Siempre me he sentido desprendido y con poco apego por cosas materiales. Siempre hasta ayer.
Me he dado cuenta de que posiblemente tenga más, muchos más, apegos de los que me gustaría reconocer. No pienso pararme a contarlos, ni siquiera a pensarlos, porque posiblemente el resultado sería distinto a lo que mi razón dice.
Reconozco que se me ha hecho difícil desprenderme de "cochito". Sólo lo hemos tenido en la familia unos cuatro años, pero nos ha dado momentos, viajes, sueños, como él, grandes.
En los últimos tiempos ha empezado a tener sus teclas, normal en un coche de 18 años, y con una avería latente que podría producirse en cualquier momento que superaría los 2500€, hemos pensado que era el momento de jubilarlo e incorporar uno nuevo, más moderno, más seguro, más ecológico.
Pero os aseguro que para mí ha sido difícil, me lo hubiera quedado, aunque fuera para tenerlo aparcado en la parcela y usarlo por los niños para jugar, como casa del árbol, como escondite. Pero la razón me decía que al final no dejaría de ser un montón de chatarra del que tendría que deshacerme igualmente.
Así que, decidido a darlo de baja, me puse a buscar un desguace. Al final, he optado por uno que parece más un lugar de descanso con vistas a la montaña. La otra opción parecía un matadero de Mad Max lleno de buitres dispuestos a saltar sobre él en cuanto sus ruedas tocaran aquel oscuro y siniestro local.
El final será el mismo, pero al menos me quedo con una mejor sensación.