o hasta la banda mítica local Soda Stereo?

En esos términos, no hay explicación sencilla. Probablemente ni siquiera haya explicación.

Sin embargo, el sentido común nos dice que tal vez no deberíamos enfocarmos solamente en Waters para buscar una razón, sino también en su obra cuasi-exclusiva, "The Wall", álbum que apareció en la Argentina en febrero de 1980 -doy fe de la fecha- y que por esas ironías de la vida nunca fue parte de mi voluminosa discoteca progresiva.

Aún después de 30 años sigue sorprendiéndome un fenómeno único que descubrí en ese momento. En épocas en que las visitas a las disquerías eran asiduas y el rock progresivo parecía ser materia de entendidos cuya filiación etaria mínima arrancaba desde los últimos años del secundario, ver chicos de 10-12 años saliendo de las disquerías con su copia vinílica del blanco "The Wall" bajo el brazo fue una experiencia nueva. ¿Qué motivaba a esos jovencitos de los albores de los ’80 desviar su atención hacia la obra de un grupo que aún por entonces persistía en el país semi-cubierto por su vieja aureola psicodélica barrettiana? Una obra cuya temática de fondo y textos en inglés muy probablemente no comprendían. Una obra que cuando a posteriori fue llevada al cine, la censura local la prohibió para menores de 18 años.

Ah... pero sin embargo "The Wall" era una obra con la que esos chicos podían identificarse musicalmente, porque portaba un cúmulo de elementos sonoros reconocibles y muy propios de la época nuevaolera, al punto que en un tris conquistó lo que Pink Floyd nunca había ganado antes: la radio. No era una obra psicodélica barrettiana, como las del Pink Floyd de los comienzos, cuando era el medio hermano del glorioso Soft Machine. No era una de tragos difíciles y experimentales como "Ummagumma", "Obscured By Clouds" o acaso "Dark Side of the Moon". No tenía la atmósfera de "Wish You Were Here" o "Animals".

Era una obra más potable, más accesible, bien a la moda, 100% radiable. Hacía buen click, prendía. Y se encontraba justo en las puertas de lo que se traería el rock de los ’80 como propuesta musical y cultural. O sea que, básicamente, "The Wall" marcó una época, una etapa. Y tal vez sin quererlo creció como símbolo desde entonces, junto al nombre asociado -Pink Floyd- seguramente mucho más para las audiencias locales que debieron tratar de imaginar cómo eran esos viejos escasos conciertos de "The Wall" que por entonces sólo tenían cabida en el hemisferio norte.

Al final de la década, y ya con Pink Floyd instalado como mito pero desmembrado a dos aguas entre Waters y Gilmour, "The Wall" volvería a cobrar otro insólito protagonismo tras la caída del Muro de Berlín -con todas las implicancias socio-políticas derivadas- en 1989. Un vez más, esa pared que en el escenario floydiano estallaba en mil pedazos se convirtió en el símbolo de una nueva época histórica, a la que ahora sumaba su participación una nueva camada de entusiastas -los que hoy rondan los 25-35 años- probablemente el componente mayoritario del caudal de entradas que llevan vendidos los shows en River.

Ahora bien. ¿Pero es la música de "The Wall" la que marcó épocas en la audiencia local? ¿O es el mensaje? ¿O ambos? Para nos, los floydianos de vieja data, la obra de Waters musicalmente no aporta nada extraordinario que no haya asomado antes por el pentagrama de una banda que, a nuestro juicio, alcanzó su pináculo creativo en 1973 con el inolvidable "Dark Side of the Moon". Sin embargo, como letrista, recolector de vivencias, comunicador de mensajes y director de masas, Waters es un hombre sumamente hábil, intuitivo, sagaz... y mantiene su talento intacto. Es, a la sazón, una suerte de líder con impacto en el entramado social, como Bono o Sting, personalidades de los ’80 que también pican fuerte en las audiencias argentinas, potencialmente ávidas por encontrar líderes.

"Cuando escribí "The Wall" era un joven temeroso Bueno, no tan joven, tenía 36 años. Me llevó mucho tiempo superar mis temores", declara Waters en su sitio web al explicar el por qué de su show hoy. "De todos modos, en los años que pasaron se me ocurrió que tal vez la historia de mis temores y pérdidas -recordemos que Waters nunca conoció a su padre, muerto en la guerra- con su concomitante cuota inevitable de ridículo, vergüenza y castigo, ofrece una alegoría de inquietudes aún mayores: nacionalismo, racismo, sexismo, religión, lo que fuere! Todos estos temas e ’ismos’ están impulsados ​​por los mismos temores que dominaron mi vida de joven.

Esta nueva producción de "The Wall" es un intento de establecer algunas comparaciones y echar luz sobre nuestras tribulaciones actuales y está dedicada a todos los inocentes que cayeron en el interín."

Muy interesante premisa. Una vez más preguntamos: ¿es este complejo vehículo al que se subieron los 300.000+ compradores de entradas para los shows de River? ¿O es por el aclamado espectáculo musical-teatral que esperan ver? ¿Por su fanatismo por Pink Floyd y/o "The Wall"? ¿Por el afán de (re)vivir épocas idas? ¿Por la leyenda? Cada cual podrá decidirlo.

Como parte de esos 300.000+ compradores de entradas, yo sólo puedo esgrimir mi razón, que siempre ha sido la misma y ya apuntada en otra ocasión. Y es tan sencilla como la emoción de estar por fin presente en un acontecimiento que siempre viví desde el disco.

No hay Watersmanía para mí: simplemente Waters es uno de mi larga lista... progmaníaca.