XVI. 1822: La masonería.

Publicado el 02 febrero 2018 por Flybird @Juancorbibar

UNO DE LOS MITOS DE LA HISTORIA de Brasil está relacionado con el papel desempeñado por la masonería en 1822. De acuerdo con el mito, la separación de Portugal habría sido enteramente tramada y decidida dentro de las logias masónicas en los meses que precedieron al Grito del Ipiranga. La masonería tuvo un papel fundamental en la Independencia, pero es un error citarla como un grupo homogéneo. Ni de lejos los masones fueron unánimes en sus opiniones. Al contrario, fue allí donde se trabaron algunas de las discusiones más acaloradas del periodo e implicaron a nada menos que al joven príncipe regente y futuro emperador Pedro I.

En 1822, la masonería brasileña estaba dividida en dos grandes facciones. Ambas eran favorables a la independencia, pero una de ellas, liderada por Joaquim Gonçalves Ledo, defendía ideas republicanas. La otra, de José Bonifácio de Andrada e Silva, creía que la solución era mantener a don Pedro como emperador en régimen de monarquía constitucional. Estos dos grupos se disputaron el poder de forma apasionada, incluyendo prisiones, persecuciones, exilios y purgas, como ya se vio en el capítulo XIV.

Por curiosidad e interés en vigilar y controlar las diversas corrientes políticas de la época, don Pedro participó activamente de las dos facciones. Frecuentaba las logias del grupo de Gonçalves Ledo reunidas en el Grande Oriente do Brasil, pero también estuvo en la fundación del Apostolado da Nobre Ordem dos Cavaleiros de Santa Cruz, disidencia liderada por José Bonifácio. En lugar de "logias", el Apostolado tenía "conferencias", bautizadas significativamente "Independencia o Muerte", "Unión y Tranquilidad" y "Firmeza y Lealtad". Elegido "arconte rey" en la primera sesión, don Pedro juró "promover con todas sus fuerzas y a costa de su propia vida y hacienda la integridad, independencia y felicidad de Brasil como reino constitucional, oponiéndose tanto al despotismo que lo altera como a la anarquía que lo disuelve". Era el programa de gobierno de José Bonifácio.

En las logias masónicas fueron estudiadas, discutidas y aprobadas varias decisiones importantes, como el manifiesto que dimanó en el Dia de la Permanencia (el 9 de enero de 1822), la convocatoria de la Constituyente, los detalles de la aclamación de don Pedro como "defensor perpetuo de Brasil" y, finalmente, como emperador, el día 12 de octubre. "Inmensa fue la contribución de la masonería al movimiento de la Independencia", afirmó el historiador Octávio Tarquínio de Sousa. "Esa actividad encubierta, esos juramentos en secreto dejan fuera de duda que la independencia ya estaba decidida algunos meses antes de septiembre de 1822 y cómo el príncipe se dio sin reservas a la causa brasileña".

En una época en que todavía no había partidos políticos organizados, fue el trabajo de las sociedades secretas el que llevó la semilla de la independencia a las regiones más distantes y aisladas del territorio brasileño. El historiador Manuel de Oliveira Lima dice que la masonería funcionó en 1822 como "una escuela de disciplina y de civismo y un lazo de unión entre esfuerzos dispersos y dispersivos". Un ejemplo es la lejana villa de São João da Parnaíba, responsable del primer clamor de la Independencia en Piauí en octubre de aquel año. La iniciativa partió de la logia masónica local, liderada por el juez de derecho João Cândido de Deus e Silva y por el coronel Simplício Dias da Silva.

Formado en Coimbra, el coronel Simplício era uno de los hombres más ricos de Brasil. Su padre, el capitán Domingos Dias da Silva, portugués de nacimiento, tenía 1.200 esclavos y, a finales del siglo XVIII, llegó a sacrificar 40 mil bueyes al año, transformados en cecina, manteca y cuero curtido. Tras la apertura de los puertos, en 1808, estos productos eran transportados en una flota privada de cinco navíos que cruzaban el Atlántico en dirección a Europa, Estados Unidos y a las capitales del Nordeste y Sur del país - sin ninguna intermediación de la metrópoli, lo que distanciaba al coronel de los intereses portugueses. En la época de la Independencia, Simplício acumuló una fortuna tan grande que mantenía una orquesta particular en sus dominios, refinamiento difícil de imaginar en aquel tiempo. Había regalado a don Pedro un racimo de bananas de tamaño natural, todo de oro macizo con incrustaciones de piedras preciosas. También sostenía una capilla y un párroco exclusivos en la catedral de la ciudad, donde su sepulcro exhibe hoy una variada simbología masónica, según un estudio hecho por el historiador piauiense Diderot Mavignier.

A comienzos del siglo XIX, la masonería era una organización altamente subversiva, comparable a lo que sería la internacional comunista en el siglo XX. En sus reuniones se conspiraba para la implantación de las nuevas doctrinas políticas que estaban transformando el mundo. Cabía a sus agentes propagar esas novedades en las "zonas calientes" del planeta. La más caliente de todas era, obviamente, América que, después de tres siglos de colonización, comenzaba a liberarse de sus antiguas metrópolis y a probar esas nuevas ideas políticas implantando regímenes hasta entonces prácticamente desconocidos, como la república. La presencia de militares e intelectuales masones extranjeros en las guerras de independencia del continente durante este periodo es notable. Según el historiador Oliveira Lima, "muestra bien que las ideas subversivas de la soberanía eran divulgadas por las sociedades secretas, [...] y pasaban de un país a otro, de un continente a otro, con celeridad y eficacia".

En Brasil hay dos casos paradigmáticos. El primero es el del general francés Pierre Labatut, que capitaneó las tropas brasileñas en la guerra de Independencia en Bahia. Labatut es todavía hoy un personaje misterioso. Las informaciones sobre él son relativamente escasas. Se sabe que nació en la ciudad francesa de Cannes, sirvió en el Gran Ejército de Napoleón Bonaparte, luchó contra los ingleses en Estados Unidos y, algún tiempo después, estuvo al lado de Simón Bolívar haciendo la independencia de Venezuela. Habría llegado a Rio de Janeiro después de indisponerse con el gran libertador de la América española. Curiosamente, sin que hubiese más referencias sobre su pasado, fue inmediatamente contratado por don Pedro para mandar el ejército en Bahia. ¿De dónde venía tanto prestigio?

El historiador baiano Braz do Amaral da una pista: la indicación para el puesto nació dentro de la masonería. Su nombre fue sugerido a José Bonifácio por fray Francisco de Santa Teresa de Jesus Sampaio, importante líder masónico de Rio de Janeiro (ya citado en el capítulo V), en cuya celda del convento de Santo Antônio fueron tramados algunos de los lances decisivos de la Independencia. Otro historiador, el norteamericano Neill W. Macaulay Jr., afirma que, antes de embarcar para Bahia, Labatut prestó juramento en una sesión del Grande Oriente, entidad máxima de la masonería brasileña. Todos estos indicios sugieren que el general francés fue un agente internacional empeñado en diseminar las ideas planteadas por la Revolución Francesa.

Otro caso curioso es el del portugués João Guilherme Ratcliff, uno de los reos de la Confederación del Ecuador. Masón y republicano, viajó por distintos países y aprendió varias lenguas. Todavía en Portugal, fue uno de los líderes de la revolución liberal de Oporto en 1820. Al año siguiente, redactó el decreto de destierro de la reina Carlota Joaquina, que había rechazado prestar juramento a la nueva constitución liberal a la vuelta de la corte de don Juan a Lisboa. Ratcliff pagaría un alto precio por su actitud. En 1823 huyó de Portugal después del golpe absolutista de don Miguel, que disolvió las cortes constituyentes. Pasó por Inglaterra, por los Estados Unidos y llegó a Pernambuco en plena efervescencia revolucionaria.

Luego fue detenido y enviado a Rio de Janeiro. En un decreto del 10 de septiembre de 1824, don Pedro ordenó que él y sus compañeros fuesen "breve, verbal y sumarísimamente sentenciados". Condenado a muerte en la horca, pronunció desde lo alto del patíbulo un discurso antes de ser ejecutado el día 17 de marzo de 1825: "¡Brasileños! Muero inocente por la causa de la razón, la justicia y la libertad. Plazca a los cielos que mi sangre sea la última que se derrame en Brasil y en el mundo por motivos políticos". En una versión nunca comprobada, su cabeza habría sido salada y enviada secretamente por don Pedro a su madre Carlota Joaquina, como venganza por el decreto de destierro de 1821.

Los orígenes de la masonería se pierden en las brumas del tiempo. Por la falta de documentos, las informaciones tienen más el aspecto de leyenda que de realidad contrastable. Entre los masones, se cree que las sociedades secretas serían herederas de los símbolos y códigos de los antiguos constructores del templo de Salomón, en Jerusalén, o incluso de las pirámides de Egipto. Esos secretos habrían llegado a Occidente con los caballeros templarios, orden creada por la Iglesia en tiempos de las Cruzadas para proteger las reliquias sagradas y el camino de los peregrinos europeos que se dirigían a Tierra Santa. A comienzos del siglo XIV, los templarios habían acumulado tanto prestigio y dinero que su poder rivalizaba con el de los reyes y el del propio papa. Entre otras propiedades, eran dueños de un tercio de todos los inmuebles de la ciudad de París. También se habían convertido en un banco internacional, financiando las guerras y expediciones de los monarcas europeos.

Entre sus grandes deudores estaba el rey de Francia, Felipe IV. Sin condiciones para pagar su deuda, habría convencido al papa Clemente V para extinguir la orden y confiscar sus tesoros. El último gran maestre templario, Jacques de Molay, fue ejecutado en París en 1314. Muchos de los monjes guerreros, sin embargo, sobrevivieron a la persecución. Parte de ellos se refugió en Escocia, considerada la cuna mundial de la masonería. Otros fueron acogidos en la ciudad de Tomar, en Portugal, por el rey don Dinis. El dinero y los conocimientos de los templarios sirvieron para financiar y viabilizar a partir del siglo XIV las grandes navegaciones portuguesas, cuyas carabelas ostentaban como símbolo la cruz roja de la Orden de Cristo, nueva denominación dada a los templarios por don Dinis.

Los primeros grupos masónicos habrían surgido de los canteros de las obras en la Edad Media, en la construcción de las grandes catedrales que hoy deslumbran a turistas y peregrinos. Los profesionales responsables de esas obras estaban altamente cualificados, reuniendo conocimientos de arquitectura, ingeniería, escultura, ebanistería, forja, carpintería, entre otras cualificaciones, lo que les aseguraba una remuneración y un tratamiento privilegiados. Para defender sus intereses, los maestros constructores se reunían en gremios, asociaciones precursoras de los actuales sindicatos que también servían de escuela, donde el conocimiento especializado pasaba de una generación a otra. En Inglaterra, los locales de las reuniones eran llamados lodges, más tarde traducidos al portugués como "lojas".

En 1717, año oficial del nacimiento de la masonería, los cuatro lodges de Londres se unificaron en una única Gran Logia. La primera reunión se realizó en una cervecería llamada Goose and Gridiron, situada en el patio de la catedral de Saint Paul. A esas alturas, sin embargo, los masones apenas guardaban secretos profesionales. Tenían una agenda política. Empeñados en combatir la tiranía de los reyes absolutistas, luchaban contra la esclavitud y por leyes que asegurasen el derecho de defensa, la libertad de pensamiento y de culto, la participación en el poder y la ampliación de oportunidades para todos. Esto los enfrentaba a la nobleza que hasta entonces mandaba en los destinos de los pueblos.

La masonería estaría virtualmente detrás de todas las grandes transformaciones ocurridas en los dos siglos siguientes. En la Revolución Francesa, creó el lema "libertad, igualdad y fraternidad". En una de sus logias fue compuesta la Marsellesa, marcha revolucionaria adoptada después como himno de Francia. Y también en las logias masónicas fue acuñada la expresión "Independencia o Muerte", usada por don Pedro en las márgenes del riacho Ipiranga, como ya se vio en capítulo anterior. Tres libertadores de la América española, Simón Bolívar, Bernardo O'Higgins y José de San Martín, frecuentaban la misma logia en Londres, la Gran Reunión Americana, situada en el número 27 de Grafton Street. Su fundador, el venezolano Francisco de Miranda, había sido colega de George Washington, primer presidente norteamericano, en una logia masónica de Filadelfia, en los Estados Unidos.

En ningún otro episodio la actuación de la masonería fue tan decisiva como en la Independencia norteamericana. De los 56 hombres que discutieron la aprobación de la Declaración de Independencia, cincuenta eran masones, incluyendo a Benjamin Franklin y al propio George Washington, en la época gran maestre de la Logia Alejandría. Los símbolos masónicos están hoy en el billete de un dólar y repartidos por la arquitectura de la capital norteamericana, como muestra el libro El símbolo perdido, del escritor Dan Brown. Son obeliscos, estrellas, escuadras, plomadas y compases, columnas con ramas de acacia en alto relieve, la letra G (de god, en inglés) y el gran ojo, que todo lo ve.

En Brasil, la Independencia fue proclamada por un gran maestre masón, don Pedro I. Y la República, por otro, el mariscal Deodoro da Fonseca. Entre los doce presidentes de la Primera República, ocho eran masones. Todo el primer gobierno era masón, incluyendo a Rui Barbosa, Quintino Bocaiuva y Benjamin Constant. Las primeras logias masónicas habían surgido en el país ya al final del periodo colonial. Existen vagas referencias, todas sin comprobación, de la presencia de masones en la Conspiración Minera de 1789 y en la Conjura Baiana, también conocida como Revuelta de los Sastres, de 1798. Álvares Maciel, principal ideólogo de los conspiradores mineros, pertenecía a una sociedad secreta llamada Illuminati. La misma bandera diseñada por los rebeldes, un triángulo verde sobre un fondo blanco con las palabras Libertas Quae Sera Tamen (Libertad, aunque tardía), sería una referencia a la simbología masónica. La frase y el triángulo fueron mantenidos en la actual bandera del estado de Minas Gerais, pero el color verde dio su lugar al rojo.

En Pernambuco, está comprobada la presencia de la masonería a partir de 1796, año de la fundación del Areópago de Itambé por Manuel de Arruda Cámara, sacerdote carmelita paraibano, médico por la Universidad de Montpellier con paso por Coimbra y gran defensor de las ideas políticas francesas. Arruda Cámara fue iniciado en la "hermandad" mientras estaba en Europa. De vuelta a Brasil, resolvió propagar las nuevas doctrinas bajo el disfraz de academias científicas y literarias. Era una forma de burlar la severa vigilancia de la corona portuguesa sobre la circulación de esas ideas.

El Areópago de Itambé fue disuelto cinco años más tarde, cuando la justicia real descubrió un complot para la creación de una república en Pernambuco con el apoyo del entonces primer cónsul francés, Napoleón Bonaparte. La propuesta resurgiría en 1817. Entre los integrantes del Areópago de Arruda Cámara estaban los industriales de una familia rica y tradicional, los Cavalcanti, condenados a cuatro años de prisión acusados de participar en la conspiración republicana. Sueltos, fundarían en una de sus fábricas una "Escuela Democrática" bautizada Academia Suassuna, en realidad un disfraz más para el funcionamiento de una logia masónica.

Datan también de ese periodo las divergencias entre las muchas corrientes de la masonería brasileña. El historiador Evaldo Cabral de Mello afirma que la Revolución Pernambucana de 1817 fue "una insurrección que escapó al control de la masonería portuguesa y fluminense". Según él, mientras las logias de Rio de Janeiro permanecieron hasta las vísperas de la Independencia controladas de cerca por el Gran Oriente Lusitano, que defendía el punto de vista de la corona portuguesa, la rama de Pernambuco se afilió a la masonería inglesa por mediación de Domingos José Martins, líder de la rebelión de 1817. Desde entonces, las logias pernambucanas se habían vuelto "exclusivamente brasileñas", prohibiendo la entrada a portugueses.

Una curiosidad es que había logias masónicas en funcionamiento en la propia corte del rey don Juan VI. Dos de ellas, fundadas en Rio de Janeiro en 1815, se llamaban Beneficência y São João de Bragança. El nombre de la segunda sería un homenaje velado a don Juan, sospechoso de tener conocimiento y tolerar las actividades de la masonería en las dependencias del palacio real. Uno de sus ministros más poderosos, don Rodrigo de Sousa Coutinho, el conde de Linhares, responsable del traslado de la familia real portuguesa a Brasil, habría sido masón.

Las logias fueron prohibidas después de la Revolución Pernambucana de 1817, pero volvieron a funcionar en 1821. El día 17 de junio de 1822 todas ellas se congregaron en la Gran Oriente de Brasil a iniciativa de João Mendes Viana, gran maestre de la Comercio y Artes, de Rio de Janeiro. La fecha está considerada el momento en que la masonería fluminense rompió definitivamente sus lazos con el Gran Oriente Lusitano y se convirtió a la causa de la Independencia brasileña, siguiendo el ejemplo de las logias pernambucanas. El entonces poderoso ministro José Bonifácio fue elegido gran maestre, pero sería sustituido cuatro meses más tarde por nada menos que el príncipe regente don Pedro en un golpe tramado por el grupo rival, de Joaquim Gonçalves Ledo.

El paso de don Pedro por la masonería es meteórico. Por lo menos oficialmente. Iniciado en la logia Comercio y Artes el día 2 de agosto de 1822 con el nombre de Guatimozín - en homenaje al último emperador azteca -, fue promovido al grado de maestre tres días después y elevado al puesto máximo de la organización, el de gran maestre, dos meses más tarde. Ejerció la función sólo diecisiete días. El 21 de octubre (una semana después de su aclamación como emperador), mandó cerrar e investigar las logias que lo habían ayudado a proclamar la Independencia. Cuatro días después, sin que las investigaciones hubiese siquiera comenzado, determinó la reapertura de sus trabajos "con su antiguo vigor".

Hay fuertes indicios, sin embargo, de que don Pedro frecuentase las actividades de la masonería bastante antes de esto. En el Museo Imperial de Petrópolis hay una carta que el entonces príncipe regente escribió a José Bonifácio con vocabulario y signos masónicos el día 20 de julio de 1822, fecha anterior a su iniciación oficial: "El Pequeño Occidente acomete la osadía de hacer regalos al Gran Oriente, dos cartas de Bahia y algunos papeles periódicos de la misma tierra hace poco llegados. Tierra a quien el Supremo Arquitecto del Universo tan poco propicio ha sido. Es lo que se ofrece por ahora remitir a éste que en breve espera ser su súbdito y I . Pedro". En la esquina superior izquierda de la página, hay un dibujo de un sol y la palabra Alatia, en la que las letras fueron sustituidas por una escuadra, un compás, un martillo, una pala de albañil y un ojo. La firma está acompañada del símbolo de los tres puntitos en forma de pirámide que indican la filiación masónica.

El comportamiento aparentemente errático y contradictorio del emperador en relación a la masonería es una prueba de que la institución estuvo lejos de funcionar como un cuerpo monolítico en 1822, decidiendo de forma unísona los destinos del país en sus reuniones secretas. O que, en otra hipótesis, haya sido una víctima inocente de las arbitrariedades de don Pedro I. Según una acusación muy común entre los masones actualmente, el emperador traicionó su juramento al mandar cerrar las logias y prohibir sus actividades. Pagaría por esto en 1831, al ser obligado a abdicar al trono brasileño en un movimiento otra vez liderado por la masonería.

En realidad, la masonería usó y fue usada por los diferentes grupos de presión en la época de la Independencia, de acuerdo con las circunstancias del momento. En el episodio del Día de la Permanencia, en el Grito del Ipiranga y en el de la aclamación del emperador, salió triunfante. Saldría victoriosa nuevamente en 1831, en la abdicación del emperador. En la disolución de la Constituyente y en la Confederación del Ecuador, perdió. Fue, por tanto, un elemento importante en el poderoso juego de presiones que se estableció en el momento en que Brasil daba sus primeros pasos como nación independiente, pero no el único ni el más decisivo.

Laurentino Gomes