Corría el Siglo XIV y Madrid era una ciudad más del Reino de Castilla, cuyo Rey era Juan I, un Trastámara. La verdad que no puedo evitar, cada vez que veo escrito el nombre de esa dinastía real, que me de un poco de cosas, porque me suena a “tarambana”, como si sus reyes fueran un poco como de cachondeo. Y eso que Isabel La Católica, quizá su representante más sonado, no parecía cachondearse de nada, toda muy seria y de negro ella. Claro, que por otra parte, la última de la estirpe fue Juana La Loca. En fin, líos de Reyes.
No tengo los datos suficientes para indicar si Juan I era un Rey cachondo, pero lo que si se puede afirmar es que era un tipo generoso. Os explico. Resulta que, como consecuencia de Cruzadas varias (esos viajes organizados destinados a monarcas europeos para matar infieles y ganarse eternidades), quedaban en los Territorios de Oriente Medio diseminados pequeños reinos cristianos. Uno de ellos era el de Cilicia Armenia, situado en las costas de la actual Turquía más cercanas a Chipre. Los musulmanes como que no estaban muy de acuerdo con que las visitas de los cristianos se tornaran en reinos, y con bastante razón intentaban reconquistar una y otra vez aquellos territorios nacidos por el recurso “mequedoporaquiymemontounreino”, tan de moda por aquellos tiempos. El caso es que Cilicia Armenia no resistió el empuje, y cayó rendida ante los soldados del Sultanato Mameluco de Egipto. Si antes hablo de los Tarambana, perdón, Trastámara, no te digo ya llamarse Mamelucos. Claro que detrás de mi percepción de ese nombre van siglos de rencor histórico cristiano.
No nos perdamos. Los Mamelucos se llevaron al Rey de Armenia, León VI, que a la sazón va a ser el protagonista verdadero de nuestra historia, prisionero a El Cairo. El pobre León, desconsolado por haber perdido su reino, envió mensajeros a los Reyes Cristianos de Occidente con la petición de que intercedieran ante el Sultán para que le liberaran. Dos de estos mensajeros llegaron a tierras hispanas allá por los años 80 de aquel siglo (aquello si era movida, con aquellas batallas con espadones, y eso). Con Juan I se encontraron en Medina del Campo, y el Rey Castellano les mandó de vuelta con dos enviados suyos y unos cuantos regalos para el Sultán. El truco estaba en que este último no pedía un fuerte rescate para liberar a nuestro amigo León, sino una simple petición y una demostración de buena voluntad por parte de quien fuese. Si llega a pedir dinero, lo mismo la historia para el Rey Armenio se hubiera quedado en un muro de su prisión en El Cairo. Sin embargo, fue liberado y viajó hacia Castilla para agradecer a su monarca la intención (y de paso, por si también lograba ayuda para reconquistar su reino).
León VI llegó a Castilla en el mismo momento en que Juan I celebraba sus bodas con Beatriz de Portugal. Asi que pude que el amigo Juanito estuviera pelín achispado por aquello de banquetes nupciales y demás. En todo caso, le pilló de buenas. Tan de buenas que tuvo la brillante idea de ceder al destronado armenio las Villas de Madrid, Andújar y Ciudad Real mientras viviera, además de una sustanciosa renta de 150.000 maravedís. Dios criaba reyes, y ellos se juntaban. O también, las penas con maravedí, son menos. Asi que de repente, los madrileños de la época se encontraron con que su Señor era un Rey de Oriente. Para más Inri, no traía regalos, sino que el regalo eran ellos. Además de puta… ponían la cama. El Concejo de Madrid puso el grito en el cielo, o más bien el mensajero en la Corte, pero Juan I siguió en sus trece, así que ajo y agua, y Leon VI recibió de los procuradores de la Villa los documentos que le acreditaban como Señor de Madrid en octubre de 1382-
Leon VI tan sólo paso unos meses de aquel invierno en Madrid. Luego siguió rogando a los Reyes Europeos ayuda para recuperar su reino. Ayuda que nunca obtuvo. A lo único que llegó fue a ser enterrado en París en 1393, año de su muerte. Dos años antes lo había hecho Juan I, al caerse de un caballo durante una demostración hípica en Alcalá de Henares. Es lo que tienen los deportes de Reyes. Enrique III derogó el vasallaje de Madrid al Armenio, y prometió que la ciudad nunca volvería a rendir cuentas a nadie que no fuera el Rey de Castilla. A partir de entonces, Madrid ya sólo tuvo que preocuparse de los Reyes de Oriente para ver que regalos traían a los críos, y no para ser uno de ellos.
Comparte Cosechadel66: Facebook Google Bookmarks Twitter