Batalla de
Okinawa. El final de
la Guerra del Pacífico. Cada bando considera al otro poco más que peste. Fue
aquella una guerra de atrocidades sin fin. Los japoneses consideraban a los
norteamericanos unos cobardes, según el
código
del Bushido, y los norteamericanos veían a los japoneses como ratas a
exterminar. Batalla de Okinawa. Todo iba a decirse. Parte el
Yamato en misión suicida. Los japoneses
lanzan la mayor ofensiva kamizake contra una flota enemiga inimaginable de tan
grande que es. Cientos de aviones en tres oleadas. Logran hundir a 30, entre
ellos grandes navíos de guerra, y dañar a casi 400. Los japoneses lanzaron 1.900
ataques kamikazes. El almirante Nimitz se preocupa. En tierra los japoneses
resisten hasta lo indecible y también causan miles de bajas. Los marines
consideran que será necesario que todos ellos mueran para conquistar Japón. Y
no iban desencaminados.
Pero no todos los kamikazes mueren
en el ataque. Hay un cabo que sufre una fuga en el depósito de su avión y se ve
obligado a aterrizar en una isla. Tras 55 días de peripecias logra de nuevo
llegar a su base. Se presenta. Exige otra misión kamikaze. Su oficial lo
insulta, le llama cobarde. Le niega la posibilidad de redimirse suicidándose
con su aparato.
El cabo es un nudo de rabia. Y
pasan los días. Y, tras muchos años, recuerda: “nos llamaban
dioses de la guerra, el
azote divino. Éramos los mejores jóvenes
los kamikazes. Lo mejor del país. Pero al poco de volver a mi base me di cuenta:
nos consideraban, en realidad, una parte más del avión. Éramos una pieza del
aparato”.
Ya lo decía
Louis-Ferdinand Céline en
Viaje
al fin de la noche (
Voyage au bout de
la nit, 1932):
«Hatajo de granujas, ¡es la
guerra! —nos dicen—. Vamos a abordarlos, a esos cabrones de la Patria nº 2, ¡y
les vamos a reventar la sesera! ¡Venga! ¡Venga! ¡A bordo hay todo lo necesario!
¡Todos a coro! Pero antes quiero veros gritar bien: “Viva la Patria nº 1”, ¡que
se os oiga de lejos! El que grite más fuerte, ¡recibirá la medalla y la
peladilla del Niño Jesús! ¡Hostias! Y los que no quieran diñarla en el mar,
puedan palmarla en tierra, ¡donde se tarda aún menos que aquí!»
Y el Kamikaze recordó