Ti West resucita como cineasta de esa muerte en vida que es hacer televisión -estoy exagerando con fines dramáticos- para ofrecernos X, una vuelta por la puerta grande al terror que nos devuelve sensaciones de The House of the Devil (2009) y The Inkeepers (2011). Aquí, West hace un estupendo cruce entre Boogey Nights (1997) y La Matanza de Texas (1974) que luego deriva de forma muy divertida en el slasher de la seminal Bahía de sangre (1971) y de su consecuencia directa, Viernes 13 (1980), con elementos estéticos propios del cine italiano de los 70, del ya mencionado Mario Bava y de Dario Argento. Un cóctel que el talento detrás de la cámara de West hace funcionar, apoyándose en un estupendo diseño de producción, una banda sonora subterránea y macabra que genera tensión -de Tyler Bates y Chelsea Wolfe- y una playlist juguetona de temas setenteros -en la línea de Érase una vez en Hollywood (2019) o Licorice Pizza (2021)-, además de unas interpretaciones resultonas y una buena ración de sustos y gore. Ti West se confirma, para mí, como uno de los mejores generando mal rollo: sabe cómo meterte el miedo en el cuerpo con apenas un par de elementos -esos planos abiertos en los que parece que se mueve algo al fondo-. Con todo esto a su favor, creo que X es una película de terror bastante efectiva y entretenida. Pero hay más. Porque West maneja, también, temas de fondo: la oposición entre el sexo y la muerte -Eros y Thanatos-, el miedo a envejecer, a la decadencia física y el rencor hacia la vitalidad de la juventud que necesariamente lleva al sexo como pulsión -un tema presente, quizás de forma inconsciente, como mero reclamo comercial en el giallo y el slasher-. Elementos que relacionan esta película con obras recientes como La visita (2015), Relic (2020) o La abuela (2021), pero con los que West juega de forma mucho más lúdica, con mucho sentido del humor -ahí está ese caimán imposible, pero sobre todo el juego meta que supone la interpretación de una espectacular Mia Goth, que constituye el mejor resumen de lo que propone la película-. Como he dicho, West juega con estos conceptos a todos los niveles -guión, planificación y sobre todo montaje- en una cinta tan divertida como disfrutable en múltiples sesiones que revelan secretos, guiños y referencias que la convierten en un artefacto que dialoga con el género y cuyo destino es convertirse en film de culto.
Ti West resucita como cineasta de esa muerte en vida que es hacer televisión -estoy exagerando con fines dramáticos- para ofrecernos X, una vuelta por la puerta grande al terror que nos devuelve sensaciones de The House of the Devil (2009) y The Inkeepers (2011). Aquí, West hace un estupendo cruce entre Boogey Nights (1997) y La Matanza de Texas (1974) que luego deriva de forma muy divertida en el slasher de la seminal Bahía de sangre (1971) y de su consecuencia directa, Viernes 13 (1980), con elementos estéticos propios del cine italiano de los 70, del ya mencionado Mario Bava y de Dario Argento. Un cóctel que el talento detrás de la cámara de West hace funcionar, apoyándose en un estupendo diseño de producción, una banda sonora subterránea y macabra que genera tensión -de Tyler Bates y Chelsea Wolfe- y una playlist juguetona de temas setenteros -en la línea de Érase una vez en Hollywood (2019) o Licorice Pizza (2021)-, además de unas interpretaciones resultonas y una buena ración de sustos y gore. Ti West se confirma, para mí, como uno de los mejores generando mal rollo: sabe cómo meterte el miedo en el cuerpo con apenas un par de elementos -esos planos abiertos en los que parece que se mueve algo al fondo-. Con todo esto a su favor, creo que X es una película de terror bastante efectiva y entretenida. Pero hay más. Porque West maneja, también, temas de fondo: la oposición entre el sexo y la muerte -Eros y Thanatos-, el miedo a envejecer, a la decadencia física y el rencor hacia la vitalidad de la juventud que necesariamente lleva al sexo como pulsión -un tema presente, quizás de forma inconsciente, como mero reclamo comercial en el giallo y el slasher-. Elementos que relacionan esta película con obras recientes como La visita (2015), Relic (2020) o La abuela (2021), pero con los que West juega de forma mucho más lúdica, con mucho sentido del humor -ahí está ese caimán imposible, pero sobre todo el juego meta que supone la interpretación de una espectacular Mia Goth, que constituye el mejor resumen de lo que propone la película-. Como he dicho, West juega con estos conceptos a todos los niveles -guión, planificación y sobre todo montaje- en una cinta tan divertida como disfrutable en múltiples sesiones que revelan secretos, guiños y referencias que la convierten en un artefacto que dialoga con el género y cuyo destino es convertirse en film de culto.