Y, de nuevo, se abre el blog

Publicado el 20 enero 2012 por Francisco Francisco Acedo Fdez Pereira @Francisacedo
Este blog acaba pareciendo el Guadiana, que caprichosamente, viene y se va. O -quizá- el capricho no lo sea tanto y únicamente yo sepa los motivos que me llevan a parar y arrancar la locomotora. Lo cierto y verdad es que renace de sus cenizas, aproximadamente un año después de su segunda clausura. La razón del cierre es sólo mía, la de la apertura debo compartirla, por un obvio motivo de cortesía, y no es otra que mi necesidad de escribir. No puedo vivir sin ello y no tiene sentido hacerlo para mí solo. Escribo densos textos historiográficos sobre linajes, coronas y caballeros que pocos leen, pero eso no es suficiente para mí. Ahí está el historiador, el académico, el profesional, pero ésa es una parte de mí. Ciertamente en ellos está parte de mi persona, pero no la persona íntima, aquélla que necesita expresarse y que lo lean. En mi primer poemario dije que el hecho de escribir tiene mucho de exhibicionismo, y lo mantengo. También, añado -trece o catorce años después- de llamada de atención, de gritar al mundo que aquí estoy por si alguien quiere leerme. Sigo escribiendo poesía, pero, como de costumbre, me da pudor y pereza publicarla: ésa es una parcela, confieso, en la que permito entrar a muy pocas personas. Pudoroso soy en el verso.
Mantengo el nombre con el que bauticé a este blog en su segunda etapa, pasando página definitivamente de los vaivenes que traía consigo el primitivo y lo vacío de todo contenido previo. Ligero de alforjas, con un buen compañero de viaje, tomo la imagen del Quijote carlista de Ferrer-Dalmau (con la que tanto me identifico) e inicio mi periplo de confesión. No habrá política, ni cuestiones dinásticas, ni liturgias varias como líneas argumentales, quizá como fondo de alguna confesión, pero ni yo mismo sé de qué voy a escribir, aunque sí sé de qué no escribiré. Confesiones y sólo confesiones, y espero que así sea. No me impongo periodicidad ni obligación, será éste un ejercicio terapéutico y diletante, que es como siempre me ha gustado entender el hecho de la escritura. Escribiré de corrido y sin correcciones, algo habitual en mí, gana el texto en frescura y agilidad, aunque pierda en otros aspectos.
Creo que todo el proemio que debía hacer, hecho está, y sólo queda por añadir el porqué de este reinicio un 20 de enero. Hoy Papá habría cumplido sesenta y cinco años y sigo haciéndole las mil preguntas que dije que tenía que hacerle en aquel artículo de El Periódico Extremadura que escribí la noche posterior a su entierro. Hace ya quince años que decidió irse y he intentado hallar las respuestas a aquellas preguntas. Muchas las encontré y las conservaré en mi corazón silente, otras siguen sin contestación. En esa búsqueda obscura y tortuosa perdí años y -sobre todo- noches sin rumbo. No sé si de algo me sirvió el enfrentarme a ello, pero la verdad es más firme que el pensamiento o la elucubración, aunque, sin lugar a dudas, es mucho más hiriente. La muerte de Papá cambió mi vida por completo, y mi ser, y, todo cuanto vino detrás, no era ni parecido a cuanto pensé que iba a ser mi vida. Desde la altura de mis cuarenta años echo la vista atrás y pienso que me he desperdiciado demasiado inútilmente en muchos aspectos desde aquel fatídico día. Pero hoy me doy cuenta de que si no hubiese vivido estos años de aquella manera no sería como soy hoy, extrañamente feliz en estos tiempos de acusada incertidumbre. Hoy festejaríamos, tal vez, la jubilación de Papá, aunque no me lo imagino. Supongo que hubiese seguido al pie del cañón con los negocios y la vida pública. Él me enseñó el cumplimiento del deber, me apasionó por la actualidad, me inculcó esa pasión familiar de generaciones por la política... Nuestra relación, debo decirlo, fue demasiado correcta y puede ser que algo fría, conservando una respetuosa distancia, pero así era él, así lo hicieron y así quiso ser hasta el que él decidió que sería su último día.
Una carta y un diario fueron las únicas claves que nos dejó y en ellas ni una sola palabra para mí. Mencionó a muchos, pero a mí no. Ésa es una de las pocas preguntas a las que no he encontrado respuesta, sobre todo, sabiendo como él sabía, que yo podía enterderlo mejor que nadie. Tras su muerte todo mi mundo y mi familia se derrumbó, pero el tiempo fue poniendo todo y a todos en su sitio. Para encontrar el mío he tenido durante años a la soledad por compañera y, en algunas parcelas, ahí sigue estando.
La muerte de Papá fue el fin de aquella vida dorada y el inicio de otra existencia vital, de un viaje a Ítaca que espero haber terminado. Por eso, hoy, en el día en que hubiera cumplido sesenta y cinco años reabro el blog y le doy una nueva oportunidad, y quien tenga a bien hacerlo, hágalo y acompáñeme en estas confesiones, hoy -como no podía ser de otro modo- con banda sonora de fondo de Mercedes Sosa.