Hallábase el rey en Tarragona, rodeado de muchos nobles catalanes, entre ellos Nuño Sánchez, conde de Rosellón, Hugo de Ampurias, los hermanos Guillén y Ramón de Moncada, Geraldo de Cervellón, Guillermo de Claramunt y varios otros principales señores: Les había convidado a comer, al rey y a todos esos distinguidos varones, un ilustre ciudadano de Barcelona llamado Pedro Martel, el más diestro y experto marino que entonces se conocía; y como entre otras pláticas ocurriese preguntar a Martel algunas noticias acerca de la isla de Mallorca, que cae frente a aquella costa, y él comenzase a ponderar la fertilidad de sus campos, la abundancia de maderas de construcción en sus bosques, la comodidad y seguridad de sus puertos, así como a lamentarse de los daños que causaban los corsarios sarracenos al comercio catalán, encendióse el ánimo del joven rey y de sus barones en deseos de conquistar un país que ya sus mayores habían visitado e intentado adquirir. Agregóse a esto que el rey de Mallorca había hecho apresar dos naves catalanas que, cargadas de mercancías cruzaban las aguas de las Baleares, con lo que irritados los barceloneses enviaron un mensajero al príncipe musulmán, pidiendo la restitución de los navíos y la reparación de los perjuicios que habían sufrido de parte de los de su reino.
EDAD MEDIA
A este fin convocó a cortes generales del reino en Barcelona para el mes de diciembre de 1228. Congregáronse, pues, en el antiguo palacio todos los prelados, barones caballeros y procuradores de las ciudades y villas de Cataluña. El rey expuso a la asamblea en un sencillo y enérgico razonamiento el designio que tenía de servir a Dios en la guerra de Mallorca, reprimiendo la soberbia de aquellos infieles y ganando aquellos dominios para la cristiandad. Sus palabras fueron acogidas con unánime entusiasmo. El anciano arzobispo de Tarragona, Aspargo, sintió tan viva emoción de alegría que exclamó: Ecce filius meus dilectus, in quo mihi bene complacui: y ofreció contribuir con mil marcos de oro, doscientos caballos bien armados y mil ballesteros sostenidos a sus expensas hasta la conquista de la isla. Y como el rey no le permitiese a causa de su avanzada edad acompañar personalmente la expedición, según quería, dio por lo menos permiso a todos los obispos y abades de su metrópoli para que siguiesen el ejército. El obispo de Barcelona, Berenguer de Palou, prometió concurrir en persona con cien jinetes y mil infantes tambien mantenidos a su costa. Los prelados de Gerona y de Tarazona, el abad de San Felíu de Guixols, los priores, canónigos y superiores de las órdenes religiosas, los templarios, todos ofrecieron sus personas, sus hombres de armas, sus sirvientes y sus haberes para la santa empresa.
La Historia General de España de Modesto Lafuente, es considerada el paradigma de la
historiografía nacional del pensamiento liberal del siglo XIX.