XI Homenaje a las Víctimas de La Desbandá "Carretera de la Muerte"

Por Juan Andrés Camacho Fernández @CorredorErrante

Quedaban algo menos de 15 minutos para las 6 de la mañana cuando mi GPS comenzó a vibrar, aunque llevaba ya un buen rato despierto.

Por tercera vez, segunda en la fecha histórica, me enfrentaría a la Carretera de la Muerte, una quedada por la nacional 340 para rememorar a las víctimas de "La Desbandá".Fui al baño y mientras me espabilaba cogí mi teléfono para ver si tenía noticias de Manolo Rico, José Alcaraz y Juan José Sánchez; los dos primeros compartirían camino conmigo y el tercero se ocuparía de la asistencia.

Me encontré un mensaje de poco antes de las 5 y media en el que Manolo me explicaba que habían encontrado una nevada impresionante llegando a Granada y al no llevar cadenas y pese a haber recorrido ya más de 200 kilómetros en coche, tuvieron que darse la vuelta.La noticia fue un jarro de agua fría, ya que me hacía mucha ilusión compartir camino con ellos y la posibilidad de tener coche de apoyo, con el que no contaba hasta que Manolo se unió al reto hubiese facilitado mucho el trayecto.No era momento de aturrullarse, así que le escribí de vuelta con la promesa de que repetiríamos la quedada en otra ocasión y mientras sacaba a Runner y Yogur fui haciendo una lista mental de las cosas que llevaba en la mochila y las que tenía en la bolsa para el coche.Como tenía libre hasta el miércoles, mi idea inicial había sido intentar afrontar el recorrido de ida y el de vuelta tras una parada en Almería de 6-8 horas para dormir, por lo que la mochila iba muy ligera y casi todo lo iba a llevar el coche de apoyo.Aunque fuese en solitario, el reto seguía adelante, pero tendría que reorganizarlo todo, así que nada más desayunar unas porciones de pizza y mientras Mayte se arreglaba, me puse manos a la obra.En la mochilla llevaría 2 botellines de agua, sales minerales, dos baterías externas, una para el GPS y otra para el móvil, los cables de carga y cargadores, tiritas, pasta de dientes y cepillo plegable, vaselina, crema solar, correas de recambio para las sandalias, cortavientos, manguitos, guantes, frontal y pilas de repuesto, ibuprofeno y almax, clínex y toallitas húmedas, gafas de sol y funda y una muda completa de recambio (calcetines de dedos, calzoncillos, calzonas, camiseta de manga corta, perneras, manguitos y buff).Además eché un cortavientos reflectante y una camiseta de manga larga en previsión del viento, ya que había alerta naranja por fenómenos costeros en todo el litoral, así como un tupper que coloqué en la parte exterior de la mochila, en el que llevaba una pizza completa cortada en porciones.Para completar el equipo, llevaba un cinturón con la documentación, tarjetas, dinero en efectivo, el móvil y el rutómetro.Por si acaso me llovía, todo iba bien compartimentado y protegido con bolsas de zip.La noche anterior lo había pesado todo y no llegaba a los 2 kilos y medio, pero ahora sobrepasaba ampliamente los 3 kilos y medio.Aun así recordaba más pesaba aun la mochila de cuanto afronté junto a Paco y Tenllado el Reto 1000k por el Apego y eso fueron 14 días largos, así que no debería de ser un problema.Con todo listo bajamos al garaje y cogimos el coche; antes de entrar a la academia, Mayte me dejaría en el Paseo del Parque para que tomase la salida del punto que el año anterior había sido la meta, las escalinatas del Ayuntamiento de Málaga.Por desgracia no contábamos con que la Alameda Principal estuviese cerrada, así que aprovechando el semáforo en rojo frente a El Corte Inglés me despedí de ella y comencé a caminar mientras me acompañaba una suave llovizna.

Cara de sueño y concentración a partes iguales...

Tardé algo más de lo que esperaba en llegar al Ayuntamiento, ya que el Puente de Tetuán también estaba en obras y aunque no había mucho tráfico pillé varios semáforos en rojo, pero a las 8:15 estaba en posición, así que eché una foto que subí a Facebook mientras el GPS cogía señal; iría narrando la aventura a través de ahí.

¡Comienzo de la aventura!

La temperatura era fresca y soplaba bastante viento, pero al menos ya no llovía; justo al llegar al primer kilómetro pude disfrutar del amanecer, así que me paré un momento a echar una foto antes de continuar.

Gran amanecer; no sería el último desde luego...

No tardé mucho en entrar en calor, pero como el viento era fresco me dejé el cortavientos abierto sobre la camiseta de manga corta y los manguitos me los iba bajando y subiendo según la sensación térmica.Recorrí el Paseo Marítimo de Pablo Ruiz Picasso mientras hacía memoria mentalmente de los puntos de paso que me iría encontrando.Era la primera vez que realizaba el recorrido en ese sentido y los recuerdos de las últimas horas de la X Carretera de la Muerte estaban un poco borrosos, así que fui repasando el rutómetro.El ritmo era cómodo, de entre 6 y 6:30 minutos el kilómetro, iba disfrutando mientras recordaba mi experiencia del año anterior y trataba de anticiparme a lo que me encontraría.Al llegar a La Araña aproveché un hueco entre la vegetación para ir al baño, ya que tenía ganas de ir desde antes de salir, pero como ya iba "tarde" no quería entretenerme entrando a algún bar.Salí más alegre y ligero y tras una rápida parada para echar una foto a la placa del final del Paseo de los Canadienses retomé la marcha con energía.

Gracias a sus pioneras técnicas de transfusión de sangre, Bethune salvó incontables vidas

El viento, antes racheado, comenzó a empujarme desde atrás cuando pasé los túneles del Rincón de la Victoria, así que en lugar de pasar a la carretera, decidí seguir por el paseo marítimo hasta llegar a Torre de Benagalbón.

Impresionantes las casas a primera línea de playa

En ese punto ya el viento volvía a soplar racheado, pero decidí mantenerme por el paseo para explorar ese tramo de la Senda Litoral por el que no había pasado nunca.Improvisé en 2017 un reto en el que uní Nerja con Estepona pegado a la costa, pero en cuanto la Senda Litoral esté oficialmente completada tengo pendiente repetirlo, porque hay tramos espectaculares.Con la mente puesta en futuros retos y los pies pisando con firmeza en el presente para completar el que me traía entre manos, llegué a Benajarafe, donde aproveché las fuentes del paseo para beber y rellenar los bidones.Mientras las nubes no lo cubriesen, el sol soplaba con fuerza y ya había vaciado uno de los botellines, así que iba a ser importante ir bebiendo con frecuencia y aprovechar toda oportunidad posible para repostar.

Una de las múltiples señales que fui compartiendo en Facebook

Aprovechando las pendientes en contra o los tramos donde el viento soplaba de cara cebándose conmigo, echaba a caminar y revisaba Facebook.Parecerá una tontería, pero en un reto tan largo saber dosificar y gestionar bien las energías es fundamental para acabar con éxito; además, el chute motivacional de saber que tienes a gente pendiente no tiene precio.

Señal clave en la carretera...

No sabría ubicar esta señal en el mapa, pero si la veo la reconocería a kilómetros...Tengo una foto con ella de una Carretera de la Muerte que Paco completo en autosuficiencia hasta El Morche, otra de cuanto le acompañé junto a Berbén, Woolley y Tenllado al bajar en su Reto Barcelona-Málaga y otra de la carretera del año pasado.

La nieve, distante compañera, volvía letal al viento...

Había notado un ligero aumento de las temperaturas tras el amanecer y se estaba bien corriendo al sol cuando no lo tapaban las nubes y el viento amainaba (si no era el caso, extendía los manguitos y me cerraba el cortavientos), pero con el paso de las horas parecía hacer más y más frío.La culpable era la nieve, invitada de última hora que además de retener a los que hubiesen sido mis compañeros de ruta, enfriaba el viento; pese a marcar 8 grados la temperatura en Almayate, cuando el viento soplaba de cara la sensación térmica era de 0 grados...Menos mal que con la experiencia de otros retos había echado cacao y crema solar, que me hidrataban y protegían del vendaval.

Con Antonio José Rojas, ciclista del Rincón de la Victoria

Me encontré con Antonio llegando a Vélez e interrumpió su entrenamiento para esperarme y echarse una foto conmigo, todo un detalle que me dio un subidón de moral.Volví al trote con fuerzas, pero aunque aun quedaban muchas horas, comenzaba a preocuparme la noche, así que decidí frenarme un poco y dosificar las fuerzas aprovechando que en población tendría que bajar el ritmo para esquivar peatones y cruzar carreteras.Aproveché para consultar de nuevo las redes y felicitar a Iván Penalba por su actuación en Dinamarca, donde una vez más se alzaba con la victoria y batía el récord del circuito.

Estatua Homenaje a Bethune junto al Río Seco

El tramo a la sombra de los edificios por Torre del Mar había sido gélido pero por suerte al volver a carretera abierta el sol ayudaba a mantener el calor corporal.

Río Algarrobo, frontera natural entre la Caleta de Vélez y Mezquitilla

Ese selfie puede parecer casual, pero no lo es en absoluto, ya que en julio del año pasado traté de hacer en solitario la Carretera de la Muerte en sentido Almería-Málaga como preparación para el Spartathlon.Físicamente me encontraba genial, pero desde las primeras horas tuve muchos problemas de acidez de estómago y reflujos y finalmente tras 172 kilómetros, abandoné el intento a menos de un kilómetro de llegar a ese río y a menos de un maratón para finalizar.El estar tan entero en ese punto, sin molestias de ningún tipo, me animó bastante, así como encontrarme de nuevo con Antonio, que venía de vuelta de su tirada en bici.Comenzaba a tener hambre, así que aprovechando el vendaval que se estaba levantando al llegar a Lagos decidí que compraría una lata de coca-cola, que suele sentarme muy bien al estómago en carrera y comería un poco de pizza.

El merendero se veía idílico, pero con el vendaval que hacía no era opción

Entré en la misma panadería en la que había parado el pasado julio y me sorprendió que no habían subido un céntimo el precio de la lata, que seguía a 0,75.Charlé brevemente sobre el tiempo con la mujer que me atendió y me despedí mientras buscaba un hueco a resguardo en el poyete del paseo marítimo para comerme un par de porciones de pizza.No encontré ningún sitio poco expuesto, así que decidí comerme una porción del tirón y coger otra para ir comiéndome poco a poco mientras me bebía la lata.Pese a ser pizza de la noche anterior, al ser de atún con verduras (espárragos, cebolla, tomate y pimiento), estaba muy jugosa y podía comérmela con facilidad.Había tenido la opción de coger también pollo tikka massala, pero el transporte hubiese sido más complicado y no sabía como me sentaría al estómago; la pizza, de momento, había sentado de escándalo, así que tras finalizar la lata, retomé el trote.

A 4 maratones de completar el objetivo

Recordaba lo mal que estaba en ese punto el julio pasado y ahora me delitaba con las sensaciones de ese momento, parecía que avanzaba flotando, por momentos empujado por el viento antes de que volviese a zarandearme desde todas direcciones.Atravesé Torrox mientras pasaba por la papelera donde había vomitado en aquella ocasión, la farmacia donde había comprado el Almax que hoy llevaba conmigo y la jardinera previa a la farmacia donde también había vomitado aquel día...Sin duda el haber corrido en ese momento con temperaturas cercanas a 40º y el fuerte nivel de exigencia al que me había sometido yo mismo no había sido de ayuda, pero estaba claro que el haber desayunado con alioli y haber almorzado comida mexicana no fue la decisión más acertada.

Monumento a la Virgen del Mar, entre Torroz y Nerja

De nuevo la carretera que recorría, camino a Nerja, estaba llena de recuerdos, especialmente de aquel Reto 360º Solidarios por Cudeca de 2015, que tengo muchas ganas de repetir al haberse producido variantes en el GR-249.No me sentía fatigado en absoluto y con la mente volando de un recuerdo a otro y maquinando nuevas aventuras llegué hasta la misma entrada a Nerja casi sin darme cuenta.

Preciosas vistas de la costa

Volví a tener un poco de hambre, así que decidí parar en el bar 7 de Nerja, frente a la estación de bus, punto de inflexión en la Carretera de la Muerte del año pasado, ya que a 50 kilómetros de finalizar la aventura, Salva decidió retirarse debido a un gran hematoma en uno de sus pies.Pedí una lata de coca-cola (a 1,80 en esta ocasión) y que me rellenasen los bidones, ya casi vacíos y aproveché la parada para comerme otra porción de pizza.Podría haberme acabado la pizza entera, al igual que en Lagos, pero estaba prestando mucha atención a mi estómago para comer hasta el punto que fuese necesario.A partir de ahí ya no era necesidad de comer, sino gula y sabía por mi experiencia en las 24 horas de Barcelona que puedo correr manteniendo ritmos cercanos a 6:30 minutos el kilómetro durante 14 horas a base de caldo y té, sin ingerir nada sólido.Así que era mejor quedarme con un poco de hambre que hartarme y generarme yo solo pesadez de estómago y demás problemas.Además, tenía una larga pendiente en contra que ascender, así que si me entraba hambre, no tenía más que parar un momento y coger otra porción, pero no fue el caso.Me puse los mejores temas en el móvil para animarme en el ascenso y aproveché que había hueco en el mirador para echarme una foto frente al impresionante Acueducto de Águila, una obra civil del siglo XIX para surtir de agua a la azucarera de Maro.

Impresionante estructura

Continué mi ascenso a buen ritmo y poco después me sorprendió pitando con énfasis un coche por la izquierda; no era el primero de la jornada, más de uno me había reconocido ya, pero se veía que era alguien que me conocía bien.

Con Antonio, compañero ultrafondista

Era Antonio, un compañero de batallas con quien charlé brevemente antes de continuar mi camino en busca del límite provincial.Recordaba que ese tramo se me había hecho eterno el paso julio y aunque las temperaturas no eran las mismas y ahora afrontaría más pendiente a favor que en contra, decidí tomármelo con calma y disfrutar de las vistas, mandándole varias fotos a Mayte.

Cala del Pino 

El mar desde los barrancos


Comencé a notarme un poco pesado, pero tras una parada rápida para ir al baño me notaba casi como nuevo.De lo que si que me había percatado ahora que iba a resguardo del viento y estaba sudando más, es que al llevar la camiseta de manga larga anudada a la cintura, el sudor me caía hacia el culo y del roce comenzaba a irritarse la piel.Cuando afronté la Ruta del Pescador acabé con esa zona totalmente irritada, con lo que bauticé como "síndrome de culo de mandril", así que aprovechando las toallitas húmedas que llevaba a tal efecto hice una buena limpieza, secándome con clínex y pasando la camiseta de la cintura al cuello.Aun notaba un ligero escozor pero ya era otra cosa y que a esas alturas esa fuese mi mayor preocupación era buena señal.Me concentré en la larga bajada que tenía por delante y desde una furgoneta de fomento escuché una voz conocida que me daba ánimos y me decía que en cuanto aparcase echaríamos un trote.Sabía que Mayte, aunque acostumbrada a mis aventuras, estaría preocupada, así que le mandé un audio con la anécdota; le despertó de la siesta, así que decidí esperar a que me escribiese ella para futuras actualizaciones.En cualquier caso tenía seguimiento de mi ubicación en tiempo real, así que no tenía por que preocuparse, estaba a un clic de saber donde estaba.Tras un largo ascenso y un par de curvas de herradura divisé a los lejos la furgoneta y junto a ella y vestida de corto, a Víctor, de Alfarnate, a quien conocí durante el reto por Cudeca.

Subiendo poco a poco las cuestas

Me dijo que al ver en mi publicación de esa mañana que salía solo y en previsión de que le tocaba esa zona, había echado ropa de correr para acompañarme un tramo.Sería breve, ya que le pillaba trabajando, pero al menos no correría solo hasta el límite provincial, al que charlando sobre futuros retos, como el Festival de Ultrafondo de Murcia en mi caso o la Copa Provincial de Trail en el suyo, llegamos casi sin darme cuenta.

Selfie de despedida junto al cartel

Al volver a trotar en solitario puse un ritmo trotón para terminar de ascender los últimos repechos antes del largo descenso hasta La Herradura.

Poco a poco iba avanzando hacia Almería

El tramo malagueño, a excepción de Nerja al límite provincial, es desde mi punto de vista el más asequible, ya que el desnivel es muy limitado.Le seguiría el tramo almeriense, donde hay más desnivel a favor que en contra saliendo desde Almería, pero aun así hay buenos repechos y por último la costa granadina, donde da igual por donde empieces que vas a tener que caminar en un buen número de cuestas...

¡Cuesta sorpresa a la vista!

Mi mente había borrado por completo las cuestas que había entre La Herradura y Almuñecar, probablemente porque en ambas ocasiones las había afrontado a favor y por ello el tramo al que temía era el de los acantilados de Maro y Cerro Gordo, así que me la tomé con filosofía.Releí los grupos del club de atletismo, ultrafondo nacional y el propio de la Carretera de la Muerte y aproveché para revisar el Facebook y antes de darme cuenta estaba descendiendo rumbo al bar del Hostal Medina, otro clásico de la quedada.Está abierto 24 horas y no es caro, así que aproveché que volvía a tener algo de hambre para echarle comida sólida al estómago ahora que podía, reservando la pizza para la noche, cuando no tuviese ocasión de comprar nada sobre la marcha.

Una tostada con atún y tomate y coca-cola; 4 euros

No me gusta dejarme comida, pero con semejante tamaño, me costó acabarme la primera tostada, así que me dejé algo más de la mitad de la segunda.Me bebí poco a poco la coca-cola mientras cargaba el reloj en la barra y tras ir al baño salí con energías, a sabiendas de la gran cuesta que me esperaba rumbo a Velilla.

Atardecer en Almuñecar

A mitad de cuesta paré en el arcén para cambiar las gafas de sol por el frontal, ya que la luz comenzaba a escasear y aproveché también para encender las luces de posición traseras, ya que toda visibilidad es poca cuando corres por carretera.Además, puse a cargar el móvil, que ya bajada del 50% de autonomía (llevaba desde las 6 de la mañana en uso con bastante tiempo de pantalla y GPS conectado ininterrumpidamente).Lo coloqué tras el botellín derecho, del revés, para que el cable entrase bien en la clavija y el sonido de los altavoces me llegase con nitidez sin tener demasiado volumen y así fui poco a poco ganando altura y desnivel, camino a Salobreña.

Salobreña al fondo; el castillo, a la izquierda

Al llegar a uno de los puntos más altos, decidí coger el móvil para echar una foto al paisaje nocturno y para mi sorpresa, no estaba cargando.Para evitar que el cable se saliese lo había retorcido un poco para introducirlo por un hueco de la mochila y mantenerlo fijo y se ve que se había dañado.Por suerte, Rubén Delgado, se ofreció a buscarme uno, así que me pude quitar una preocupación de la cabeza; gracias a la carga rápida tenía ya casi un 90% de batería y al menos en una postura en concreto parecía que se mantenía la carga...Comenzaba a tener algo de apetito, pero como sabía que la gasolinera de Salobreña estaba cerca, decidí esperar y guardar la pizza como último recurso.

El año pasado, en la quedada oficial, estaba cerrada, pero sabía de mi tentativa en solitario en julio que ahora había vuelto a abrir, así que aproveché un parón del tráfico para cruzar y no tardé en ver las luces.

Quería comprar algo salado, pero demasiado grande para no tener que cargar con ello si me saciaba antes, así que me decidí por un paquete de Triskys y una lata de coca-cola.

Tan solo había pasado un momento en la gasolinera, lo justo para coger las cosas y pagar, pero al salir la sensación que tuve fue de que la temperatura había bajado un par de grados, como poco; además, el viento ahora arreciaba.

Decidí correr hasta el Guadalfeo para volver a entrar en calor mientras me iba comiendo poco a poco las patatas y ya cuando pasé el río, que bajaba con fuerza, pasé a un trote suave y abrí la lata de coca-cola.

Me arrepentí al momento de no haber cogido una botella, ya que al trotar me iba salpicando y tuve que ponerme a andar hasta que me acabé media lata.

Al menos estaba andando porque quería y no por que no tuviese fuerzas, había que mirar el lado positivo...

Cuando me acabé la mitad de la lata la plegué por la mitad para que con el bamboleo no salpicase y decidí guardar las patatas para la vuelta, ya que el sabor no era el esperado y no me estaban sentado bien, así que as guardé bajo el poste que marcaba el kilómetro 330 de la N-340.


Eterna recta...

Ahora que la lata no salpicaba y tenía la otra mano libre apreté el paso para dejar cuanto antes la recta atrás, ya que el viento venía de cara por momentos y además de frenarme considerablemente, me dejaba helado.

Me concentré en la respiración y fui aprovechando los momentos en los que el viento me daba un respiro o incluso me empujaba desde detrás para subir un puntito el ritmo y así llegué a Torrenueva, donde pude tirar la lata, ya vacía a una papelera y correr con comodidad de nuevo.

Al resguardarme los edificios del viento rompí a sudar, por lo que aproveché la cuesta de salida para caminar mientras me remangaba los manguitos y me secaba el sudor de la espalda con un clínex.


Ya me quedaba por recorrer menos de lo que llevaba recorrido

Aproveché también la pendiente para repasar las redes sociales y me di cuenta de que ese tramo desde Málaga a Torrenueva se me había pasado volando.

Si, el viento era un fastidio y comenzaba a hacer bastante frío, pero aprovechándolo cuando soplaba a favor y abrigándome más cuando soplaba en contra estaba manteniendo la mente ocupada y las horas había pasado casi sin darme cuenta.

Pude librarme un poco del viento en la recta entre Carchuna y Calahonda, se notaba que al estar más separado de la costa no tenía tanta fuerza, aunque poco después volvería a soplar con furia.


A menos de 100 kilómetros del destino final...

En el ascenso al túnel de La Rijana tuve la suerte de que el viento soplase con gran fuerza desde detrás, de forma que manteniendo yo un trote suave parecía empujarme hacia el túnel.

Me pasé la camiseta de manga larga a la cintura para calentarme la zona de los riñones y los muslos y apreté el paso para llegar cuanto antes arriba.

Al otro lado de la montaña el viento soplaba ladeado, pero al menos me vendría bien para aumentar la temperatura corporal, ya que pese a llevar la mochila en la espalda comenzaba a quedarme helado.


Mi última publicación del 2 de febrero...

En el descenso a Castell de Ferro el viento cesó por completo, así que volví a remangarme y abrirme el cortavientos.

Ya era medianoche, así que sabía que sería poco probable que encontrase algo abierto para rellenar los botellines, que estaban ya secos; por suerte, conocía una fuente donde pude beber y guardar agua sin problema.

Me sorprendió ver las luces de un bar abierto y decidí aprovechar para comprarme un café, ya que comenzaba a notar el peso del sopor en los párpados y la noche prometía ser larga.

Al acercarme me echó para atrás un intenso olor a Marihuana, de varios porros que se pasaban unos chicos jóvenes que hablaban en árabe, pero necesitaba el café, así que pasé entre ellos mientras me miraban de arriba abajo y me dirigí al camarero.

Le pregunté si tenía café y me contestó negativamente, así como a latas o botellines de coca-cola, ya que solo tenía envase de cristal.

Me despedí y salí fuera mientras los muchachos cuchicheaban y aunque la pendiente estaba en contra, troté hasta girar la curva y ahí ya terminé de ascender la pendiente caminando.

Sabía que entre el cansancio y la privación de sueño solo era cuestión de tiempo que alguna alucinación amenizase el camino y precisamente a la salida de Castell de Ferro pude ver con todo detalle como se abría una enorme sima en el suelo.

Lógicamente no podía ser real, pero ahí estaba viéndola; todo aquel que ha experimentado alguna sabe que no puede ser cierto, pero el detalle era impresionante.

Con un poco de vértigo me acerqué a la entrada y en ese momento me di cuenta de la realidad, al ver que se reflejaba una farola en lo que realmente era un gran charco de agua; es impresionante como te pueden llegar a engañar los sentidos.

A continuación me encontré con una disyuntiva, ya que había 2 señales que contenían "N-340", una a secas, que indicaba ascenso y otra, la "N340-a" si no recuerdo mal, que te mandaba recto.

Recordaba de mis anteriores participaciones que antes de llegar a Castell de Ferro desde Almería había que ascender y descender una empinada cuesta, así que decidí hacer caso a la señal de N-340.

Pese al cansacio, la fatiga y las alucinaciones, hasta ese momento tenía claro que si llegaba así a Almería, tras descansar unas horas estaría en condiciones de volver, pese a ir y volver solo y en autosuficiencia; pero esa decisión acabaría echando al traste la idea...

El viento arreciaba con fuerza y más frío que antes, así que paré al principio de la cuesta para ponerme la camiseta de manga larga y los guantes.

Tras 2 kilómetros de fuerte pendiente, en la que ascendí 120 metros de desnivel positivo, encontré un cartel de bienvenida a la A-7.

Vale, eso no me lo esperaba y no lo recordaba así, pero como disponía de un amplio arcén y en el primero de los túneles tenía hasta acera para cruzar sin problema, supuse que sería un tramo compartido entre ambas vías.

Lo bueno es que a esa altura el viento se había tornado brisa y la temperatura era al menos un par de grados superior a la de la costa, por lo que me remangué la camiseta de manga larga y le quité la manopla a los guantes.

Unos 3 kilómetros después de cruzar el primer túnel, vi un desvío hacia Castillo de Baños y decidí revisar con el móvil si debía tomarlo o continuar.

Parecía que había salidas más adelante y si continuaba recto, prácticamente se unía la A7 con la carretera de la costa poco antes de llegar a Adra.

Recordaba que Eduardo y yo casi nos metemos en la misma bordeando un pueblo en la edición anterior; aunque no recordaba cual era, si lo veía desde arriba podría reconocerlo sin problema.

No había mucho tráfico y el arcén era ancho, así que trotaba tranquilo aprovechando las enormes cuestas para caminar, cuando de repente, vi unas luces acercarse a toda velocidad desde la distancia, justo después de salir de otro túnel.

Al dirigir mi frontal hacia el vehículo pude distinguir que era una furgoneta de Fomento, desde la que el conductor me gritaba con furia en la voz.

No entendí la mayor parte de las cosas que me decía, pero lo último que escuché mientras paraba la furgoneta en el carril del otro sentido era "¡que te vas a matar desgraciado!¡no hagas ninguna tontería que tu vida está en juego!"

Ahora, en perspectiva, se que mi reacción no tuvo ningún sentido, ya que por lo visto debido a lo confuso de las indicaciones, mucha gente, tanto a pie como en bicicleta, se equivoca y se mete en ese tramo de autovía; seguramente el muchacho de fomento solo quisiera ayudarme, pero en ese momento me monté una película yo solo.

Me puse en la piel del muchacho de fomento y ¿que pensaría yo si veo a un hombre con prominente barba, la cabeza tapada y una mochila enorme corriendo solo a las 2 de la mañana por la autovía?

Lo primero que se me venía a la cabeza era que fuese algún tipo de terrorista que cargase con algún arma o explosivo para sembrar el caos al amparo de la noche, así que con una ansiedad como hacía mucho tiempo que no experimentaba, me puse a correr como alma que lleva el diablo.


No sabía de donde sacaba la energía, pero si que me pasaría factura...

Intentaba dar sentido a mis pensamientos, pero de repente, el cartel luminoso que informaba del fuerte viento cambió por "Alerta, peatón en la vía".

Se me heló la sangre en las venas y notaba como las piernas me flojeaban, pero en ese momento solo tenía dos opciones, darme la vuelta o continuar, así que decidí hacer lo primero, con todas las fuerzas que tenía para salir de esa situación cuanto antes.

Tras el túnel a la altura de la mamola vi un coche con los cuatro intermitentes puestos en la parte izquierda de la carretera, en un arcén y pensé "ya está, la policía secreta ha venido a por mi".

Me encontraba hasta mareado por las emociones, pero cuanto antes pusiera fin a la situación, mejor.

Aproveché que no venía ningún vehículo para ponerme en la parte izquierda de la calzada, pero para mi sorpresa, cuando estaba a menos de 2 metros del coche, vi como el conductor se revolvía en el interior, arrancaba y aceleraba de forma atropellada.

Me quedé parado en el sitio mientras notaba como el corazón se me quería salir por la boca y las fuerzas parecían abandonarme y me di cuenta de que seguramente sería alguien consultando la ruta o descansando un momento al que había sorprendido con mi aparición.

No podía aguantar más la presión de no saber qué iba a pasar, así que saqué el móvil y me pareció ver que a mano derecha había una vía de servicio.

Quedaba a varios metros por debajo de la autovía, pero aprovechando un canal de desagüe de cemento me deslicé con facilidad y tras saltar una pequeña alambrada y ver que si seguía descendiendo llegaría al nivel del mar me entraron ganas de llorar.


Vertiginoso descenso de la A-7 a la N-340

El primer kilómetro fue el peor, ya que el asfalto estaba en muy mal estado y la pendiente era infernal, pero enganché tramos con carril y tras una salida cerrada por una valla y 3 kilómetros después de dejar la autovía, volví al buen camino.

Estaba chorreando en sudor, me notaba vacío, sin fuerzas y el viento me zarandeaba con mayor fuerza que en todo el reto, moviéndome de un lado del arcén al otro como si fuese un muñeco.


Pese a todo lo vivido en las últimas horas apenas había avanzado...

Necesitaba otra capa de ropa, ya que ahora templaba pero no por la ansiedad, sino por el frío, pero no quería pararme hasta estar a resguardo del vendaval.

Por suerte La Rabita no quedaba lejos, pero la suerte no estaba de mi lado y un mastín de una de las fincas encontró su hueco entre las verjas y salió a recibirme a la carretera.

Se plantó en la parte derecha del desvío hacia el pueblo, con la cabeza agachada, la mirada fija en mi y el culo levantado... como hacen mis perros cuando quieren jugar, aunque en ese caso preferí no arriesgarme y decidí dar un rodeo.

Por momentos me acercaba muchísimo a la A-7, que quedaba por encima, en la que pude distinguir unas luces como las de la furgoneta de fomento avanzando despacio por el carril derecho.

Parecerá una tontería, ya que desde su posición sería difícil ver nada, pero apagué mi frontal y mis luces de posición y avancé a oscuras hasta que llegué a la entrada a la rambla del Barranco de las Angosturas, desde donde vi como las luces se perdían en la distancia antes de encender las mías.

Aproveché que estaba al fin a resguardo del viento para improvisar una máscara con dos buff y ponerme el chubasquero como última capa, pero aun así estaba helado.

Sabía que el esfuerzo que había hecho en los últimos kilómetros me había dejado agotado y en esos momentos, con llegar a Almería me podía dar por satisfecho; la ida y vuelta tendría que ser, definitivamente, en otra ocasión.

Fui trotando hasta El Pozuelo tratando de entrar en calor y allí pude rellenar los dos botellines, que había dejado secos nada más llegar de vuelta a la N-340.

Aproveché que el muro de la fuente me protegía del viento para comerme lo que me quedaba de pizza y cambiarle las pilas al frontal, que ya casi ni alumbraba.

Estaba tan congelado que no sentía las manos desde las muñecas, pero entendía que al tener a gente pendiente de mi era mi responsabilidad informarles al menos de que estaba bien.


Mandé este selfie indicando que estaba bien pero ahí ya no lo estaba

No había apenas tráfico por la N-340 a esas horas de la madrugada, pero cuando escuchaba algún coche de lejos pensaba que venían a por mí, se me aceleraba el pulso y tenía que apretar el ritmo.

Me sentía como un fugitivo y mentalmente establecí mi refugio en el cambio de provincia, ya que Víctor me había dicho cuando me acompañó al límite provincial que las furgonetas de fomento de una provincia no pueden pasar a otra.

Mantuve velocidad de crucero hasta que, al fin, divisé a lo lejos la señal del cambio de provincia.


¡Al fin!

Me relajé tanto que me puse a caminar y cuando me di cuenta me había quedado dormido por un instante y me había tropezado con la valla del quitamiedos.

Nunca me había pasado algo así, normalmente soy consciente de que el cansancio se va incrementando de forma progresiva y puedo ofrecer resistencia, pero en esta ocasión había sido cosa de menos de un minuto.

Tenía a mano un pictolín, que me eché a la boca con la esperanza de que me ayudase a mantenerme despierto y por momentos, así era.

Mi único objetivo era llegar a Adra, ya que según el móvil había un bar 24 horas donde podría tomarme un buen café y hacer acopio de chicles y caramelos para mantenerme espabilado.

Una vez amaneciese sería sencillo mantenerme alerta, pero entre el frío, que me tenía machacado y que me notaba vacío, era presa fácil de las alucinaciones.

Numerosas piedras del otro lado de la carretera tomaron la forma de cabras esa hora e incluso un arbusto parecía un mendigo hasta que estuve a menos de un metro de él; por momentos la línea de la realidad se iba difuminando...

Al menos cuando tenía pendiente a favor conseguía hacer acopio de las fuerzas suficientes como para echar a trotar y me espabilaba, pero cuando la pendiente venía en contra y especialmente cuando el viento me frenaba notaba como las fuerzas me abandonaban por momentos.

No se cuanto tiempo tardé en llegar a Adra, pero la batalla mental fue más agotadora aun que los efectos del frío y el cansancio físico.

Llegué hasta el punto donde se suponía que estaba el bar 24 horas pero no vi nada abierto; por suerte en ese momento pasaba un hombre por la calle y aproveché para preguntarle donde podía desayunar.

Me dijo que iba a un bar que solía abrir a las 5 de la mañana y si le acompañaba llegaríamos en cosa de un par de minutos y eso hicimos.

Dentro estaban ya dos hombres, uno de ellos sordo, jugando a la máquina tragaperras y hacía una temperatura muy buena, así que me fui quitando la ropa capa a capa y me pedí un café bien cargado y media tostada con tomate y aceite.

Aproveché para limpiarme el sudor frío de los pliegues de la piel, como en las axilas o los muslos y compré dos paquetes de chicles, de menta y hierbabuena y uno de halls de menta fuerte.

Quedaban poco más de 2 horas para el amanecer, pero me estaba costando un esfuerzo enorme mantenerme despierto y toda ayuda sería poca...

Tras pagar la cuenta y temeroso de que el choque térmico al salir me dejase helado, me vestí a toda prisa nada más terminar de comer y los primeros 500 metros en el exterior los realicé trotando para poder entrar en calor de nuevo.

Tenía el cuerpo cortado y me comenzaban a doler bastante los pies y gemelos, así que me tomé un ibuprofeno.

No me ayudó a mantenerme despierto, así que tras una rápida parada para ir al baño decidí echarme varios chicles a la boca y revisar las redes sociales para ver si al mantener la mente ocupada el sueño se quedaba a raya.

La luz del móvil me molestaba en los ojos, emborronándome la visión y por momentos se me olvidaba masticar el chicle, así que lo escupí y probé con un halls.

Noté una mejora casi instantánea, ya que aunque no hiciese nada, se iba disolviendo en la boca y el intenso frescor que emanaba me fue espabilando.

Al llegar a la albufera de Balanegra comenzaba ya a intuirse en el horizonte el amanecer y aunque ahora el viento soplaba de cara, la fuerza era insignificante en comparación a la que traía horas atrás...

Tan cerca del objetivo y con tan pocas fuerzas...

Aproveché para escribirle a Rubén, que intuía que estaría ya preparándose para correr la media maratón de Almería y en efecto, no tardó en responderme.

Tenía el cuerpo cortado y no conseguía entrar en calor, así que le pedí que me acercase una muda de manga larga, ya que la ropa que tenía de recambio era de manga corta.

Me amaneció andando sin fuerzas entre invernaderos, en la vía de servicio de la A-7.

Iba alternando halls con chicles y poco a poco notaba que me costaba menos trabajo mantenerme despierto, pero el dolor en pies y gemelos iba en aumento...

Probé a trotar un poco en los pequeños tramos con pendiente a favor y en la entrada a El Ejido, donde conseguí mantener un buen ritmo desde la gasolinera de la entrada hasta el bar de Calle Amaranto donde desayunamos el año anterior.

Allí me tomé otro café con otra media tostada, aproveché para rellenar los bidones y bebí también bastante agua para que el ibuprofeno y los cafés no me sentasen mal.

Pese a haber descansado durante el desayuno, al retomar la marcha me notaba mucho más anquilosado aun, así que aproveché la mediana a la salida de El Ejido para quitarme los calcetines de dedos y las calcetas, que aunque no eran de compresión, estaban ya realmente apretadas.

Me costó doblarme para quitarmelas y por un momento la sensación fue dolorosa, ya que al volver a ponerse en circulación la sangre por las piernas y dedos de los pies la sensación fue dolorosa, como cuando metes las piernas en el agua de la playa y está helada.

Unos instantes después la sensación de frío dio paso a una de calor mientas notaba las pulsaciones en las piernas y pies y tras elevar un minuto las piernas, colocándolas sobre la mediana, guardé las calcetas, tiré los calcetines, destrozados y me volví a calzar los huaraches.

Así quedaron los calcetines... las piedrecitas los habían horadado...

El dolor había menguado en gran medida, pero me notaba muy entumecido y comenzaban a molestarme los peroneos, así que decidí avanzar caminando, sin prisa.

Por muy lento que fuese no me iba a pillar una segunda noche, era un buen consuelo...

A "solo" 30 kilómetros del destino... eternos en esos momentos...

Aunque avanzaba buscando el sol, no notaba que calentase, seguía con el cuerpo cortado pese a llevar camiseta de manga corta con manguitos, camiseta de manga larga, cortavientos y chubasquero.

Tras unos kilómetros alternando marcha y trote suave pude quitarme el chubasquero y con el paso de más kilómetros acabé por quitarme también la camiseta de manga larga, pero seguía con el cortavientos abrochado porque la más leve brisa me provocaba tiritones.

Paré por segunda vez para elevar las piernas, ya que volvía a notar un dolor más intenso de lo normal al caminar y al fin, tras muchísimas horas, volví a tener sensación de calor.

Entré a un bar a preguntar si tenían frutos secos o similar para echarle más sodio al cuerpo y el termómetro del interior marcaba 20 grados, así que la temperatura al sol debía ser varios grados superior.

Un par de kilómetros después encontré una gasolinera donde me compré un botellín de coca-cola y bebiéndomela poco a poco fui revisando Facebook.

Poco más de media maratón para lograr el objetivo...

Avanzaba por una vía de servicio de la A-7 camino a La Puebla de Vícar, por un estrecho arcén que compartía con trabajadores de los invernaderos que caminaban o llevaban su bicicleta de una zona a otra.

Esa era la distancia que me separaba de la mediana, la justa

Rubén ya había acabado su media maratón y me comentaba que me esperaría en el Indalo de meta en Almería con su mujer y una de sus hijas y mi hermana me mandaba ánimos y me pedía actualizaciones cada media hora.

Mandé una nueva ubicación en tiempo real a Mayte (caducan a las 8 horas como máximo) pero le pedí que no me dijese por donde iba ni lo que me quedaba.

Ya lo sabía de todos modos, pero avanzaba tan lento que medía el paso de los kilómetros en canciones; 3 canciones tardaba aproximadamente en hacer un kilómetro...

En aguadulce me encontré a Juanjo Duarte con su familia, que me animaron y me echaron una foto; iba tan zombie que me choqué con un coche aparcado tras saludarles, me costaba coordinar pensamiento y acción.

Pasando ya los 200 kilómetros ampliamente...

Sabía que no quedaban ya muchos kilómetros, 10 como mucho, pero la pregunta no era cuantos faltaban, sino cuantas horas iba a tardar en recorrerlos.

Estaba totalmente convencido que sin el derroche energético que empleé en dejar la A7 y volver a la N-340 y el consiguiente choque térmico que tuve de pasar de correr a cerca de 5' el kilometro al caminar la situación hubiese sido muy diferente, pero ya no se podía hacer nada.

Intentaba no parar mucho, apenas unos segundos mientras me cercioraba de que el tráfico me permitía cruzar a los túneles sin problema, que aprovechaba para hacer movilidad balística con las piernas, tratando de estimular la circulación.

Últimos kilómetros del reto

Algo más de una hora tardé en llegar al último túnel, que crucé caminando totalmente agotado; sabía que el fina estaba cerca, pero hasta que no viese al Indalo no me atrevería a hacer el último cambio de ritmo...

Cambié de parecer cuando a lo lejos distinguí la silueta de Rubén, que venía a recibirme al trote grabando un vídeo.

Me animé a trotar tras él, pero tras unos metros volví a caminar, ya que las fuerzas eran las justas.

Estuvo contándome como le había ido en la media y me confirmó lo que habíamos hablado por whatsapp poco antes, que me invitaba a dormir a su casa para que no comiese solo, todo un detalle.

Llegamos juntos a la acera izquierda en paralelo al Parque Nicolás Salmerón y me indicó donde se encontraba la estatua que hace las veces de meta.

Se adelantó y grabó la llegada, tras lo que su hija nos echó una foto con el Indalo.

Me sentí como si hubiese llegado a los pies de Leónidas, aunque me hubiesen faltado 36 kilómetros para equiparar la distancia del Spartathon.

En cualquier caso, me había enfrentado a muchas más dificultades de las que había esperado, a una noche muy dura y sobre todo, a mí mismo; y había salido victorioso.

Fin.

Creo que en los once años que se lleva realizando este homenaje ha sido la primera vez que un único corredor ha completado la distancia en solitario de salida a meta.

En cualquier caso, puedo confirmar que la dureza y la dificultad se eleva a niveles insospechados, ya que pese a las inclemencias del tiempo, para mí fue más duro el no tener a nadie para consultar la ruta o simplemente conversar.

Pese a todo, mejoré mi tiempo en algo más de una hora y cuarto con respecto a la anterior edición y creo que el margen de mejora es bastante amplio.

No pudo ser este el año de la doble Carretera de la Muerte, pero queda pendiente para otros años; quizá el que viene, quizás el siguiente, pero llegará su momento.

Gracias a todos por estar pendiente de estos retos y brindarme vuestro ánimo y apoyo.

¡Va por ustedes!