Para mí, que siempre me parecen muy interesantes y reveladoras las salidas del "hábitat" natural de un cineasta, que a veces prueban sus fuerzas, muestran nuevas habilidades o recursos y hasta consiguen engrandecer y reforzar su potencia creadora si consiguen tener éxito aunque se trate de una victoria interior, poco entendida o hasta pírrica, Buñuel, nómada involuntario, es un canon.
Por supuesto hay resultados para todos los gustos, pero, por ejemplo, creo que sin los sinsabores de la última parte de la carrera en Estados Unidos de Fritz Lang, hoy día no tendríamos o no serían tan grandes ni "Der tiger von Eschnapur/Das indische grabmal" ni "Die tausend augen des Dr Mabuse". Es también significativo comprobar lo bien que consiguió ambientar Ingmar Bergman su "The serpent´s egg" en la Alemania pre-nazi, rodando en inglés y alemán, sin alejarse y hasta dando una nueva dimensión a sus temas y obsesiones, quizá por reducir los diálogos casi a la minima expresión, demostrando una versatilidad admirable. Y Abbas Kiarostami acaba de hacer su mejor película en un pueblito de la Toscana y hablada en francés, inglés e italiano.
"The young one", que sería más apreciada de haberla firmado Tourneur, Fuller o Vidor y que como "Robinson Crusoe", demuestra que Buñuel era consecuente cuando mencionaba a "White shadows in the South Seas" entre sus películas favoritas, es en mi opinión una de sus obras maestras.
Tal vez le ha perjudicado que haya sido repetidamente catalogada como una obra de encargo fallidamente erótica y exótica - que es precisamente lo que no es - en lugar de ser vista como un drama primitivo, sobrio y tenso, con un vociferante y sucio Zachary Scott, lo más cercano a un western que nunca hizo, mejor y bastante más atrevido, menos recurrente a "marcas registradas" que "Viridiana", que sí lo colmó de premios al año siguiente.
Sobre esa masa de deseo y violencia que se abre paso con perfecto clasicismo, bellamente encuadrada pero sin ese efecto mágico de "The night of the hunter", de la que parece inspirarse en planos exteriores, poco tiene que "corregir" y menos aún espiritualizar el sacerdote que aparece (con traje y corbata, bien peinado, limpio, urbano, equilibrado) a la hora de película, una especie de contracopia del personaje atormentado que interpretara Paco Rabal en "Nazarín".
En aquellos inhóspitos y sordos manglares no queda lugar para orden alguno y el fracaso de cualquier intento por establecerlo, como en "Wind across the everglades", conlleva el riesgo de terminar comprendiendo y adoptando las conductas que se quieren reconducir.
Buñuel, como siempre hizo y a diferencia de Ray, lo resuelve sin tragedias, insuflando aún si in extremis ese tipo de humanismo con el que se identificaba, asocial, impulsivo y, cuando fuese posible, epicúreo.