Foto: ABC de Sevilla
No deja de ser una paradoja que ayer, durante la concentración en Sevilla en apoyo a Wikileaks y por la libertad de su fundador, Julian Assange, hubiese muchísimas más personas contemplando la colindante actuación de un cómico callejero que defendiendo la causa del nuevo mártir de la transparenciay la apertura. La prueba es que apenas ha tenido repercusión en los medios de comunicación de la ciudad, que se han limitado a difundir la escueta nota de las agencias. Es triste y es también realidad.
No debe ser tan fácil quitar la venda a la ciudadanía, porque debe sentirla ya como parte integrante de su vestuario “de tanto usarla”, como en la canción. Y buena parte de culpa en ello la tienen los medios de comunicación, incluidos aquellos que ahora se están beneficiando de la publicación de los cables.
Justo cuando más necesitamos una ciudadanía activa y exigente, resulta que nos encontramos con que el rebaño está más domesticado de lo que creíamos en un principio. Incluso los periodistas, a los que tanto les va en esta partida, brillaron como siempre por su ausencia. Difícilmente un ciudadano podrá creer la historia que le cuenta alguien que es incapaz de protestar cuando se está vulnerando la ley sagrada que rige su trabajo.
El periodismo se resiste a que los ciudadanos entren en su ámbito de actuación. Existe una obsesión compulsiva por ejercer un liderazgo en la opinióny en definir cuáles son los intereses de la gente a costa de lo que sea, cuando si se analiza con detenimiento el desarrollo de dicho ejercicio se llega a la triste conclusión de que siempre se ha desaprovechado la oportunidad.
Borja Echevarría, subdirector de elpais.com, desvela en 233grados.com que los periodistas de la redacción encargados del asunto son quienes deciden “qué es importante y qué no”, y son los encargados de “ver qué hay de valor en esos 250.000 documentos”.
No es precisamente un exponente de transparencia, porque lo que no explica en ningún momento Echevarría es de qué manera influye la línea editorial del medio en esas decisiones y cómo nos afecta eso a los lectores que exigimos la transparencia informativa y la abolición del secreto como medio para llegar a la verdad. Tampoco a los lectores se les ha permitido en ningún caso participar en el debate de lo que tiene o no valor para ellos, de lo que consideran o no importante.
Mientras tanto, los poderes que se sienten vulnerables ante este aluvión de luz en la información ya se están encargando de resucitar la vieja práctica de decidir ellos quiénes son periodistas y quiénes no. Como no podemos matar al mensajero nos convertimos en reguladores del oficio y sólo aceptaremos vírgenes vestales en las redaccciones.
Poco importa que los papeles hayan puesto de manifiesto y bien a las claras que aquellos falsos patriotas que se llenan la boca de patria en público son capaces de vender la soberanía nacional por unas perras en cualquier mercadillo. Que quienes creíamos que habíamos designado para dirigir el país son poco menos que bufones genuflexos ante el imperio y sus representantes y se pasan cada vez que quieren la voluntad popular por el arco de sus caprichos.
Iñigo Sáenz de Ugarte escribió que en política “la mentira es el traje que llevan puestos los caballeros”. Por lo que se ve esa sastrería tiene más clientes que los que en un principio se pensó. Mientras tanto, millones de ciudadanos caminan desnudos, vulnerables y engañados por la vida.