Creo que la única vez que me he dicho eso a mí mismo andaba yo por los dieciocho años y estaba en un viejo piso de un barrio viejo de mi vieja Granada. Estaba yo allí con dos jóvenes universitarias, llamémoslas X e Y, y desde luego no estábamos ninguno interesado en resolver ecuaciones de segundo grado, aunque finalmente aprendí que x + y > 1.
Pero es cierto que hasta que esa obviedad se confirmó sobre las sábanas mi pensamiento no era capaz de ir más allá de un sencillo “¡aquí me las den todas!”. Luego te las dan, y te jodes, aunque también es cierto que quedas en la fila cero de un espectáculo sin igual, observando con gran atención y detenimiento la movilidad, la flexibilidad y la capacidad de torsión de aquellos jóvenes ejes de abcisa y ordenada, que brillaban para mí, pero entre ellos.
Por una vez asistí como observador a un laboratorio matemático. Después sólo quedaron desorden, olor y sueño.