Describir el mundo de las madres desde la perspectiva de hija, más que un reto es toda una aventura, porque entre describir hábitos y costumbres , debo describir más un carácter reconfortante ante la adversidad. Debo decir que la mujer quien es mi madre y no por ser mi madre debo decir, tiene un espíritu arrollador e impactante, esta mujer se le mide a confrontar desde el intelectual hasta al patán; es capaz de hacer labores, que en ocasiones siento decir, suele interrumpir mi tranquilidad al verla en el tejado, generando ocasionalmente una sensación de no saber, si soy muy pasiva o simplemente soy de las que paga por todo. Mi madre pertenece a la generación de los venerables o no se si llamarlos mejor los indestructibles; es la generación que no conocen ni el cansancio ni la derrota, todo son oportunidades; a pesar de tener algo más de sesenta, luce más jovial que yo que estoy en los treinta, cosa que me hace cuestionar, si en cambio represento la generación de los susceptibles. Porque para decir verdad los adultos mayores no se quejan a menudo y cuando lo hacen en realidad, es con fundamentos; se levantaron con más fuerza ante los tropiezos de la vida y ya entiendo porqué no aceptan de muy buena gana a lo que llamamos depresión, porque a diferencia de nosotros, muchos de ellos crecieron con escasez, pero lograron hacer de ello una fortaleza, una simple oportunidad para hacer y ser. Cuando me siento abatida y a veces hundida, lo bueno es la terapia efectiva que suelo hacer con mi madre con tan sólo una mirada, no de reproche precisamente, sino de ¿En serio, te estás muriendo por eso? Y sin mentirles me repongo rápidamente al pensar, que la tragicomedia no es nada proporcional a la situación vivida, sino que es ligeramente tergiversada por la mente catastrófica a la que suelo permitirle entrar a mi vida. Pero como dijo Rafael Santandreu (2016) en uno de sus libros frente a el carrusel de modelos (Ser Feliz en Alaska, pp 76) a elegir: Yo elijo a mi madre porque me ha enseñado que la juventud no se liga a la edad, la libertad no depende de los otros, sino de las cadenas que nosotros mismos nos imponemos y la susceptibilidad extrema a la que nos sometemos nosotros como jóvenes, es lo que nos hace vulnerables frente a ideologías extremas, que creen contener la verdad absoluta, en lugar de motivarnos a explorar, las fabulosas facetas de creación y renovación que tenemos los seres humanos, cuando descubrimos nuestra misión. Así que hoy simplemente invito a retomar la salud mental al permitirnos errar y volver a empezar, a reírnos del ridículo que hacemos para aprender a evaluar los límites tolerables por nosotros, para no llegar a transgredir los límites de los demás; seguramente cuando empecemos a tener una postura más flexible y menos punitiva hacia nosotros mismos retomemos nuestro rumbo en la sociedad.
Bibliografía:
- SANTANDREU R. (2016). Ser feliz en Alaska. Barcelona. Penguin Random House Grupo Editorial, pp 65-78