Junto con las obras del Dr. Seuss, uno de los cuentos infantiles más populares de la cultura estadounidense es Where the Wild Things Are, de Maurice Sendak, en el que el pequeño Max es castigado por su madre y para evitar estar encerrado en su habitación imagina un viaje a una tierra habitada por monstruos, en la que se convierte en rey. Con este breve cuento como base, el director Spike Jonze (amigo de los también peculiares Michel Gondry y Charlie Kaufman) construye una película que explora el viaje de Max y las consecuencias que tendrá en su crecimiento como persona.
Al igual que un buen número de historias infantiles que exploran el complicado proceso de madurez y el paso a la edad adulta de sus protagonistas, Where the Wild Things Are nos presenta al imaginativo Max sumido en el mundo actual en que es ignorado por todos, incluyendo su propia familia. Ante esta situación, decide embarcarse en un largo viaje a una isla poblada por monstruos de complejas personalidades, representando cada una las dudas internas del niño; y es en este punto donde la película se toma más libertades con respecto al original, en el desarrollo de los personajes y sus relaciones, que luego desembocarán en un final inevitable.
Con tan variopintos monstruos, Jonze construye una película divertida, amable y emotiva; si bien puede resultar un poco larga y la dirección demasiado inquieta por momentos. Su mayor acierto es, sin duda, la recreación de los habitantes de la isla salvaje, mezcla de marionetas del tipo Dentro del Laberinto con animación digital para sus expresiones faciales y movimentos más espectaculares, que además cuentan con las voces de actores como James Gandolfini, Paul Dano o Forest Whitaker. A esto hay que sumarle su cuidada banda sonora, tanto las composiciones propias de Carter Burwell como el arreglo de canciones estilo Wake Up.
Where the Wild Things Are resulta una adapatación digna y original, un canto a la imaginación que destaca sobre todo por la caracterización de sus peludos y entrañables personajes y pone de manifiesto, una vez más, el preocupante desinterés por la infancia del mundo actual.