Y mientras tanto el tiempo.
El tiempo... ha volado.
No sé en qué momento he dejado de tener veinte años y he pasado a ser "mujer" en vez de niña.
Hace no mucho, unos cuantísimos años, pensaba que algún día podría cambiar el mundo y hacerlo un poquito mejor porque sí, porque me creía preparada para todo. Muchos años después aquí sigo, queriendo cambiarlo, porque tengo dos hijos que viven en él y que no merecen el lío que hay montado, sabiendo poco más de lo que sabía entonces y con muchas más preguntas que hacer a quien quiera contestarlas.
Entre aquella niña mayor y la mujer en que me he convertido hay una diferencia de muchas circunstancias de por medio. Circunstancias que han curtido todos y cada uno de los poros de mi piel. Debe ser eso que llaman madurez. Desde entonces me he vuelto más reflexiva (aún), más decidida, y más segura, a pesar de que soy consciente de que me queda mucho por saber, por vivir y por experimentar, y que temo equivocarme en mis pasos si eso supone que perjudico a los míos, los que dependen de mí.
El tiempo ha volado y me ha dejado la cabeza llena de recuerdos, al estilo olla a presión. Yo me veo tan cerca de ese ayer que no me creo que el hoy sea tan real. Y en ese ayer estás tú, lleno de vida. Creo que parte importante de mi caída libre hasta mi "ahora" ha sido tu pérdida. No tenerte nunca más se unió a todas las circunstancias que han ido pasando, y que han ido puliendo mi yo de antaño y convirtiéndome en quien soy ahora.
Los golpes, levantarse cada vez y tener motivos bonitos por los que sonreír a diario son razones más que suficientes para que el paso del tiempo me otorgue el título "madurez en proceso".
Por el camino a mi vida adulta, he trabajado en mil historias por el simple orgullo de no depender de nadie, acabé mi carrera después de dejar lo primero que empecé, me independicé, lloré con la primera factura de luz por no saber cómo podría pagarla, he trabajado en unas cuantas escuelas, me he casado, me he convertido en madre y he aprendido (sigo haciéndolo) a darle importancia a quienes realmente valen la pena a mi lado, y a las cosas que merecen ser valoradas como tesoros. Y es por eso que atesoro momentos, personas, sonrisas, miradas, gestos, abrazos... Los guardo en mi archivo del tiempo. Ése que cada vez anda más lleno y que, aunque yo me vea como cuando tenía veinte años... me recuerda que el tiempo pasa para todos. Para mí también. Y que aunque tengo alma de niña, mi mirada ya es la de una mujer.
CON M DE MAMÁ y T de TIEMPO