Whiplash

Publicado el 23 febrero 2015 por Pablito

“Queréis la fama, pero la fama cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar… ¡con sudor!”. Varias décadas han pasado desde que la emblemática serie de televisión Fama popularizase tan mítica frase y, sin embargo, no han dejado de salir artefactos audiovisuales que versen en torno a la tenacidad, que hablen del esfuerzo como vehículo para alcanzar lo inimaginable. Whiplash (Damien Chazelle, 2014) es el último de estos ejercicios cinematográficos construidos en torno a esta máxima, con la peculiaridad de introducir la figura del profesor tirano para hacer más atractiva la jugada… y otorgar más espesor dramático a la función. El que fuera guionista de Grand Piano (Eugenio Mira, 2013), dirige y escribe una historia que, bajo su aparente simplicidad, esconde múltiples lecturas e interpretaciones, como la necesidad de poner límites -morales, éticos, cívicos-a los métodos de enseñanza o hasta qué punto hay que dejarse machacar por perseguir tu sueño. Aunque, al final, aunque lo envuelvan con baquetas y sonidos rimbombantes de batería, lo que subyace en esta fábula sobre la dictadura de las aulas es un relato que nos obliga a reflexionar, por enésima vez, sobre si el fin justifica los medios. 

La película versa en torno a Andrew Neiman (Miles Teller), un joven de 19 años que aspira a convertirse en un gran baterista de jazz. Para ello, entra a formar parte de un elitista conservatorio de música donde tendrá que enfrentarse al talentoso pero a la vez terrorífico director de orquesta, Terence Fletcher (J.K. Simmons), alguien que no tiene piedad en llevar al límite psicológicamente a sus alumnos para que saquen lo mejor de sí. De la misma temática de un corto del director en 2013, Whiplash es la versión alargada de una historia que siempre ha resultado atractiva para Chazelle, bien por su condición de músico frustrado, bien por inspirarse en la figura de un profesor suyo o bien por su tremenda habilidad de saber plasmarla en la gran pantalla. Porque en Whiplash todo funciona. Electrizante hasta decir basta, estamos ante una película tan adictiva que te deja con ganas de más, con la tremenda virtud de aparentar que dura la mitad de lo que realmente dura gracias a un trabajo de montaje prodigioso y un encomiable sentido del ritmo. 

Gran parte de culpa de tenernos pegados a la pantalla, con esa sensación tan prodigiosa de lamentar cada pestañeo por si puedes perderte algún detalle, algún replique de batería salpicado por sudor y lágrimas, la tiene el portentoso tour de force interpretativo entre el joven Teller y el que fuera el arisco jefe de Peter Parker en la trilogía de Spider-Man de Sam Raimi (2002/07), el por primera vez nominado al Oscar J. K. Simmons. El actor de 59 años, al que costará mucho ver en sucesivos papeles después de dar vida a este villano sin paliativos -con su lado humano, eso sí, y si no ojo a la escena en la que rememora un fatídico accidente de coche-, impregna a su personaje de un nervio, un vigor y una tensión que consigue que nos lo creamos, protagonizando un cara a cara con su pupilo que tardaremos mucho en olvidar, lleno de instantáneas tan turbadoras como los instantes de violencia física. Su excelsa composición hace que, irremediablemente sintamos solidaridad con cada una de sus víctimas, como ese joven con sobrepeso al que al poco de empezar la película Fletcher no tiene la más mínima misericordia en vejar, y a través de lo cual cogemos una idea de por donde van a ir los tiros. Una presentación del personaje soberbia convertida en una más de la retahíla de virtudes del film; virtudes que explotan sobremanera, todas juntas, en la escena final de la Audición: música, montaje, ritmo, tempo y emoción casan a la perfección en un cuarto de hora final glorioso donde el intercambio de sonrisas cómplices entre el monstruo y su verdugo ha desatado la indignación de algunos críticos, que acusan a la película de defender unos valores indefendibles cuando, según este crítico, lo último que aquí se pretende es emitir ningún tipo de veredicto, ningún tipo de juicio de valor. 

Película que ha despertado el aplauso casi unánime de la crítica desde su presentación en Sundance el año pasado -donde conquistó los premios de Mejor Película y el del Público- Whiplash es un trabajo alérgico a las divagaciones, a los ritmos muertos, a los compases sin melodía. No será novedosa en su desarrollo, trenzado con unos hilos que nos resultan tan familiares como convencionales, pero no deja de ser una auténtica sinfonía para los sentidos, tan asfixiante y desoladora que la hacen desaconsejable a personas cardíacas. Visceral, trufada de pasiones incendiaras que pueden estallar en cualquier momento, es una película que como la buena música, fluye sin arritmias, aunque el poso que deje no sea siempre satisfactorio. Un triunfo cinematográfico que disfraza un mensaje a todas luces contemporáneo: la necesidad, en un mundo cada vez más exento de oportunidades,  de triunfar a cualquier precio. Eso es lo verdaderamente aterrador.