William James y la filosofía como experiencia del mundo (VII)

Por Zegmed

Quisiera señalar algunas discrepancias notables entre esta presentación y la hecha por Peirce con la finalidad de hacer evidente la autonomía de las preocupaciones de James, así como los importantes desarrollos que tales preocupaciones implicaron, todo esto como marco para nuestra reflexión en torno a la creencia religiosa. En primer lugar, James trasciende el ámbito meramente conceptual que Peirce había querido sea el límite de su máxima pragmatista. El empirismo de James lo empujó más allá de los límites del concepto para hablar más ampliamente de pensamientos sobre un objeto haciendo recaer su significación en el curso concreto de nuestra experiencia, como ya hemos hecho notar. Lo que aquí acontece es que se trasciende el ámbito de la relación de signos —que era el de Peirce— para establecer una conexión directa con la realidad con todo su carácter sensible. Evidentemente, como ya lo indiqué en una nota anterior, con esto no se pretende negar el valor y la novedad pragmática del pensamiento de Peirce; sin embargo, creo que es claro que se trata de un autor cuya gama de intereses era distinta a la de James y cuyo énfasis en la lógica y en la semiótica no lograba calar con la misma fuerza en la experiencia concreta como sí lo hicieron Dewey y James.  En el fondo se trata de una diferencia efectivamente considerable y que deriva de la formación también opuesta de ambos filósofos: Peirce era un lógico; James, un psicólogo[1]. En segundo lugar, respecto de la propuesta hecha por Peirce, James se distancia al dirigir las ideas que tenemos de las cosas no solo a la experiencia como categoría general sino a la experiencia personal. Es el individuo el que experimenta en sus pensamientos el influjo de las consecuencias prácticas y es a partir de ellas que discierne la verdad de las ideas que tiene sobre tal o cual cosa. Este segundo elemento ha servido para acusar a James de un feroz individualismo, acusación que pierde fuerza si atendemos al hecho de que para James a la base de toda su reflexión pragmatista estuvo siempre su empirismo, esto es, su pertenencia a la experiencia, pero también de la experimentación[2]. Este último elemento es fundamental ya que cuando se acusa a James de individualista se piensa en términos de una suerte de desconexión respecto de la validación de la comunidad, nada más lejano de la noción de experimentación. De todos modos, es innegable que en James existe una fuerte tendencia a la particularización de la experiencia, lo cual a mi juicio, es más virtud que defecto si se contextualiza adecuadamente esta idea. En mi caso, pretendo hacerlo con más propiedad en las dos siguientes secciones de este trabajo, ya que ellas nos confrontarán directamente con los problemas que pueden derivarse de este aparente individualismo. Baste con eso por el momento, conviene ahora retomar el hilo de la argumentación que desarrolla James sobre el pragmatismo.

Tal como hemos visto, para James el pragmatismo es sobre todo un método, aunque un método con enormes posibilidades de alterar lo que él había llamado en el primer grupo de estas conferencias el temperamento de la filosofía[3].  Para James, “la ciencia y la metafísica pueden aproximarse mucho; porque, de hecho, pueden trabajar de la mano”[4]. Para James ambos tipos de aproximaciones son compatibles en la medida en que atendamos a las consecuencias prácticas de las mismas, es por ello que un concepto metafísico —Dios, por ejemplo— puede ser entendido desde una perspectiva pragmática a la luz de cómo funciona este “dentro de la corriente de nuestra experiencia”. Más precisamente, “las teorías, pues, se convierten en instrumentos en los que debemos apoyarnos, y no en respuestas a enigmas [...]”[5]. Para James, en ese sentido, el pragmatismo no es más que una “actividad para orientarse [...]. La actitud de apartarse de las realidades primeras, los principios, las «categorías» y las supuestas necesidades, y de dirigir las miras a lo que sucede más adelante, los frutos, las consecuencias, los hechos”[6]. Como bien dice James, el pragmatismo carece de dogmas y su única doctrina radica en su método. Un método que no debe entenderse de modo estrecho, sino que debe ser enriquecido a través de la premisa fundamental del “punto de partida” de la experiencia. Se trata, entonces, de una metodología peculiar si se le compara con el modo en que se solía/suele entender esta noción: una operación intelectual que se concibe previamente a la experiencia y que tiene como finalidad examinarla para ver qué de certero puede encontrar en ella[7]. Reparar en el «empirismo radical» de James implica resignificar la noción de método y pensarla ahora como una aproximación a la experiencia concreta que, a su vez, parte de ella.

Planteado en líneas generales el sentido de lo que James llamó el método pragmático, quisiera dirigirme ahora a lo que podríamos llamar, con Perry, la segunda línea directriz del pragmatismo: su teoría de la verdad. Como veremos en el capítulo que dedicaremos a ella, no se trata de nada particularmente nuevo, sino de una extensión del método pragmático que se condice perfectamente con la idea general que James tenía respecto del pragmatismo. Lo interesante, no obstante, es que a través de la teoría de la verdad se hace mucho más patente el notable giro que implica para la filosofía pensar la verdad en términos pragmáticos. Ello nos ayudará a dar el marco final que facilitará la introducción del debate en torno a la creencia religiosa que desarrollaremos en la segunda sección.


[1] “Ultra-sensualista” diría Peirce en carta a Christine Ladd-Franklin. Citada en Faerna, A. Op. cit. p. 119.

[2] Perry. R. B. Op. cit. p. 297.

[3] En la primera conferencia de Pragmatismo, titulada “El dilema actual de la filosofía”,  James dio un papel fundamental al temperamento de los filósofos. Allí indicó que el temperamento se constituye como la más poderosa de nuestras premisas (p.58)  y dividió a la filosofía, tratando de esbozar una distinción muy general, en dos temperamentos opuestos: el empirista y el racionalista. Pues bien, el método pragmático tendría como misión ofrecer una solución a tal dicotomía pudiendo ayudar en el tratamiento de las pretensiones racionalistas a través de su remisión a las consecuencias prácticas de sus postulados a priori.

[4] James, W. Op. cit. p. 83.

[5] Ibid. p. 84.

[6] Ibid. p. 85.

[7] Aquí un referente importante para un profundo contraste puede ser el mismo Descartes, con quien Peirce, por ejemplo, debate abiertamente. Cf. Descartes, R. Discurso del método. Madrid: Tecnos, 2006. En particular puede revisarse la segunda parte de este texto, en la que el autor plantea los cuatro pasos de su método para obtener certeza. Concretamente es el primer precepto del método el que puede sernos más útil: “no admitir jamás cosa alguna como verdadera, sin haber conocido con evidencia que así era; es decir, evitar con sumo cuidado la precipitación y la prevención, y no admitir en mis juicios nada más que lo que se presentase tan clara y distintamente a mi espíritu que no tuviese motivo alguno para ponerlo en duda” (p. 24). Resalto este primer precepto porque sintetiza una de las cuestiones más caras a Descartes: la idea de que el método debía concebirse a través de una operación del intelecto que imitando el modelo axiomático-deductivo de las matemáticas fuese capaz de ofrecer un sistema para aproximarse a la realidad excluyendo toda materia que no sea capaz de ofrecer verdad en los términos estipulados por el método. En ese sentido, conviene añadir lo que dice Descartes en las Reglas para la dirección del espíritu. Madrid: Alianza, 2003. “Las experiencias de las cosas son con frecuencia falaces” (Regla II, p. 74); por ello el método tiene que reducirse a sólo dos acciones básicas: la intuición y la deducción. Donde la intuición no es más que la concepción de la mente que no deja dudas sobre lo que entendemos (Regla III, p. 79). Lo que sigue es el proceso deductivo que en tanto se basa en la intuición indubitable, no puede llevarnos al error, salvo por negligencia de quien opera. Todo esto permitirá que Descartes conciba a su filosofía toda como una suerte de método basado en los elementos ya indicados: la Mathesis Universalis (Regla IV, pp. 90-91). En suma, lo que tenemos es un contraste radical entre un modo y otro de hacer filosofía y entre dos concepciones opuestas de método. Como se ha dicho ya, el “método pragmático” consiste en algo radicalmente distinto y los pasajes de James citados, junto a la noción de «empirismo radical» y los desarrollos que veremos en relación a la religión así lo demuestran.