¿Y cuál es tu precio?

Por Dean
Las dictaduras militares no pasan en vano. Han hecho más daño del que sabemos. Porque se habla de lo más obvio que es el daño físico, los torturados, los desaparecidos, pero también están los daños invisibles, como el daño a la palabra. No hay estadísticas que midan estos daños pero hubo una época en que la palabra era sagrada. Nadie firmaba contrato por nada, pero nunca nadie fallaba a la hora de pagar. Durante los tiempos de las dictaduras, la mayoría de la gente tiene que mentir cotidianamente, tiene que mentir para sobrevivir. Y la palabra pierde su valor. Con el paso del tiempo hasta cierto punto se ha recuperado, pero está muy lejos de ser lo que era. Por eso no nos asusta que nuestros gobernantes nos mientan tan descaradamente, por eso los amigos de los que están en el poder se sienten perdonados y no ven nada de malo en apoyarles con su voto.
En el modo de saludarse de los indígenas mayas que cuando se cruzan se dicen “yo soy tú y tú eres yo” está la esencia de esta vida pero son escasas las personas que lo entienden. Uno es el resultado de las muchas cosas que va aprendiendo a lo largo del camino y también de todo lo que va rechazando. Es el legítimo derecho a incorporar y también el legítimo derecho a decir esto no es lo mío, no me gusta, yo no quiero vivir así. Yo no quiero vivir para ser más que los otros o para tener más que los otros como enseñan las reglas actuales, esas consignas de los valores del mercado que son el precio de cada persona y el precio de cada país. Lo está viviendo Europa. Los suicidios en Grecia en el último año crecieron un 40%. Eso revela hasta dónde es trágico el programa único de gobierno al que estamos sometidos los habitantes de este planeta que ahora está en manos de los magos de las finanzas, de gente que nos enseña a vivir para morir y a no compartir la vida. Pocas veces el mundo ha sido sometido a un sistema tan universal. Ahora es el imperio global de las altas finanzas que gobiernan el mundo y que te enseñan a ser mercancía y a tratar a los demás como mercancía. 
Nuestro mundo se ha acostumbrado a vivir en la mentira, y nuestras gentes se han acostumbrado a ser vulgares mercancías; nos da igual vendernos al mejor postor porque a nadie tenemos que decirle la verdad, ni siquiera a nosotros mismos. Toleramos los peores tiempos de corrupción y lo justificamos de forma descarada, nos excusamos en la crisis, en el abuso de los bancos, en la globalización; nos hemos convertido en una masa informe que hace lo que los demás hacen, sin preguntas, sin grandes interrogantes que añadan la más mínima dificultad a nuestras vidas, nos hemos adaptado al facilismo, al dejarse llevar por la corriente aunque la corriente nos lleve al precipicio.