Cuando José Antonio Ortega Lara fue liberado por la Guardia Civil tras sus dieciocho meses de penoso cautiverio en un zulo de Mondragón, lo primero que hizo fue decirle a Jaime Mayor Oreja con la templanza de un derviche persa: "Entiendo que su Gobierno no haya negociado". Punto. Ni San Agustín llegó a tales nieves de rigor y rectitud moral. Y es que lo que ETA pedía a cambio de la liberación del que fuera funcionario de prisiones no era dinero para financiar su aparato militar, ni tan siquiera concesiones soberanistas, sino que reclamaba, lisa y llanamente, el acercamiento de más de quinientos presos etarras a cárceles vascas. Algo en apariencia fútil e inocente, lejos tal vez de otro tipo de contrapartidas políticas más hondas; pero chantaje a fin de cuentas. El Gobierno de Aznar, terne en su postura de insumisión frente al terrorismo, se negó a beber de la misma taza que los criminales. El Estado de Derecho triunfó y los secuestradores fueron detenidos. Una semana más tarde llegaría la vendetta: el secuestro de Miguel Angel Blanco, concejal del Partido Popular en el Ayuntamiento de Ermua. Los terroristas, en este caso, optaron por ponerle precio a la vida del secuestrado a contrarreloj. Si no acercaban a los presos en menos de cuarenta y ocho horas, asesinarían al concejal. Y así fue. El Gobierno no cedió y los etarras, a la desesperada, cumplieron con su promesa pegándole dos tiros en la cabeza concluído el ultimátum. En menos de dos semanas, ETA se daba de bruces por segunda vez contra el malecón de la insobornabilidad. Sabían que con el Gobierno de Aznar las batallas se perderían a calderadas. Hasta que, por fin, desnortada la banda como un boxeador sonado a punto de besar la lona, se vio contra las cuerdas. Pero las lluvias de 2004 echaron a perder la cosecha de los años anteriores en materia antiterrorista. El Príncipe de la Paz, José Luis Rodríguez Zapatero, llegaba a Moncloa dispuesto a demostrar sus virtudes de celestina. O eso creía.
En 2005, ya apoltronado, anunciaba en el Congreso su intención de sentarse a negociar con los pistoleros, desmochando así el pacto antiterrorista. A consecuencia de esto, en marzo de 2006, ETA declaraba el alto el fuego dentro del falso proceso de paz que comenzaba a mellar. Poco después, el juez Baltasar Garzón se encargaría de autorizar la reunión en Ginebra entre Patxi López y el PSE con miembros de la ilegalizada Batasuna en un ejercicio de camastronería infame. Pero poco o nada le duró la euforia a Zapatero. En la Navidad del mismo año, le estallaba en las manos la T4 de Barajas, dejando dos muertos. Zapatero, como gallo de corral, abrió sus alas y declaró en rueda de prensa que había ordenado suspender los diálogos con la banda terrorista. Pero después llegaría el circo de De Juana Chaos; las municipales de 2007 con ANV como palafreneros de ETA, con la aprobación de Garzón pese a los informes de la Policía Nacional y el Instituto Armado; el chivatazo al dueño del Bar Faisán; el juez Garzón reteniendo en los cajones de su despacho los documentos de la Guardia Civil que vinculaban a miembros de Interior con el Caso Faisán; la legalización de Bildu por parte del Tribunal Constitucional en una jugada de trileros que anulaba la sentencia del Supremo y asumía unas competencias que no les corresponde -se trata de magistrados y no jueces- cayendo en una prevaricación obscena; la entrada de ETA en más de cien ayuntamientos vascos bajo el paraguas de Bildu manejando cerca de mil millones de euros; la participación en las elecciones del 20-N mediante la coalición abertzale Amaiur, dejando como un trapo de fregar a la Ley de Partidos, y con la cual se sentarán en el Congreso para exigir el derecho de autodeterminación; y, finalmente, la Conferencia de San Sebastián en la que la izquierda abertzale corrió esa suerte de Cirineo de los mediadores internacionales y la propia ETA pidiendo el cese de la violencia, poco menos que edulcorando la oferta de Anoeta. Y de aquellos polvos, estos fangos y pestes. ¡Y hablan de triunfo de la Democracia! Es como si los preconstitucionalistas de Cádiz celebrasen el entronamiento del Rey Felón porque así acababa la lucha entre napoleónicos-afrancesados y los patrióticos-liberales. Aun obrando de buena fe, la ignorancia no quita pecado.
Hoy la Democracia es aún más pobre y débil si cabe. Por un bien puntual, se sobredimensiona un mal general. Esa, y no otra, es la herencia de Zapatero en materia antiterrorista. O dicho de forma más castiza: a tal podador, tal sarmentador. Tanto ha cortado los brazos del Estado de Derecho que el peso que tendremos que cargar con los sarmientos de la infamia será enorme, pues ETA cambia las pistolas por las corbatas; pero el fin sigue siendo el mismo. La diferencia estriba en que ahora podrán servirse de una soberanía nacional en la que no creen y desprecian hasta lograr erosionar la propia Democracia tratando de alcanzar unos fines políticos que no alcanzaron con el tiro en la nuca y la bomba lapa, y aún así, igualmente ilegítimos. Al terrorismo se le sufre o se le castiga, pero no cabe el conchabeo siciliano. Si Dios vomita a los tibios, hoy andará de cólico biliar.
El propio comunicado de ETA demuestra dos puntos de crudeza insobornable. Por un lado, la relación palmaria existente entre Batasuna y ETA, pues el propio portavoz y jefe político de la banda que leyó el comunicado, David Pla, fue miembro de Herri Batasuna. Y casos de esta ralea los contamos por almudes. Y en segundo lugar, que ETA sigue en la provocación de siempre al declarar que "la crudeza de la lucha se ha llevado a muchas compañeras y compañeros para siempre. Otros están sufriendo la cárcel o el exilio. Para ellos y ellas nuestro reconocimiento y más sentido homenaje". Lejos del perdón, se vanglorian. Por ello, el comunicado, más que un kirieleisón fúnebre es un himno triunfal. Y demuestra ser más ETA que nunca cuando celebra con voz mayestática el cese de la actividad armada, mientras que a renglón seguido insta a los gobiernos de España y Francia a que inicien una negociación en aras de la resolución del conflicto.
Y es mucho lo ya negociado, pero aún más lo que queda por negociar. Es por ello que no podemos olvidar que el caballo, aun salvaje, no huye de la paja. Y uno de los puntos claves de la banda criminal y la propia Conferencia de San Sebastián ha sido el de la resolución del problema de los presos, punto fuerte de la negociación. Por ello, conviene preguntarse qué ocurrirá si no se anula la doctrina Parot ni se saca a los presos que reúnan las condiciones previas o, sencillamente, si no se firma una amnistía generalizada como viene reclamando el colectivo de presos etarras EPPK, en virtud del Acuerdo de Gernika. ¿Seguirá ETA con las orejas gachas y el rabo entre las piernas o volverían a morder hueso? No es casual que tanto la Policía española como la francesa reclamen cautela aconsejándonos que dejemos por más tiempo el cava en la nevera. Y es que el comunicado no sólo evita hablar de desarme y disolución, sino que obvia lo que desde los meses anteriores viene sucediendo. A saber, que hasta la última Luna Nueva, ETA siguió doblando matrículas, robando almacenes de tarjetas electrónicas en Francia, reclutando jóvenes y, desde la defenestración del Grupo de Acción Rápida de la Guardia Civil de las carreteras del País Vasco por parte de Interior, disfrutando de una libertad de movimientos aún mayor.
Con todo, lo cierto es que los etarras nos han colado el 'Trágala perro' mientras preparan sus maletas y txapelas para marcharse al Congreso a partir del 20N. Y así seguirá su guerra. Casi mil vidas de inocentes, hombres, mujeres y niños, no han sido en balde. Les ha merecido la pena. La victoria tiene muchos padres, pero la derrota es huérfana. Por eso muchos celebran hoy lo que es nuestra derrota. Nos han ganado, lisa y llanamente. Que suene la campana.