José Paredes no nació como cualquier bebé, si bien su peso y estatura se correspondía con los parámetros “normales”, no llegó a llorar como lo hacen habitualmente los recién nacidos al momento en que doctora le da unas palmadas, es más, a José Paredes le dieron de más para ver si reaccionaba al estímulo, pero que va, simplemente permaneció con esa extraña expresión de seriedad en su rostro, expresión que lo acompañaría casi toda su vida: ojos que miraban a la distancia, como perdidos, cejas en estado neutro y una mueca igualmente singular que parecía reflejar cierta apatía. Sus padres, el señor Eleazar y la Señora Teresa no le dieron mucha importancia al principio pues el estado de salud de su hijo era el ideal.
Transcurrieron varias semanas desde su nacimiento y lo primero que notaron el señor y la señora Paredes es que el bebé no lloraba para manifestar su necesidad de alimentarse del seno de mamá, lo cual les extrañó bastante, aunque pensaron que era algo bueno ya que así podrían dormir mucho mejor.
Siguió pasando el tiempo y José Paredes no se inmutaba a los infinitos gestos que sus padres y otras personas le hacían, sino que permanecía con esa fría expresión de indiferencia… indiferencia ante todo cuanto ocurría a su alrededor. Ni las muecas del tío Carlos ni las cosquillas de papá tenían efecto alguno sobre el pequeño José, que veía acostado en su cama todos los intentos inútiles por hacerle reír.
Cierto día de Agosto, en plenas vacaciones, la familia Paredes decidió ir al parque Catamazú a pasar una tarde diferente. José Paredes contaba ya con 2 años de edad y su padre le regaló una pelota pequeña de plástico para la ocasión. Todos los demás niños correteaban felices por el parque, bien sea jugando a las escondidas con otros niños o jugando pelota con los papás.
El señor y la señora Paredes pensaron que sería un momento ideal para ver a su hijo sonreír, aunque sea unos solos instantes, pero nada pasó…El pequeño lanzaba la pelota de plástico con los brazos hacia el papá y éste se la devolvía, pero la expresión de José era siempre la misma, una expresión de desgano, parecía no tener emociones, aunque no dejaba de jugar con la pelota e incluso se le vio un poco molesto cuando el papá dejó de jugar con él.
Fue entonces cuando los padres, preocupados ante la evidente falta de ánimos de su hijo, decidieron llevarlo al pediatra para que lo examinaran y averiguaran qué es lo que pasaba. Pero fue en vano, ya que todos los análisis realizados no mostraban nada anormal, cosa que también asombró al pediatra, quien tampoco había visto nada semejante en sus 28 años de experiencia…
En el preescolar y hasta el tercer grado, José Paredes nunca logró hacer amigos, no porque no quisiera, trató más de una vez de integrarse a diferentes grupos de amigos, quienes lo aceptaban de buena manera, pero terminaban por apartarlo a las pocas semanas porque les parecía un “rarito”. Jugaba cualquier juego y sin importar si ganaba o perdía tenía esa mirada vacía y esa mueca medio triste. No lograba expresar más allá de eso algún gesto de emoción o de interés en lo que hacía.
Una buena tarde, de esas soleadas de las 2pm, José Paredes, quien ya cursaba quinto grado, se dirigió, pecho erguido aunque de igual semblante aunque decidido, hacia la cocina donde estaban almorzando sus padres (él solía almorzar en su cama viendo televisión). Y dijo: – Mamá, Papá tengo novia– los padres evidentemente sorprendidos por aquella noticia se miraron el uno al otro perplejos unos segundos. Luego de ello lo felicitaron y le hicieron (en especial la señora Teresa) las típicas preguntas que hacen los padres cuando su hijo conoce el primer amor. José Paredes se limitó a decir:- Me enamoré, no dejo pensar en ella, conocí el amor– luego de lo cual esbozó una gigante sonrisa y una expresión de felicidad, por primera vez sus mejillas se sonrojaron y por primera vez sus padres vieron en José una cara totalmente distinta.
A veces lo que hace falta es conocer otro amor más allá del familiar, el amor de una mujer…