Así que se acabó por unas semanas piscina, de nuevo a tomar antibióticos, ibuprofeno para fiebre y a esperar.
Lo bueno es que ahora me cuenta enseguida lo que le duele, y eso es una gran ventaja. Antes podía suponer que le pasaba, pero era frustrante verle lloriquear por no sentirse bien y no poder saber qué le pasaba con exactitud. Él ahora enseguida te define su fuente de dolor. Esta noche el pobre despertó a las 12 de la noche, inquieto, lloroso, mimoso. Pero aún no debía dolerle mucho, después no podía dormir y ya a las 3 de la mañana me dice muy serio: -"mamá es que lo que me duele es la oreja". Pobre mío. Pero una vez localizado el mal como que una se queda mucho más tranquila. Le enchufé su dosis correspondiente de Junifen (ibuprofeno) y ala a descansar unas horitas.
Ahora está como si nada hubiera pasado, con sus dosis correspondientes de antibiótico y analgésico, y jugando con su gata feliz, riendo y saltando. Como son los niños de fuertes. Si a mi me hubiera dado un latigazo el oído os aseguro que estaría tirada en el sofá como si fuera el peor de los males.