Y si hoy fuera el día más feliz de mi vida…

Publicado el 11 febrero 2015 por Caterina

El otro día, en el trabajo, le dije a un compañero “¡Qué bien, ya son casi las 2!”. A lo que él me respondió “Pues podrían ser las 6″. Y le respondí de nuevo “También podría ser viernes a última hora”. A lo que él me volvió a contestar “Podría ser el día que me toca la lotería”. Y finalmente le dije “Podría ser el día más feliz de mi vida”. Y nos quedamos callados. Pensando. Y empezamos a medio sonreír sacando nuestras propias conclusiones de la conversación que acabábamos de tener.

Hoy me tocó comer sola al mediodía, lo que me permitió darle vueltas a ese conjunto de frases. Y empecé a enredarme pensando en qué pasaría si realmente hoy fuera el día más feliz de mi vida. En realidad no me preocupó qué tendría que ocurrir para que así fuese. Lo que me preocupó fue pensar qué pasaría al día siguiente, cuando despertase sabiendo que lo mejor de mi vida ya había sucedido. Una extraña  desmotivación me invadió por completo y decidí que si hoy fuese ése día preferiría no saberlo.

¿Qué si no mueve a las personas que no tenga que ver con buscar varios de esos días? ¿Qué persona en su pleno y sano juicio no busca eso que llamamos felicidad? Pues imaginad que ése día, el más feliz de los felices, es hoy y que lo que os queda por vivir nunca podrá ser mejor de lo que ya se ha vivido. Frustra, ¿verdad?

Imagen perteneciente a Esther Company, diseñadora gráfica.

Me molestó que lo primero que pensase, ante esa suposición, fuera en el día de mañana. Y no en el de hoy. Ni me detuve a imaginar cómo podría ser ése día, el más feliz. Solo me centré en qué pasaría después de ése día. Quizás si fuera capaz de pensar en disfrutar el hoy, podría divisar el resto de mi vida con cierta calma o satisfacción de haber llegado, más pronto que tarde, a ése gran día. Pero no. Parece que, de momento, no estoy preparada para este tipo de razonamientos.

Y dejando al margen la metáfora anecdótica relativa al día más feliz de mi vida, descubro también que cuesta un mundo aplicar ese idílico e inhumano Carpe Diem que tantos gurús de la autoayuda predican. Y es que yo, por defecto, me paso el día queriendo que sea mañana. Y me olvido muy a menudo de la inmensa importancia que tiene el hoy. El ahora, ese instante irrecuperable. Ése que ya pasó.

A veces pienso que me gustaría que mi mente solo pensase “en tiempo real” y fuera incapaz de viajar al pasado o de intentar descifrar el futuro. Y es que sería fantástico no preocuparse más allá de lo que estuviera sucediendo en este mismo momento.  Y paso a paso ir resolviendo las incidencias que fueran ocurriendo por orden cronológico, sin acumularse y sin ser demasiado consciente constantemente de las consecuencias.

Y se me vienen a la cabeza esas frases condicionales que siempre empiezan con un “y si…” Estas frases pueden llegar a ser dañinas para los que nos proponemos vivir el presente y no lo conseguimos. Ese “y si…” resulta muy peligroso y en nuestra mente mano está que derive en convertirnos en unos cobardes por dejarlo ir o, por el contrario, en unos valientes por pretender comprobar el significado de las palabras que siguen al “y si…”. Es, por lo menos, tentador. Aun así, estas 2 palabras interrumpen cualquier presente haciendo que uno se traslade al futuro. Y dé rienda suelta a la imaginación, una buena amiga aunque un poco tramposa.

A pesar de lo que llevo contado hasta ahora, aquí donde me veis, me pasé gran parte de mi adolescencia escribiendo Carpe Diem en mis agendas. Parecía ser mi lema de supervivencia. 15 años después descubro que lo que he estado predicando durante años soy incapaz de aplicarlo a mi vida. Demasiadas preocupaciones, demasiados miedos y demasiada precaución.

Yo no logro divisar la felicidad hasta que ya ha pasado. Entiendo que eso es un error, y de los grandes. Y es que posiblemente parte implícita de esta felicidad es no darte cuenta de que está pasando. Pues uno no está pendiente de ser feliz cuando lo es… En esos momentos no nos preocupamos de ser felices, simplemente porque ya lo somos. Es cuando miramos atrás y recordamos esos momentos con una tímida y sincera sonrisa, que reconocemos la felicidad.

Mi padre, filósofo por deformación profesional, me cuenta que los jóvenes no pueden ser felices. Y lo dice precisamente por esa falta de dimensión temporal. Esta teoría, derivada de ideas aristotélicas, me parece por lo menos interesante. Y es que Aristóteles insinuaba que solo las personas mayores pueden ser felices, precisamente por ese recorrido vivido que permite tomar conciencia de esa felicidad. Además, el filósofo también decía que una de las fuentes más importantes de la felicidad era la amistad. Una persona joven no puede apreciar un buen amigo en la misma medida que una persona más mayor. Tiene sentido. Esta idea de necesitar tiempo para ser felices, de alguna forma me consuela, pues quizás soy demasiado joven todavía. Aunque con lo impaciente que soy también podría, en algún caso, hacerme desesperar.

Y es que a veces vivimos de ilusiones en futuro y aunque éstas deben acompañarnos y  guiarnos en el camino, no deben ser el camino. Alguien me dijo, no hace mucho, que hay que distinguir lo que somos de lo que nos sucede. Lo que nos sucede lo llevamos con nosotros pero no nos define. Las ilusiones tampoco deben hacerlo. Debemos llevarlas encima pero no deben apoderarse de nosotros.

Estoy cansada de leer manuales en los que me explican cómo ser feliz. Me cansé de las lecciones y de las frases hechas que cada día me advierten que hoy puede ser un gran día. Estoy harta de tanta tontería teoría. Se acercan tiempos difíciles, ser feliz es urgente. Pasemos a la acción.