Todos esperaban este día. La expectativa era enorme. Había quien ya, desde la derechona mediática, había previsto unas manifestaciones violentas, llenas de “Kale Borroka”. Es lo que pensaban para deslegitimar al 15-M. Los indignados pensábamos que lo de Barcelona fue una excepción, exagerada por los medios. Una situación lamentable que no se podía repetir.
La mayoría de la gente sabíamos que no iba a pasar nada, que este movimiento es pacífico, que no quiere violencia. La violencia, decía uno de los indignados, que la ejerzan ellos, ya que dicen tener el monopolio, se la regalamos.
Ni un gramo de violencia, cuarenta mil personas, según Lynce (recordemos que esta empresa en la última reunión contra el aborto, contó treinta mil personas, a pesar de que los organizadores hablaban de medio millón), han llenado la plaza de Neptuno en Madrid.
En más de sesenta ciudades las manifestaciones han sido un éxito, en cantidad y en calidad. Los indignados han dado un ejemplo. Y ahí están, con sus propuestas, y ahí quedan con sus protestas, ahora le toca mover ficha a los poderes políticos, si es que han sido capaces de salir de esa sordera atroz que les impide escuchar.
El 15-M ha vuelto a florecer el 19-J. Y hoy se puede hablar de una alternativa en la calle. Ya no valen excusas. Este movimiento ha demostrado capacidad de organización y de convocatoria, y tiene propuestas concretas. Es la hora de la verdad. Porque lo que parece claro es que no se parará hasta que no consiga un cambio real, una democracia plena.
Está más vivo que nunca, ha demostrado solidaridad e independencia, y de su pacifismo no debe quedar la mínima duda.
Ésta es la única violencia del movimiento: