(11) Teatro dentro del teatro. En uno de los momentos más intensos e inquietantes de esta primera temporada de Westworld, uno de los robots -el primer "padre" de Dolores- comienza a recitar a Shakespeare. La explicación de su extraña e inquietante conducta, ajena a su programación, es que el androide está "recordando" una "vida" anterior, un papel previo para el que fue utilizado en el parque. "Los placeres violentos tienen finales violentos", le dice el robot defectuoso a su "hija", Dolores (Evan Rachel Wood), adquiriendo así, quizás, la consciencia de sí misma. De nuevo, un fallo podría estar provocando la evolución hacia la humanidad de un androide, pero, además, el poder del arte, de la ficción, de una frase del bardo, estaría consiguiendo despertar a la robótica Dolores. Toda Westworld se puede interpretar como una metáfora de la ficción narrativa, en la que Robert Ford (Anthony Hopkins) ejerce de show runner, de autor atrapado en el laberinto de sus propias fantasías, algo así como el Guido (Marcello Mastroianni) de Fellini ocho y medio (1963). Ford se presenta como un convencido de que todo, la vida misma, es una fabulación: "El ego es una ficción, una historia que nos contamos" dice hacia el final de la temporada. Ford es un personaje complejo, que ha reconstruido su infancia, creando robots de sus padres y su hermanos; y que quizás ha escrito el guión de su propia muerte. El filósofo Slavoj Zizek dice en su Guía perversa de la ideología (2012) que para existir como individuos tenemos la necesidad de crear la ficción del "gran Otro", alguien que registre lo que nos pasa, alguien con quien confesarnos. Solo cuando relatamos la cosas que nos ocurren, estas experiencias parecen hacerse realidad. Ese "otro" inventado puede ser también la voz interior, el ego, que los androides confunden con Dios y que luego parece ser la del socio fallecido de Ford, el misterioso Arnold. La serie no evita el juego de la metaficción: en uno de los mejores momentos, la ejecutiva Charlotte Hale (Tessa Thompson) aparece en el parque, con tacones, interrumpiendo la ilusión del hombre de negro, haciendo explícito que en el parque todo es un juego. En otro apunte genial, la androide Maeve (Thandie Newton) descubre que los recuerdos de una vida anterior, en la que tenía una hija, forman parte de un vídeo promocional del parque Westworld. Maeve ve, literalmente, la película de su vida, o, más bien, el trailer.
(11) Teatro dentro del teatro. En uno de los momentos más intensos e inquietantes de esta primera temporada de Westworld, uno de los robots -el primer "padre" de Dolores- comienza a recitar a Shakespeare. La explicación de su extraña e inquietante conducta, ajena a su programación, es que el androide está "recordando" una "vida" anterior, un papel previo para el que fue utilizado en el parque. "Los placeres violentos tienen finales violentos", le dice el robot defectuoso a su "hija", Dolores (Evan Rachel Wood), adquiriendo así, quizás, la consciencia de sí misma. De nuevo, un fallo podría estar provocando la evolución hacia la humanidad de un androide, pero, además, el poder del arte, de la ficción, de una frase del bardo, estaría consiguiendo despertar a la robótica Dolores. Toda Westworld se puede interpretar como una metáfora de la ficción narrativa, en la que Robert Ford (Anthony Hopkins) ejerce de show runner, de autor atrapado en el laberinto de sus propias fantasías, algo así como el Guido (Marcello Mastroianni) de Fellini ocho y medio (1963). Ford se presenta como un convencido de que todo, la vida misma, es una fabulación: "El ego es una ficción, una historia que nos contamos" dice hacia el final de la temporada. Ford es un personaje complejo, que ha reconstruido su infancia, creando robots de sus padres y su hermanos; y que quizás ha escrito el guión de su propia muerte. El filósofo Slavoj Zizek dice en su Guía perversa de la ideología (2012) que para existir como individuos tenemos la necesidad de crear la ficción del "gran Otro", alguien que registre lo que nos pasa, alguien con quien confesarnos. Solo cuando relatamos la cosas que nos ocurren, estas experiencias parecen hacerse realidad. Ese "otro" inventado puede ser también la voz interior, el ego, que los androides confunden con Dios y que luego parece ser la del socio fallecido de Ford, el misterioso Arnold. La serie no evita el juego de la metaficción: en uno de los mejores momentos, la ejecutiva Charlotte Hale (Tessa Thompson) aparece en el parque, con tacones, interrumpiendo la ilusión del hombre de negro, haciendo explícito que en el parque todo es un juego. En otro apunte genial, la androide Maeve (Thandie Newton) descubre que los recuerdos de una vida anterior, en la que tenía una hija, forman parte de un vídeo promocional del parque Westworld. Maeve ve, literalmente, la película de su vida, o, más bien, el trailer.