Cuando supe que Oliver Stone, uno de los mejores directores estadounidenses de los últimos años, capaz de meter el dedo en la llaga de los males del imperio americano a través de películas como "Wall Street", "Platoon" o "Nixon", iba a filmar una película sobre el 11 de septiembre supuse que iba a contar con una buena dosis de crítica respecto a la reacción posterior del gobierno de George Bush.
Pero no, no eran esas las intenciones del director. Stone no pretendía ahondar en la herida, sino rendir un tributo a los héroes que murieron aquella terrible mañana a través de la historia de dos de los pocos supervivientes del hundimiento de las torres: dos policías de la autoridad portuaria de Nueva York, John McLoughlin y Will Jimeno, que apenas tuvieron tiempo de hacer nada antes de que el edificio se derrumbara sobre sus cabezas, salvando la vida por refugiarse en el hueco de un montacargas.
La primera parte de la cinta es de gran calidad, reviviendo el caos de los primeros minutos del atentado, cuando muchos creían que lo del primer avión había sido un desgraciado accidente. Es difícil filmar acerca de un hecho cuyas imágenes reales son tan espectaculares que no pueden ser mejoradas por ninguna película. Stone opta por el punto de vista íntimo, el de seres humanos que se ven inmersos en el deber de ayudar dentro de una tragedia que les supera, algo muy parecido a lo que muestra el estremecedor documental de los hermanos Naudet, que filmaron los hechos cuando acompañaron a los primeros bomberos que llegaron a la torre norte.
A partir del momento en el que los protagonistas quedan atrapados entre los escombros, la película empieza a perder calidad a pasos agigantados. Los dos policías sufren una terrible agonía, sin poder moverse y llegan a ver a Jesucristo acercándose a ellos. Paralelamente, se cuenta la historia de un joven que, conmocionado por lo que ha visto en la televisión, decide ir a la peluquería, raparse el pelo y reengancharse en los marines, porque su presidente le ha dicho que están en guerra. Solo hay que ver la cara de psicópata que pone Michael Shannon, un auténtico jarhead, para comprender que algo no funciona en esta película, porque el mensaje que está transmitiendo pone los pelos de punta: venganza a cualquier precio, contra países enteros. Es esta reacción la que desacreditó a Estados Unidos ante el mundo, un país que había conseguido una oleada de solidaridad después de los atentados.
Yo recuerdo perfectamente esa tarde, como todos ustedes. Veía a seres humanos pidiendo ayuda desde las ventanas humeantes y como se tiraban al vacío en un acto de desesperación. También pensé en el presidente que se estaba enfrentando a esos hechos, en las medidas desmesuradas e irracionales que iba a adoptar. Pensé que lo peor no era lo que estaba pasando, lo peor iba a ser lo que venía después.