Hoy
Explorar una casa de sábanas blancas hasta los límites. Olvidar los usos de los verbos en futuro.
Y un poema que arranqué a un libro en la Puna argentina, y del que no recuerdo el nombre.
¿En qué otra ocasión llegaste hasta la puerta del Rey Cacao?
Era el alba, mi mujer estaba encinta y yo
no quería al niño. Los monos aulladores rugían
como leones de imitación entre las ceibas y los hombres armados
bebían las aguas del cocodrilo. La cresta de los techos,
las montañas personales del rey, estaban escondidas en la niebla.
Esa vez, ¿cómo te pusiste en tan significativo riesgo personal?
Trepé la cadena de vértebras que llega tan alto
como se trevan los mortales. Circundé una senda estrecha
y recé. El verso blanco empezó a latir dentro del cráneo.
¿Fueron contestadas tus plegarias?
El niño murió antes de nacer. Salimos
de Guatemala cantando. Grabé la historia de
nuestro amor en una piedra de cal y la quebré,
la quemé, la enterré bajo la montaña,
la arrojé a la canción de las olas sucias.
¿Qué has aprendido desde entonces?
Los usos del vos y el vosotros, los caminos que mi padre
tomó en el bosque escondido para emerger con toda
ta armadura de mi espina intacta, los incontestables
modos de la política, a desechar el amor.
A quedarme desnudo, mudo.
¿Qué trajiste como pago por esa sabiduría?
Dejaré un planeta anillado hecho de cristal
en un nicho de la torre Ah Cacoa Caan Chac.
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