Weird Tales nº09

Publicado el 22 diciembre 2017 por Actiontales


Título:  La noche triste de Clara Miles
Autor: Ferran latorre
Portada: Alfonso Pinedo
Publicado en:  Diciembre 2017
Presentando una historia de mystery men, noir y pulp, con una nueva heroina que entra en acción: Ha llegado la hora de que Red Milady se disponga a repartir justicia.


"Las historias más emocionantes, inquietantes y llenas de pulp y aventura"
Action Tales presentan

 
Aún quedaban unos minutos para que llegase el Sr. Miles a nuestra oficina. Venía de parte de Charles, un buen amigo nuestro. Hacía varios meses atrás, le ayudamos en la extorsión que recibió de un jefe de policía corrupto de Seattle. Según lo que me contó por teléfono de forma muy breve, la hija de Miles había sido secuestrada de camino a su casa al salir de la escuela. El Sr. Miles, quiere que demos con su paradero. Desapareció al este del Lower End. Allí ya se perdió su pista por completo.
La puerta de nuestras oficinas estaba cerrada. Dejé la puerta de mi oficina entreabierta. Dominic ya se estaba preparando para la visita. Me preparé un Dry Martini y me lo bebí de un solo trago.
Golpearon con delicadeza, primero el cristal y segundos más tarde el canto de madera de la puerta. Debería ser el Sr. Miles. Le pedí a Dominic que fuese tomando asiento y se fuera metiendo en su papel. Aunque en la puerta se puede leer: J.Ravage Investigador Privado, esa J, es de Jennifer. Soy la primera investigadora privada licenciada de Nueva York, pero prefiero que piensen que tratan con un hombre. La sociedad norteamericana, aún no está preparada para estos cambios. Además, me había sacado la licencia, para poder trabajar en varios estados a lo largo y ancho de los Estados Unidos. 
El pobre de Dominic, tiene que hacer el típico rol de investigador duro y bebedor compulsivo. Se atuso el cabello y se anudó su corbata. Le gusta ir con su camisa blanca con cuatro botones desabrochados, mangas subidas y tirantes bien prietos.
Me dirigí hacia la puerta de la entrada y la abrí. Mi aspecto de secretaria remilgada con gafas de pasta, cumplió su cometido.
-¿El Sr. Miles?- le pregunté con voz baja y con un tono dulce e inocente.
Jack Miles, parecía un hombre taciturno y triste. El aspecto desaliñado, a pesar de llevar ropa cara, le parecía aparentar mucho mayor de lo que en realidad era. Sus ojos azules eran apagados, sin vida.
- Sí, soy yo. Está el Sr.Ravage?- preguntó educadamente con un hilo de voz.
- Si, si que está. Le estábamos esperando, Sr. Miles.- me limité a sonreír y aparentar un leve rubor.
Miles se sentó en una de las sillas de la sala de espera. Al cabo de dos minutos le invité a entrar junto a Dominic. Se sentó delante de él y empezó a tamborilear sus dedos por los cantones de su sombrero. Dom, empezó a actuar. En mi caso, cogí una carpeta y un bloc de notas y me senté en mi escritorio.
- Sr. Miles, encantado de conocerle. Charles me comentó que su hija ha desaparecido, ¿verdad?- preguntó mientras sacaba su pitillera y le ofreció uno a Miles. Este acepto. Dom le dio su Zippo de plata con el sello de la marina y prendió fuego a su pitillo. Se lo devolvió a Dom y él hizo lo mismo.- Dígame, Sr. Miles.
Miles tenía la boca seca. Sus labios estaban cortados y secos. Se le podía ver gran cantidad de saliva blanca seca en las comisuras de sus labios. Me levanté y fui a la sala de espera. Cogí un vaso de plástico y lo llené de agua fresca del dispensador. Entré de nuevo y se lo ofrecí.
 Sus manos estaban temblorosas. Se introdujo su mano en el bolsillo interior izquierdo de su chaqueta y sacó una fotografía. Se la entregó a Dom. Él la repasó de arriba a abajo con interés.
- ¿Así que esta es su hija, Sr. Miles?
- Así es.
- Es muy joven y guapa.
- Por eso se la han llevado. Se parece muchísimo a su madre. Son como dos gotas de agua.
-¿Sospecha de alguien?- preguntó Dom al dejar la fotografía encima de la mesa.
Miles tragó saliva e hizo un pequeño sorbo al vaso de agua.
- Sr. Miles, no se preocupe. Haré todo lo que esté en mi mano para recuperar a su hija.- dijo Dom, mientras Miles volvía a beber del vaso.
- Sabe usted quien es Robert Plancetti?
- Si. Sé quién es. Es un pequeño capo de la mafia del sur de California. Se dedica al contrabando de drogas, prostitución y apuestas ilegales.- siguió- Pero, ¿Que tiene que ver usted con él?- preguntó a Miles que no paraba de mover su cabeza pasándose la lengua por sus labios frenéticamente.
- Mire Sr.Ravage. Hace unos seis meses fui a un prestamista, el loco Bob del boulevard y le pedí unos tres mil dólares. Era una apuesta segura. Tenía un buen chivatazo, pero lo perdí todo.- prosiguió- El loco Bob trabaja para Plancetti y como no pude pagar los dos primeros plazos, me amenazaron. Pasados dos meses, me partieron la nariz. Y hace una semana, me dijeron que o pagaba o mi hija pagaría las consecuencias. Mi negocio de compra y venta de coches usados no va bien, desde que mi mujer murió hace dos años de cáncer. A esa sucia rata de alcantarilla siempre me pedía que mi hija le hiciese favores sexuales. Es un maldito degenerado.- dijo mascullando entre dientes.
- Tranquilo, Sr. Miles. Beba un poco, por favor.- dijo con voz ahogada Dom.
- ¿Nos podemos quedar la fotografía de su hija?- dije
- Claro, por supuesto. Se llama Clara, por si preguntan por ella.
Miles le preocupaba no podernos pagar la minuta si lo conseguíamos, pero le dijimos que antes de todo debíamos encontrar a su hija y que ya hablaríamos más adelante sobre ello.
 El caso se presentaba muy sencillo. El loco Bob era un auténtico paria y Plancetti era un gánster de baja estofa con ínfulas de gran capo. Deberíamos esperar a actuar por la noche. Primero iríamos a hacerle una visita cordial al loco Bob. Su antro no estaba muy lejos de nuestras oficinas.
No creía que Plancetti hubiese tenido la idea de retener a Clara, la hija de Miles. A él, le interesa más coger a jóvenes de los barrios bajos o extranjeras para introducirlas en la prostitución. Pero, si el loco Bob quedase descartado, él seria nuestro próximo objetivo.

La noche llegó. Le pedí a Dom que se pusiera su antifaz negro y sus guantes de cuero rojo y, se dispusiera a recoger nuestro vehículo para ir a por el loco Bob. Me cambié de ropa. Debía de deshacerme de esa pinta de secretaria reprimida y remilgada. Me puse delante del espejo del lavabo y saqué mi carmín. Me pinté los labios de rojo intenso. Perfile el contorno de mis ojos en negro y me pasé el rímel por las pestañas. Me deshice del moño y dejé libre mi largo cabello cobrizo. Me puse mis medias de rejilla negra y mis botas altas de cuero negro. Cogí la botellita de Chanel número 5 y me eché una gota a ambos lados de mi cuello. Me dirigí al armario y saqué de él mi largo tres cuartos de cuero negro con corte en el lateral de la pierna derecha. De un cajón del armario cogí y me puse mi antifaz de color rojo. De uno de los costados, active un resorte que hizo salir mi pequeño cofre de roble. Lo abrí y cogí mis dos cuarenta y cinco de plata. Las coloque en mis bolsillos, que había modificado para que fuesen sus fundas. Del cofre saqué seis cargadores que distribuí en el interior del tres cuartos.
Dom llamó por el interfono. Ya había llegado. Me esperaría con El Camino de color rojo en la parte trasera de las oficinas. Abrí la ventana y bajé por la escalera de incendios. Había llegado la hora que Red Milady, se dispusiera a repartir justicia.
El antro cochambroso y sucio del loco Bob estaba abierto. Para poder sorprenderle debíamos acceder por la puerta trasera. Dom dio un par de vueltas a la manzana antes de detener y aparcar El Camino a dos calles de la tienda.
Nos deslizamos entre las sombras de la noche. Evitamos las tenues luces de las farolas y lucecitas de los balcones cercanos. Al llegar a la puerta trasera, Dom sacó de su bolsillo un práctico juego de ganzúas. Dom la abrió en un periquete. Esa vieja y roída cerradura no resistió. Se abrió y entramos dentro.
El loco Bob estaba atendiendo a través de las rejas a un par de afroamericanos que pretendían venderle una bolsa repleta de relojes y pulseras de oro. Dom y yo, nos quedamos a la espera que acabara con ellos, resguardados en la oscuridad y la seguridad de la trastienda.
De la parte superior de la tienda, oímos unos ruidos lejanos de cadenas golpeando el suelo. También, percibimos ruidos rítmicos de tacones.
El loco Bob aun estaba ajetreado con los afroamericanos. Uno de nosotros debería quedarse haciendo guardia y actuar si fuese preciso. Con un gesto de mi cabeza, ordené a Dom que investigase el origen de esos ruidos. Dom sacó su treinta y dos y subió sin hacer ruido por la escalinata que daba acceso a la planta superior.
La planta superior olía a humedad y excrementos de cucarachas y otros bichos. El techo estaba lleno de mugre, polvo y telarañas. Pasé por el lado de lo que bebería ser la cocina. Estaba llena de platos y enseres para lavar. Restos de comida se repartían a lo largo del suelo. Una rata que parecía un gato salió disparada de punta a punta. Mi corazón dio un vuelco. Al fondo del mugriento pasillo vi una puerta llena de tajos y lo que me pareció reconocer como arañazos. La puerta estaba cerrada. Volví a sacar mi juego de ganzúas y me dispuse a abrirla.
Lo que me encontré en su interior me hizo vomitar al suelo. El hedor era insoportable. Era el olor de muerte y sexo sucio. El loco Bob tenía desnudas a tres chicas. Tenían rastros y signos de violencia gratuita. Cortes infectados y grandes magulladuras en sus rostros. Una de ellas se estaba haciendo sus necesidades encima.
- ¡Este tío está como una puta cabra!- exclamé enfurecido.
Pude ver como les habían arrancado las uñas y tropecé con falanges de distintas medidas. La chica más alejada le había seccionado sus piernas. -volví a vomitar.
- Clara. ¿Clara estás aquí?
Me acerqué a las chicas y fui tomando el pulso a cada una de ellas. Dos estaban muertas. La tercera tenía pulso, pero era muy débil. Le removí la enmarañada melena para poder verle su rostro. Saqué la fotografía que me había dado el Sr. Miles y  la comparé. Sin duda era Clara, a pesar de estar casi irreconocible, era ella. Utilicé otra ganzúa y la liberé de sus cadenas. Estaba frágil. Sus huesos se marcaban y parecían hechos de cristal.
Con sumo cuidado la agarré entre mis brazos y bajé por la escalinata. Cuando J la vio, quedó horrorizada por completo. Se quedo blanca como la nieve.
- ¿Esta es Clara, Dom?
- Si J, es ella.- prosiguió- Allí arriba hay dos chicas más, pero están muertas. Te pido que no subas allí, J. No subas, este loco Bob, hace gala de su puto nombre.
J no me hizo caso. Subió por las escalinatas. Al cabo de unos minutos volvió a la trastienda.
- ¡Maldito hijo de puta!- exclamó.
 Dom había cogido un par de mantas de una bolsa precintada y había cubierto de la mejor manera posible el cuerpo desnudo de Clara. Saqué mis cuarenta y cinco. La rabia se me estaba comiendo por dentro. Loco Bob iba a pagarlo. Me cobraría los tres mil dólares de alguna manera. Con plomo entre ceja y ceja.
El loco Bob les pagó veinte pavos por todo el botín de relojes y pulseras. Los dos afroamericanos se fueron de la tienda en medio de un centenar de soeces e improperios, mientras Bob se burlaba jocosamente de ellos.
Bob guardó en unos cajones los relojes y depósito las pulseras encima de la barra.
- ¡Negros gilipollas!- dijo jocosamente- Me sacaré entre doscientos a quinientos pavos por todo esto.
Cuando notó el frío metal en su cuello, se le cayeron varias pulseras al suelo.
- Daté la vuelta, loco Bob- ordené con frialdad.
Se giró. Su cara sonriente, paso a una de auténtico pánico. Se meo encima.
- ¿Sabes quién soy, loco Bob?- le pregunté golpeándole en la cara con la culata.
- Si. Todos hablan de ti. Eres Red Milady, ¿verdad?- preguntó.
Volvió a orinarse encima. El hedor era insoportable. Loco Bob estaba sudando sin parar. Su cara no había perdido el terror.
- Sabes que ocurre, si ves frente a ti a Red Milady, verdad, ¡puto psicópata!
 Se puso de rodillas pidiendo piedad. Reconoció que le había pedido a Plancetti, que sus hombres secuestraran a Clara para cobrar el pago de Miles. Le dije que redactara una carta donde quedaba íntegramente zanjado el cobro de los tres mil dólares. Lo firmó.
- Sabes loco Bob...
-¿Que?
- Tú disfrutas abusando de jovencitas, verdad. Te gusta cortarles la cara y sus miembros para excitarte, verdad. Te enorgullece violarlas desnudas, verdad. ¡Reconócelo jodido bastardo!
- Si. Me gusta. Soy así. Necesito ayuda...perdóname.
Miré a Dom.
Miré a Clara.
Vacíe sin contemplación mis cuarenta y cinco. 
FIN
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