No quiero echarle mucha cuenta a Pedro Sánchez pero después de todo el contenido que me ha dado durante este año le debo el epílogo. Más aún después del show de este fin de semana donde ponía lágrimas de cocodrilo a una despedida que, muy a su pesar, pasó sin pena ni gloria. El que no da puntada sin hilo, que quiso convertirse en el protagonista del día solapando la investidura de su enemigo íntimo con su renuncia, se vio eclipsado por quienes supieron entender la democracia frente a los amantes de las barricadas. Esos a los que ahora hace guiños en televisión.
Pedro, como el niño que justifica el suspenso, se sentó con Évole para echar la culpa a otros. En un bar, un lugar que a Jordi le apasiona como plató y que, de cara al espectador humaniza al personaje, el que quiso ser presidente del Gobierno se tomó un café y sin despeinarse contó a la cámara que no lo será porque el tejido empresarial le tiene manía. Que el Ibex35 y el diario El País, en perfida connivencia, impidieron su matrimonio con quien se rodea de rufianes y enseña los dientes a quien les reprocha el comportamiento. Y por si anoche no hubiese quedado suficientemente claro como de malos son los malos, esta mañana nos desayunamos con que le han hackeado la web para que nadie le apoye. ¿Cuál va ser la siguiente? ¿Qué Alierta ha movido sus hilos para que le corten el ADSL? ¿Que Cebrián paga al quiosquero para que le quite páginas de deporte de El País?
De momento dice que coge su coche y se va de pueblo en pueblo, como el tapicero, en busca de quien le ayude a cambiar España. La verdad es que yo espero más de Pedro Sánchez. Imagino que ese viaje lo hará en compañía de los díscolos que no siguieron la disciplina de voto y a los que habría prometido unir “las izquierdas”. Más ahora que parece que la parte moderada de la formación de Pablo Iglesias, ‘los errejonistas’, están cerca de hacerse con el control de Podemos en Madrid no sería descabellado verle fundar un partido con el que cuadrar el círculo de Rita.