Que el insípido socialdemócrata François Hollande haya ganado las elecciones presidenciales francesas no me hace ninguna ilusión. Tampoco tengo ninguna esperanza, al menos de momento, en que este triunfo suponga una ruptura definitiva con las actuales políticas neoliberales y europeístas que asolan el viejo continente. Pero si por algo me alegro de este triunfo es debido a la patada en el culo que el electorado francés le ha dado a Nicolás Sarkozy para que desaloje el Palacio del Elíseo.
Pero no cantemos victoria todavía, el triunfo de la socialdemocracia francesa no es bueno, es lo menos malo que podía pasar. Es prácticamente seguro que los ajustes y reformas que Hollande practicará no tengan la dureza que hubieran tenido en el caso de que Sarkozy continuara en el Elíseo. Pero esto no significa que vaya haber un cambio de rumbo serio en el fondo de las políticas. La subordinación a la troika europea continuará, supongo que con algo de disimulo, aunque con algún matiz más social, que visto el cariz que las medidas han tomado últimamente no es poco.
El mensaje que a España debe llegar de estas elecciones presidenciales francesas es claro, y Mariano Rajoy debe ir poniendo ya sus barbas a remojo. La ciudadanía francesa ha castigado la ínfima resistencia de su estado a los mercados financieros, y apuesta por una alternativa a las políticas de austeridad y una concepción diferente de la economía y de la sociedad. Pero aquí, mientras esperamos a que nos llegue la oportunidad de cambio en las urnas, tenemos una cita con la calle el próximo sábado 12. Una cita que sirva para celebrar el aniversario del Movimiento 15M y que, sobre todo, sirva para canalizar la indignación y para hacer frente común a las políticas regresivas de nuestro Gobierno.