A través de una serie de secuencias en planos fijos (no más largos que los 11 minutos que dura un rollo de película) los actores principales (el director y su actriz casi siempre) van hablando del rodaje en el que están inmersos y que nunca contemplaremos. A primera vista, la película es austera, seca, tonta e insignificante. Estos interesados amantes ensayan una y otra vez una escena absurda del film, comen sin parar y conducen del set a la alcoba en diferentes ocasiones. Si escudriñamos un poco más en las conversaciones y acciones aparecen planteamientos un poco más atractivos (alguna charla sobre el cine digital versus cine en celuloide, la forma en que los personajes comen o como afrontan su relación clandestina y con fecha de caducidad).
El gran problema es que estas personas que deambulan por Bucarest son bastante antipáticas, poco atractivas y algo aburridas, no dan ganas de ver la película de la que discuten. Si una superficie mucho más fascinante y con gancho hubiese acompañado a estas reflexiones del cine dentro del cine yo me hubiese entregado mucho más .