...y Georgina visitó Solsona

Por Jaumep

“¡Joder, otra vez no!” Y al final no es otra vez. Es siempre. Acostumbro a exclamar esto siempre que me encargan algo que no es lo que parece, es decir, unas cuantas veces al mes. Ejemplos tantos como queráis: establecer con precisión los límites de un solar cuando sólo tienes cuatro fotos desganadas, un topográfico excepcionalmente preciso y un contorno a extraer de una imagen en baja resolución de un plano de planeamiento de hace seis años. Y siempre están mal dibujados. Encajar una ventana en el ancho de una bandeja de zinc estándar que revestía una fachada cuando la carpintería se comía por sí sola más de la mitad del espacio destinado al cristal. Y venga, de nuevo a inventar. Mis compañeros de trabajo se quejan, con razón, de mi anarquía. Mi única disculpa (la única de cualquier aspirante a arquitecto) es la complejidad enorme de los encaros: los terrenos planos jamás son planos. El solar nunca tiene una medida exacta. La calle de acceso resulta ser una especie de autopista disfrazada por donde pasan cada día cincuenta trailers de treinta y cinco toneladas, y eso cuando existe. Y suma y sigue.

La mayoría de los problemas que se crean son obviables: se puede aplanar, realmente, un terreno pasando de las calles circundantes. Se pueden abrir ventanas a calles ruidosas, o colocar un edificio en medio de un solar sin el más mínimo sentido urbano. Se pueden hacer fachadas heredadas de una convención que hace tiempo que no funciona (y que, en parte, ha creado la crisis) y hacer distribuciones sin espacialidad, donde el estructurista pondrá los pilares a la buena de dios, encajándolos en la única pared donde cabrá una cama en cualquier habitación principal de una vivienda. Puedes tomar el dinero y correr haciendo bueno el mal nombre que tenemos los arquitectos, amparándonos en el bajísimo nivel de exigencia cultural que actualmente tiene la sociedad. O puedes hacer de arquitecto.

Hay muchos títulos de arquitecto y pocos arquitectos de verdad. Huyo del discurso ridículo que dice que la profesión degenera: siempre ha habido pocos arquitectos. De estos pocos algunos arriesgan mucho. A veces pierden y les derriban edificios emocionantes, imprescindibles. Otros quedan como unos excéntricos que toman decisiones extrañas que desembocan en formas tan extrañas como estas decisiones, y eso es lo que se recuerda de ellos por encima de la racionalidad compleja que los ha llevado a ellas. Otros juegan a parecer profesionales honrados y con oficio y son capaces de esconder su radicalidad, su furia, su intensidad, tras una pátina de tranquilidad aparente que, al final, consiste en poco más que meter un cristal ante una chimenea para que los despistados se crean que eso está domesticado y no quema.

Clotet-Paricio es un grupo de arquitectos casi olvidado para las revistas y la actualidad. Bajo su tranquilidad aparente se esconde un modo de hacer coherente, mucho más radical de lo que indica la calma de sus construcciones. Recientemente hablé sobre la Fundación Alicia, que, junto con las viviendas de Diagonal-Mar, son sus edificios más conocidos des de las viviendas de la Villa Olímpica. El lenguaje de los dos grupos de edificios es aparentemente desconexo.

Hay un proyecto, pero, que explica a la perfección la transición entre los dos lenguajes y revela la obviedad que son el mismo modo de hacer. Este proyecto es un grupo de viviendas para el Incasòl ejecutado en dos fases en Solsona.

El Incasòl es la promotora pública de vivienda de la Generalitat de Catalunya, a solaparse, como es propio de este país, con las diversas promotoras públicas propiedad de los diversos ayuntamientos y diputaciones en un magma de estilos, arquitectos amigos y maneras de hacer tan diversas que llegan al extremo de hacerlos trabajar los unos contra los otros. Por años parecía destinada (lo sigue pareciendo aún) a sacar lo peor de los diversos arquitectos que han trabajado para ella, a menudo condenados a defender proyectos ni respaldados ni entendidos por gestores emperrados en evitarse problemas y reuniones de fin de semana. Sé lo que me digo: he trabajado para ellos teniendo que arrancar, semana a semana, todo lo que pudiese estar bien del proyecto en reuniones de obra infernales donde se nos imponían soluciones constructivas con el único criterio que todavía no habían fallado, llegándosenos a pedir que nos dejásemos de tantos esfuerzos para unas viviendas destinadas a quien no podía entender nuestras propuestas.

Inmersas en este statu quo, las promociones memorables que se han podido llevar a término tienen ese carácter clandestino de proyecto con claves secretas que los arquitectos no han querido nombrar por miedo a que sean rechazadas.

Recuerdo como en una nebulosa haber visto la propuesta de concurso de Clotet-Paricio para unas viviendas en Solsona publicada en alguna revista que he olvidado. En ella se apreciaba un alzado muy similar al de sus viviendas de la Villa Olímpica dando a una calle de la que no se tenía ninguna información. La altura era de planta baja y cinco pisos para una proporción que los dejaba más chaparros que sus hermanitos de Barcelona. Archivé este proyecto en mi cerebro, en el cajón de los proyectos interesantes de los que no tengo demasiada información.

Un día que subí a la ciudad para visitar el espléndido cementerio de Olius entrevía una promoción de viviendas sociales de reojo, pasando en coche hacia el restaurante. Las cosas se ven mejor de reojo. Asocié ese alzado al dibujo visto años antes en una revista: era el mismo edificio. Pero.

Visitas posteriores a Solsona me hicieron desarrollar esa primera visión hasta llegar a este artículo. La primera diferencia básica de la imagen de mi memoria es el tamaño del edificio original: casi la mitad de largo, y más bajito. A su lado, pegado a unos tres metros, otro edificio que para cualquier amante de la arquitectura con ojos en la cara es, también, de los maestros. Conclusión: el edificio se ejecutó en dos fases. La primera de ellas pertenece a mediados de los noventa y el edificio ejecutado es, efectivamente, hermanito del de la Villa Olímpica: revestimiento continuo en lugar de ladrillo visto y mucho menos presupuesto. La segunda fase es un cambio de paradigma: Clotet-Paricio deciden cambiar de sistema de vivienda, de sistema de fachada, de aspecto. Lo que tenía que ser un correctísimo edificio de viviendas grandecito queda partido en dos edificios más pequeños que dialogan entre sí gramática contra gramática, dejando entre ellos un vacío activo tan importante como la parte construida.

La diferencia de altura respecto del alzado original explica el rasgo más emocionante de todo el proyecto. Cuando el otro día lo visité un pastel de salmón, medio bogavante al romero, una tabla de quesos y tres cuartos de litro de albariño más tarde de una buena comida servida por un vejete simpático que sólo hablaba francés, con ánimo de hacer las fotos que ilustran este reportaje, me di cuenta que no estaba fotografiando la fachada delantera sino la posterior. Una aclaración sobre el emplazamiento: Solsona, ciudad pequeñita que todavía conserva algunos lienzos de su muralla, tiene una ronda perimetral bastante paseable que delimita con precisión el perímetro intramuros de la ciudad. El cuadrante sureste de la muralla delimita la catedral, que está adosada a ella. En frente está el edificio reseñado. Quedan enfrentados el ábside y la fachada posterior.

Es decir: imagino unas bases de concurso con una calle y una rasante delimitadas con precisión miope. Imagino la parte trasera del solar limitando contra una bolsa de aparcamiento en superficie que todavía se mantiene a 2010. Imagino el planteo de un edificio circunstancial propuesto para alojar quince o veinte familias que resulta dialogar de tú a tú con el edificio más importante de la ciudad. Y conozco el resultado: los arquitectos no se dejan engañar. El edificio que repite la fachada de delante atrás. Que la mejora. De hecho, el resultado final da más consistencia a la fachada posterior que a la anterior, convirtiéndola en la más armónica de las dos. Convirtiéndola en la base del proyecto que se enchufará como se pueda a una calle que no tiene más importancia que la de producir el acceso principal a la promoción. Que no el único. Entre la calle posterior y la fachada posterior-que-es-la-principal hay una diferencia topográfica de dos plantas. La calle da el acceso por la planta baja y la fachada posterior por la tercera. O el alzado-posterior-que-es-el-principal da el acceso por la planta baja y la calle posterior por el segundo sótano. Sí. El edificio está girado como un calcetín para hacer coincidir un trasciudad convertido en fachada principal (el ábside de la catedral) contra un trasciudad convertido en fachada principal (la fachada-posterior-que-es-la-principal de nuestro edificio).

El edificio, planeado para ser ejecutado y construido de una sola vez, quedó partido en dos. El solar tiene una medianera contra un edificio modernista más que decente cercano a la muralla, ahora bien restaurado, de una composición elegante y sobria, y sustituye un edificio existente probablemente de los años 50 adosado a él. La calle principal baja (se desploma) des de la muralla y el edificio modernista hasta el Riu Negre, afluente del Cardener que pasa tangente a la ciudad amurallada, que marca la cota más baja del solar, por la que es más razonable producir el acceso al aparcamiento del edificio (por aquello de la gravedad). De modo que la primera fase ejecutada se adosó al río y no al edificio existente. También, si me pongo cínico, es el mejor modo que te encarguen la segunda. Ya Le Corbusier actuó de un modo semejante durante la construcción de su Unité d’Habitation marsellesa cuando conoció el riesgo que le recortasen a la mitad su encargo.

Misterio de la primera fase: se ejecuta, también, en dos fases: por alguna extraña razón, el acceso al aparcamiento queda fuera del edificio, marcado por un cuerpo de hormigón que, a cota de la catedral, forma un templete o un belvedere parecido al que el propio Clotet construyó en Llofriu para algún Regàs, Oriol, su hermanita o el espíritu santo, aprisionado, aquí, tras unos muros de hormigón para enmarcar vistas, completamente a cielo abierto. No tiene función aparente y está siempre cerrado porque Solsona no es Llofriu ni el bar de cazadores de la esquina el Bocaccio, aunque yo me siento allí más a gusto debido a mi carácter sociópata. El templete lo forman el recinto de hormigón ya dicho y cuatro columnas que no aguantan nada en su interior, las mismas que Georgina, que ya eran las de la casa de Pantelleria retorcidas sobre ellas mismas en virtud de unas vistas de 360º. Estas cuatro columnas forman, en el acceso al aparcamiento, un interesantísimo apeo formado por cuatro jácenas cruzadas dos a dos, como un cojín o unas manos entre cruzadas sujetando la complejidad superior.

Ignacio Paricio, exprofesor de construcción mío, solía repetirnos insistentemente en sus clases magistrales “cajas, pero no estuches”. Las dos fases son un modelo de caja (container neutro donde todo cabe). La primera: un prisma rectangular con una trama regular de ventanas. La segunda: un prisma rectangular rayado a ventanas corridas: la Fundación Alicia y la casa de Olot: containers adaptados a las circunstancias rayados por ventanas corridas. Esta es la diferencia: ventana corrida compleja versus una pauta regular de ventanas dispuestas a distancias bien medidas que permitirán usar bien un interior dado.

El cambio de la primera a la segunda fase no es tanto un cambio estilístico como un cambio del modo de vivir una caja: el edificio inicial con un módulo de ventanas heredero de los muros de carga con los que no está construido ha pasado a una estructura dom-ino homogéneamente iluminada que será fácil de redistribuir, condicionada únicamente por la posición de las instalaciones y por una estructura exenta que dialoga con la fachada.

El cambio de la segunda fase permite, además, condicionar mejor el edificio respecto de su entorno. La primera fase concluye con una medianera ciega y protegida contra los elementos por un revoco homogéneo respecto el de la fachada. El edificio puede recibir otro igual a su lado o puede quedarse así. Y lo más lógico después de haber optado por una ventana corrida que recorra toda la fachada consistirá en retirar el segundo edificio unos tres metros del primero y pasar por ese espacio la ventana a una distancia tensa y cómoda porque la otra fachada es ciega. Este corte llevará al espacio público lo que las porterías de los edificios hacen privadamente: un acceso a dos niveles que reforzará el carácter dual del edificio. El segundo edificio se adaptará mejor, también, al edificio modernista, que tiene más profundidad edificada que la primera fase de la intervención, y permitirá incorporar la caja de escalera del edificio de los años cincuenta, muy sensible hacia el edificio modernista, que hará de cojín entre uno y otro y se reconstruye arqueológicamente (y se amplía hacia arriba) con ladrillo visto para que sirva a todas las viviendas.

El catálogo de soluciones arquitectónicas se refuerza en las cubiertas: primera fase a dos aguas, completamente separada del edificio, revelando los pilares cilíndricos que la soportan y formando una sala de instalaciones. En la segunda fase es plana.

La segunda fase tiene, pero, una concesión lógica y sensible hacia la primera: el zócalo a la calle posterior, que jugará a tener unas ventanas parecidas a las existentes (esta vez enfajadas verticalmente) para evitar el pastiche. El acceso inferior a la segunda fase se producirá por la torre existente ya mencionada.

La construcción del edificio es tan fina y detallada como la de cualquier otro edificio del grupo. Las ventanas de ambas fases son de un diseño exquisito: las de la primera, individuales, con un fijo de cristal central y dos laterales practicables, cubiertos por unos porticones de acero galvanizado muy radicales, partidos no en cuatro sino en seis partes! Mirad la foto: el tercer porticonito de cada ventana, de poco más de diez centímetros, permite plegar a noventa grados perfectos el porticón. Sensible, delicado, emocionante… y práctico. El edificio tiene quince años, y ninguna, absolutamente ninguna ventana se ha roto o ha sido substituida.

La ventana corrida de la segunda fase es, en sí, un auténtico muro cortina: perfiles metálicos galvanizados que mueren a unos quince centímetros del suelo sobre un taco de piedra dispuesto alrededor de un redondito de acero. Toda plana, con los montantes a cara de revestimiento. Persianas sencillas de aluminio. Detrás, todo cristal y detrás, las columnas tal cual. Nada más. Atención a las rejas de las barandillas de los balcones: del modernismo al año 2000 sin transición, como simultáneamente hacía Miralles. Para entender de qué hablo sólo tenéis que mirar el pedazo de fachada posterior de can Batlló que aparece al lado del Servicio Estación, en la calle Aragón entre el Paseo de Gràcia y la Rambla Catalunya.

Recuerdo perfectamente la última clase magistral que Ignacio Paricio hizo en la ETSAB siendo yo estudiante. La sala de actos a rebosar, él hablando como si estuviese en el bar haciendo una cerveza, usando expresiones tan llanas que cualquiera que pasase por allí lo habría entendido todo sin tener una formación específica como arquitecto.

Empezó con una fotografía de dos templos egipcios, uno al lado del otro. Podrían ser Kalabsha y Kertassi, por ejemplo. Kertassi manifiesta su construcción: impostas, columnas, cornisas. De esos elementos deriva su expresividad. Kalabsha es un volumen puro que esconde bajo esa pátina escultórica todos los recursos que se han empleado en su construcción. Paricio se giró con cara traviesa y más o menos dijo: “… esto es la arquitectura. Lo uno y lo otro, sin escoger. Después de estos edificios no hemos podido hacer nada más. Aquí está todo.”