Xiamen, toma extra y fiesta de despedida...

Por Viajeporafrica

Mientras Chenmó espantaba los espíritus que querían entrar en la casa, el resto del equipo empezaba a preparar la huida. Afuera continuaba la llovizna. El Buda andaba medio tristón, el olor a final recorría el ambiente. A pesar de todo ello, aún nos quedaba encontrar las fuerzas para grabar una escena fuera de programa, confeccionada especialmente para inmortalizar al equipo de producción, y a todos los amigos que habíamos encontrado durante el largo camino de esta aventura en Xiamen. Así fue que una mañana gris de algún día de Diciembre, la cámara se prendió bajo la lluvia por última vez para bizarrearle, con más convicción que nunca, otra inmortal página a la vida.

De a poco iban llegando todos los invitados al centro de exposición de
Xiamen. Una vez que éramos todos los que estábamos y estábamos los que éramos, nos entregamos por un largo rato y en silencio al famoso "baile de la garrita". De fondo se escuchaba el famoso "uoooo uooooo, uoooo, uoooo", al tiempo que un chino muy piola nos dirigía en una insólita e inolvidable coreografía de orgullo y disciplina asiática. En las tomas se veían personas desorientadas, pero muy alegres y con sonrisas que delataban una genuina diversión. Empezó a llover más fuerte, finalmente se apagó la lucecita roja de la cámara, y no nos quedó otra que salir corriendo a refugiarnos y a ultimar los detalles de la partida de Xiamen.

Ironías del destino mediante, el último problema que íbamos a tener en China, iba a ser con la inmobiliaria por el asunto del depósito. Vinieron dos empleados a controlar que todo estuviera igual que al principio dentro de la casa, y con una caradurez asombrosa y una paciencia china que por primera vez me dio algo de miedo, intentaban convencernos que por haber movido dos muebles de lugar, no iban a devolvernos la plata. Absolutamente inmutables, se quedaron discutiendo dentro del departamento por un lapso de tres horas. Para no caer en la tentación de agarrarlos del cogote y cagarlos a patadas, no nos quedó otra que e mpezar a turnarnos. Mientras tanto, todos corrían de un lado al otro de la casa armando sus valijas y juntando sus pertenencias. Como en un momento entendimos que no charlando no íbamos a llegar a ninguna solución, les dijimos que mejor íbamos a resolver el asunto con el jefe a la inmobiliaria.

Muy apurados, porque todavía nos quedaba un buen trecho del día por delante, bajamos por el ascensor con Vico, Juli y Fede en una especie de plan "matón descontrolado". Después de tanta inútil explicación que fue socavando los ánimos, no nos dejaron más opción que empezar a volvernos locos. Era una suma importante que tranquilamente podríamos precisar y que de ninguna manera pensábamos resignar. Llegamos a la inmobiliaria y ahí estaban todos, con la misma postura y cara de póker diciendo que no tenían la plata en el momento, que teníamos que esperar a la mañana siguiente. "No me digas chinae... Yo ya te comenté en varias oportunidades que "la mañana siguiente" nosotros nos tomamos un tren a Shanghai"... Que no, que mañana, que tal, que cual... La conversación se empezó a subir de tono hasta que chan chan: lo vimos a Fede metiendo dedo índice en el pecho del jefe y a un par de secuaces.

Siguiendo esta línea de acción Marcelliana, empezamos a acorralar empleados por toda la oficina en plan matón de poca monta. Uno parado en la puerta mirando que no venga nadie, y el resto acorralando cada uno a un grupo distinto. Para el título de "pandilleros" sólo nos faltaba un bate de béisbol. Los chinos se empezaron a hacer los rockeros, hasta que Fede empezó a arrebatar los monitores de las computadoras amagando a sacarlos del local. Ese fue el momento en que los chinae cedieron y nos dijeron que le diéramos quince minutos que nos llevarían la plata al departamento. "Chinae... Te esperamos. Quince minutos. Si no te rompemos todos los vidrios del local por chorro". Santa solución. Apareció uno de los chicos con la plata, le dimos las gracias y acá no ha pasado nada. Clink caja. El último objetivo administrativo había quedado cumplido. Sólo restaba entonces rescatar un poco el olor corporal para asistir al último evento en Xiamen: la cena de despedida...

Porque claro, Alfredito armó una despedida oficial en "Tuto Bene", el restaurant que mejor nos dio de comer en nuestras andanzas chinescas; y para que no digan que Chile y Argentina no se quieren, ahí estábamos nosotros, poniéndole la trompa al rock y desplegando banderas que hablaban muy bien sobre una genuina unión latinoamericana. No voy a nombrar a todos los que estaban porque eran muchos, pero Alfredito desparramó generosidad con ametralladoras, armó un menú a base de todas las cosas ricas conocidas, y nos sentó en la parte de arriba del restaurant... en donde finalmente ocupábamos todo el piso y armamos un fiestón.

Luego de comer demasiado rico y demasiado mucho, se largó la bailanta, y mientras "Tabletita" Sesma se cobraba su trabajo con la previamente pactada botella de whisky, alguien gritó:
"¡Se desmayó la Bong!". De pronto lo vemos a Bong (amigo de la casa) tirado en el piso, pero a nadie de los que estaba alrededor ayudándolo a recobrarse de su lipotimia. No llegué a terminar de ver el desenlace de los hechos, porque cuando me di vuelta para ver si alguien estaba observando lo mismo que yo, "Tabletita" me puso otro vaso lleno de Black Label en la mano al grito de "¡Salud!". Evento aparte... no me pude mover en toda la noche de la compañía de Sesma de lo que me hizo mear de la risa. Los recuerdos me llegan borrosos por las lágrimas de las carcajadas desatadas por un mucho más que un brillante y sumamente innovador, humor amarillo.

Cuando ya se veía que estaban todos claramente drogados y borrachos, las encargadas se empezaron a dar cuenta que no nos sacaban del restaurant ni con la orden de Mao. Esta coyuntura dio lugar a un relato de lo más impactante. La "Luba" y sus amigas del bar, quienes estaban a cargo de la "monada", o sea nosotros; luego de pedirnos en repetidas ocasiones que por favor así: "vayamos saliendo", cortaron repentinamente la música y muy solemnemente empezaron a dar un discurso que más o menos decía "Queremos agradecerles a nuestros amigos argentinos que han dejado su huella en la ciudad y que llenaron de magia nuestras vidas y que...", mil cosas lindas que me sacaron el pedo de whisky por medio segundo y hasta casi me hacen emocionar... Gracias a dios "casi". Éramos muchos, todos nos mirábamos entre todos no entendiendo nada, y ya la cosa se había puesto romántica.

Las chicas continúan con el speech: "Para agradecerles por tanto que nos han dado y la toronja del pato, los invitamos a salir a la vereda que tenemos una última sorpresa preparada". Fede, a juzgar por los gestos que llevaba en su cara, estaba esperando que aparezca Lady Gaga de atrás de un árbol. A cambio de eso, apenas estuvimos todos parados en la vereda llenos de expectativas y mirando hacia las ventanas del restaurant esperando que pase algo, se empezó a cerrar la reja y vimos cómo además, en cuestión de cinco milésimas de segundo, todas las luces se apagaron. "Brillante" es una palabra insuficiente.

Sí, nos habían echado de la forma más brillante y elegante que alguna vez vi. No podía parar de aplaudir lo malicioso, pero efectivo del recurso. Fue lo más Simpson que me pasó en la vida real y no pude hacer nada más que seguir riendo a carcajadas por el resto de la noche. Nada importó, porque casi como por arte de magia, a los cinco minutos me vi, acompañado por otras treinta personas, entrando a un Karaoke. La vida ya estaba a cuadros. Me quería ir a vivir con todas las caras que veía. Si algo le faltaba a este estado de emoción, era que alguien pusiera otra botella de Black Label en la mesa. Gasti me miró con ojitos pillos y brillosos... Brindis, brindis, un poco de pérdida de conciencia y otro poco más de brindis... La noche se esfumó. Pocos recuerdan cómo volvieron a la casa. Hay fotos muy comprometedoras que por cuestiones éticas no puedo postear.

Al día siguiente: "cualqui" dirían en el barrio. A "Tabletita" se le había borrado la cara de pillo y a cambio pedía perdón porque no se podía mover. La gente corría de un lado al otro de la casa muy mareada, atiborrada de cansancio y resaca. Varios se trataban de lavar los dientes con cepillos que no eran propios, otros cerraban bolsos, y los más falopas trataban de no olvidarse alguna computadora debajo de la cama. No se podía creer la cantidad de pelotudeces que todavía había alrededor. La cuestión es que se había hecho muy tarde demasiado temprano, por lo que todos estaban concentrados en auto evacuarse y a las corridas para intentar no perder el tren. Solamente quedamos en la casa, Vico, Fede, y yo, junto a dos hologramas de los chicos de la inmobiliaria que pedían que moviéramos los sillones a su lugar original. Nunca en mi vida había tenido tanta capacidad de cagarme en la presencia de alguien que me hablaba. Corríamos los tres a los gritos de: "¡Boludo, perdemos el tren! ¡boludo perdemos el tren!".

Sacamos las últimas diez cajas de petates como pudimos... literalmente "a las patadas", pero finalmente logramos dejar la casa limpia y sin miserias mayores. No tuvimos tiempo de mirar atrás, ni de despedirnos de Ming Fa. Exacerbados y adrenalínicos saltamos sobre un taxi: "train station, please". El auto no se movía, y un chino, probablemente el más chino del mundo, nos miraba sin entender una sola palabra de lo que decíamos. Sus no gestos indicaban que además, nunca nos iba a entender. De nuevo: "Chuuu chuuuu, chaka chaka chaka", "Fiu, fiuuu". No había caso, estaba pasado en chino. Juro que si Vico y Fede no me paraban, estaba listo para arrebatarle el volante y llevarme el taxi de prepo. Obvio que al final perdimos el tren, pero como China en algunas cosas es muy avanzada, y en algunas ciudades está llena de primer mundo, nos cambiaron el pasaje sin cargo para el tren que salía a la hora siguiente.


Ahí sí tuvimos tiempo de suspirar, de mirar un segundo alrededor y de decir "chau" a poco más de dos meses, que mucho más que un sueño, fueron un sueño cumplido. Otro lugar que se quedaba con un pedazo de nuestras vidas, al que sabemos que por más que volvamos y volvamos, lo ocurrido no se va a repetir nunca más. Cuando la experiencia se hace tan única, tan irrepetible y tan valiosa, entiendo que todo el esfuerzo invertido y la locura desparramada han valido la pena y han cobrado sentido.
Hasta pronto Xiamen, hasta pronto gente linda. En cualquier momento de esta alocada y vertiginosa vida nos volveremos a ver. Lo que sigue es Shanghai... lo invito a que nos siga. Muchas gracias por leer...