Fotos: Javier Arroyo
Presentar un libro es lo más divertido de escribirlo. Encontrarte con tus amigos. Hacer que un discurso y una firma sean la excusa para volver a verse. Reírse a costa de los recuerdos y brindar por lo que nunca debe olvidarse.
Los hombres de mi almohada terminaron el mes de enero en Sevilla y allí se encontraron con Bea (y María, en su tripita: es acojonante tener fans que ni siquiera han nacido), Eli, Moi, Quique, Juan, Conchita, María, Noelia (no, no hablo en tercera persona, como Aída: es que mi Umbralita se llevó a una compi que se llama como yo), Patricia, Paco... hasta Rubén Sánchez, la voz de Facua, se acercó a Fnac Sevilla para oírme hablar de mi libro (perdón por el momento Umbral, pero lo necesitaba) ¿Habrá recibido alguna queja de consumidores de líneas descontentos con mi ristra de cenutrios?
Como padrino, un escritor de tronío, Daniel Ruiz García. Aproveché el viaje en tren para terminar su novela Moro y me dio cierto pudor que alguien con tanto músculo narrativo dejase al aire mis vergüenzas en forma de flacidez literaria.
Daniel no me conoce de nada (bueno, sí, de mi libro) y clavó mi perfil: el sí pero no, la frivolidad disfrazada de gafapastismo, el alma de Audrey aprisionada en mis eternas lorzas. Dice de mis Hombres que son una especie de estudio de antropología sexual, un streaptease literario en el que doy rienda suelta a mi alma de entomóloga y convierto al hombre en un insecto digno más de escarnio que de estudio.
Daniel, tienes razón: nunca dejaré de ser una bocazas.
P.D.: A todo esto, para los que os preguntáis qué opina mi hombre-almohada del resto de los hombres que aparecen en el libro: se parte de la risa. Y por tenerle a mi lado ha merecido la pena besar unos cuantos sapos.