Por lo general estamos acostumbrados en el subgénero superheroico a que el film sea poco más que entretenido como mucho y ya está. Un buen ejemplo de lo mejorcito que podemos encontrar en este saco son las dos primeras entregas de X-men, realmente divertidas, dinámicas y bastante bien llevadas. Posiblemente la segunda sea incluso mejor que la primera, pero se empeora con un final inconcluso de estos que gustan tanto para poder enganchar con la siguiente entrega. De la tercera de esta saga prefiero ni hablar, ya que me resultó un bodrio insoportable. Después de esta trilogía que ya parecía cerrada nos llega la cuarta entrega de esta, de momento, tetralogía: X-men: primera generación (2011).
Esta vez se coloca tras la cámara el más que competente Matthew Vaughn, que ya nos sorprendió con Kick-ass. En esta entrega de los hombres mutantes se nos cuenta los inicios de la escuela de Charles Xavier, además de la juventud de los personajes más veteranos del grupo y la “amistad” del profesor con Erik Lehnsherr, posteriormente más conocido como Magneto.
El reparto que se nos presenta se ve perfectamente seleccionado, a destacar un genial Kevin Bacon en el papel del terrible Sebastian Shaw, y el excelente cameo de Hugh Jackman como Lobezno. Pero desde luego el centro de la película es la relación entre Charles y Erik. La profundidad de la gran mayoría de los personajes está muy bien esbozada, pero la que alcanza el dúo protagonista es admirable.
Xavier (James McAvoy) no sufre los cambios que su compañero, pero vemos como sufre al saber perfectamente que Erik está abocado a terminar siendo su némesis. En algunos momentos casi se podría decir que hay cierta relación homosexual entre ambos, algo cercano al Slash, pero si es que encontramos algo es medianamente sutil.