Will Eisner y las reglas del juego

Por Ninyovampiro @ninyovampiro

Las reglas del juego son dos: dinero y apariencia. El dinero te ayuda a mantener las apariencias, y la apariencia es fundamental para entrar en el juego del dinero. Y si ésas son las reglas, ¿cuál es el juego? Abraham Kayn lo dice muy claro en el prólogo:
Nunca hemos sido mejores que nuestros vecinos, así que aceptamos que la única forma de mejorar era mediante el matrimonio.
¿Y por qué no? Todas las historias que oíamos de pequeños nos transmitían este mensaje. Da igual que fuera la historia, la Biblia o los cuentos de hadas, siempre ocurría lo mismo. Un gran rey o noble ofrecía la mano de su bella hija a un joven (de las clases bajas) que había realizado una gran hazaña. Generación tras generación, aceptamos esto como verdadero. Sin duda, para la gente normal se trataba de un sueño, porque el resto de formas de ascender socialmente eran más difíciles.
(...) Para nosotros, el matrimonio era, por lo tanto, un juego.
Hay mucho que ganar, sin duda, en ese juego. Y mucho que perder. Pero si pierdes, no te puedes quejar: conocías las reglas.
 Pero en Las reglas del juego, además del peligroso e hipócrita juego del ascenso social mediante el matrimonio, Eisner nos habla de un tema frecuente en su obra, como es la inmigración judía a los EEUU, su integración y su historia a la par del crecimiento y desarrollo del país. En ese sentido, la novela que nos ocupa tiene bastante en común con la magistral Contrato con Dios, que reseñé aquí. Sin embargo, en aquélla, el espacio se limitaba a un bloque de edificios, mientras que Las reglas del juego no tiene un escenario tan concreto, y de hecho sucede a ratos bien lejos de Nueva York. La Gran Manzana, no obstante, sigue siendo la Meca de todo emprendedor, o mejor dicho, de todo aquél que desee ser alguien en este mundo. Y en Nueva York, como en algún que otro lugar, los jetas pueden llegar bastante más lejos que los emprendedores.
Eisner nos muestra los avatares de la vida de tres familias judías de diferente origen y fortuna, desde finales del s. XIX hasta los años 50 del siglo pasado. Los Arnheim descienden de los muchos judíos alemanes que emigraron a los EEUU a mediados del siglo XIX. Gracias a su dedicación y talento para los negocios, Moses Arnheim creó un pequeño imperio en la industria textil y llegó a acumular tanta riqueza que se codeaba con los príncipes del comercio y la banca judeoalemana, como los Straus, los Lehman, los Goldman, los Loeb o los Guggenheim. ¿Os suenan? Este imperio fue heredado por su hijo Isidore, Izzy, que supo estar a la altura de su padre, si bien fracasó en la educación de sus hijos, Conrad y Alex. Conrad, niño mimado, sinvergüenza y vividor, es el gran protagonista de la novela, mientras que el fracasado Alex ofrece el contrapunto, al estilo de Hombre rico, hombre pobre.

Por su parte, la familia Ober es de aquellos judíos alemanes que decidieron dejar la gran ciudad y buscar su fortuna en las pequeñas poblaciones del oeste. Así Abner Ober, hijo del trapero Chaim, pasó de regentar una tienda de confecciones a ofrecer préstamos a los granjeros, para llegar así a convertirse en un acaudalado y respetado banquero. Como otros judíos alemanes, Abner es muy consciente de ciertas cosas. En la entrevista que ofrece a un periodista local, éste le dice:
-Ah...se forjó una buena reputación por su honestidad... Esto... poco habitual en los judíos.
-¡Depende de qué judíos esté hablando, señor!
-Por favor, no pretendía ofenderle... Ya sabe a cuáles me refiero... A los que vienen de Rusia... y...
-¡Ah, ellos!
Esta conciencia de clase entre los propios judíos es otro de los temas que subyacen en la obra, y se trata de una actitud todavía hoy muy habitual en el propio Israel. Así, durante la década de los 30 y la guerra mundial, cuando la fundación de la familia Arnheim propone ayudar a los judíos perseguidos y masacrados en Europa, Conrad se permite bromear:
-Cualquier cosa menos que los haga miembros del clud de campo, ¿eh?
Los Kayn representan a esos judíos de origen humilde, léase, de la Europa del este, cuya única esperanza de ascender en la escala social es mediante un buen matrimonio. Estamos en los años 50, y Aron Kayn es un bohemio que vive para la poesía. Un día conoce a Rose, la rebelde hija de Eva Arnheim. Eva, la bellísima segunda esposa de Conrad, procede de una familia judeoalemana arruinada, los Krause, y tiene muy claro que su objetivo en la vida es formar parte de la alta sociedad.

Al igual que en Contrato con Dios, o quizá de modo más acentuado aquí, la historia que se nos narra nos remite a las grandes sagas familiares de Isaac Bashevis Singer. Uno conoce a un puñado de personajes aparentemente respetables, que viven entregados a su trabajo y a la familia, pero en seguida se da cuenta de que no hay que rascar mucho para ver las miserias que se ocultan tras esas sagradas apariencias. Y dichas miserias brindan a Eisner la oportunidad de regalarnos todo un dramón, con villanos sin escrúpulos, secuestros, alguna que otra violación, un par de muertes horriblemente trágicas, y la desoladora constatación de que todo, absolutamente todo, se puede comprar con dinero, aunque nada, absolutamente nada, está completamente a salvo de la crueldad del destino.

Will Eisner está considerado uno de los maestros de la novela gráfica, cuando no su máximo representante. Aparte de su talento puramente literario, que yo insisto en comparar con Singer o Bellow, su destreza y creatividad al componer cada página ha sentado cátedra y ha influido tanto en los artistas posteriores, que a veces el lector no percibe la maestría de la composición. Esta novela, sin embargo, ha recibido algunas críticas por el modo en que el autor a veces delega en el texto escrito lo que debería expresarse de manera gráfica. Puede que sea cierto, y que Eisner haya recurrido en exceso a largos párrafos para narrar lo que en otras obras expresaba mediante imágenes. Quizá ello se deba a la más que respetable edad que tenía al escribir esta obra (84 años) o, sencillamente, a que los trapos sucios de los Arnheim y los Ober le interesaban más que la historia de sus auges y caídas. En cualquier caso, se mire como se mire, Las reglas del juego es una novela estupenda.
Will Eisner (1917-2005)