¿Y si llegara el fin del mundo?

Publicado el 12 noviembre 2015 por Monedarota @Monedarota

No sé si el hecho de estar enganchada a una serie de televisión en la que los zombis se apoderan del mundo me está afectando demasiado. Puede ser. Me ha dado una pista sobre ello el hecho de llevar varias semanas tratando de observar -más de lo habitual en mí- a las personas y sus pautas de comportamiento social en situaciones, digamos, de cierto estrés colectivo (véase, una abarrotada cola en la caja de un supermercado, las discusiones sobre supremacía entre los dos sexos a la hora del café, un atasco en hora punta, o atravesar la Puerta del Sol para ir a trabajar en periodo de compras navideñas o de alto fervor turístico).

Y es que no tenemos que olvidar que aunque seamos seres humanos con capacidad de raciocinio y muchas convenciones sociales, algo a lo que estamos habituados, también hay situaciones en las que ese raciocinio y ese "bien queda" se apaga o camufla debajo de los puros instintos animales que también nos caracterizan, aunque menos a menudo.

Pero creo que no soy la única persona que alguna vez se ha preguntado qué ocurriría si las personas, por algún motivo, fueran desapareciendo de la Tierra. Si el supuesto orden desapareciera debajo de un supuesto caos o colapso mundial. Reconozco que a mí me encantan las historias, literarias o cinematográficas, que tratan estos temas. Hasta yo misma una vez intente escribir una sobre eso mismo, con resultado fatal (no el del mundo, sino el de la lógica de mi historia), y quizá desde entonces reconozco la dificultad de construir un argumento convincente dada la complejidad del asunto.

Pongamos por caso una pandemia. ¿Qué pasaría si la población menguara tanto como para que sólo quedaran en el mundo unos cuantos grupos de personas? ¿Cómo sería todo? Quizá por ser economista en estas situaciones me llama sobre todo la atención lo que tiene que ver con el reparto de tareas, la especialización y la valoración de los recursos disponibles. Y cómo enseguida, cuando todo se pone patas arriba y la "ley" desaparece, la esencia y el instituto del ser humano emergen instintivamente, para bien o para mal. Estoy pensando precisamente en la serie de la que hablaba al principio, The Walking Dead, que no por irreal es menos precisa. Para quién no lo sepa, esta serie trata sobre un grupo de seres humanos que tiene que sobrevivir en un mundo plagado de zombis. En resumidas cuentas, un día se despiertan y de pronto sólo necesitan comer, dormir, y estar protegidos de zombies. Todo tal y como lo conocemos ahora desaparece. No hay electricidad, ni gasolina, ni curro, ni comida a domicilio, ni wifi. Y adquieren destrezas y roles que nos devuelven a nuestros antepasados en la edad de piedra. Salen de caza, buscan lugares seguros para dormir y cosechar, y construyen armas. Y lo más curioso es que los niños son protegidos y casi sagrados, puesto que de ellos depende el futuro. Se procura que aprendan y tengan valores positivos en un entorno muy hostil. De algún modo, van adquiriendo capital humano (en estos términos, aprender a disparar es un valioso capital humano). En ellos está la esperanza.

La economía como tal se muestra en su esencia más pura: obtener recursos escasos, cuidar el capital humano y protegerlo y protegerse de todo de los demás (zombis, extraterrestres u hordas de otros humanos no tan sensatos o no tan organizados). Para ello, los seres se especializan: los que tienen puntería disparan, y los que tiene las ideas claras y son fuertes, lideran al grupo. Todo es necesario. Todo contribuye. Esto es el mundo, al fin y al cabo, en su versión más simple. ¿O no? Queda muy lejos de la Utopía de Tomás Moro, y no sólo por los zombis. Quizá el ser humano no sea, en esencia, tan ideal. Aunque sí más práctico.

Ahorro de capital y tiempo, un mundo más simplificado, también en funciones, y progreso tecnológico (al principio se dispara a los zombis, pero luego se construyen herramientas y armas para hacerlo de un modo silencioso y no atraer a más zombis). Observamos que al final Adam Smith siempre está ahí, incluso a pesar del fin del mundo. Y la especialización de tareas. Y ese progreso tecnológico. Conceptos que muchas veces pensamos como alegorías, pero que son reales. Que nos han traído hasta aquí.

Pensemos por un momento en qué ocurriría con una persona que envían a otro planeta y con la que se pierde el contacto. Seguramente intentaría aprender a sobrevivir en ese entorno todo lo posible. ¿No es así la última película de Matt Damon? ¿Cómo está organizada la vida en un campo de concentración? Es otro mundo. Pueden leerlo aquí.

Me vienen a la cabeza ahora las míticas escenas de El Equipo A, cuando los miembros del mismo eran encerrados en un taller de carpintería por unos malos muy malos y debían salir vivos y escapar, para lo cual se fabricaban un carro blindado capaz de disparar tornillos a partir de tablones de madera. Es entonces cuando las capacidades y la cabeza del ser humano nos sorprende. Y es que siempre ha estado ahí esa capacidad, pese a que ahora nos distraigamos usándola solamente para discernir qué emoticono conviene más en un mensaje de móvil o para no pensar si quiera en las verdaderas motivaciones de un político cuando pide el voto. ¿No da la sensación de que estamos dormidos en un mundo de facilidades? ¿De que servimos para algo más que no hace falta temporalmente?

Pues bien. Tampoco tenemos que irnos a la ciencia ficción para hacer hipótesis sobre ello. En la Historia ya tenemos acontecimientos que se han acercado bastante, no a la plena aniquilación de los seres humanos, pero que nos han dado una idea sobre lo que puede pasar. Tanto guerras como enfermedades ofrecen un amplio y variado repertorio de situaciones. Y de las consecuencias de ello. ¿Qué me dicen de los miles de personas que recorren kilómetros y kilómetros para llegar a Europa huyendo de la guerra y buscando un lugar donde vivir y trabajar en paz? ¿Acaso no es admirable lo que hace el ser humano?

¿Y la huida de Aleksander Pechersky, liderando un grupo de personas, del campo de concentración nazi de Sobibor? ¿Y el caso de Vrba y Wetzler escapando de Auschwitz y cargados solamente con un reloj, un mapa y la etiqueta de un bote del gas Zyklon B? Son casos excepcionales en los cuales el ser humano prioriza y se organiza para sobrevivir.

Siendo menos dramáticos, ¿qué ocurre cuando la NASA envía una misión al espacio? Cada una de las personas adquiere un rol, una especialidad. Se miden muy bien los recursos y esas personas actúan como portentos capaces de cocinar, arreglar una nave espacial y conocer las leyes físicas del universo. En este caso, cualquier error incrementaría en exceso el coste que están dispuestos a soportar. Conseguir comida en un campo de concentración arriesga vidas enteras.

En estas situaciones límite, obviamente, también surge el comportamiento oportunista: una persona que trabaja menos que las demás para ahorrar energía, alguien que guarda comida oculta por si las moscas. Ya lo hemos visto en Gran Hermano o Supervivientes (al menos en sus primeras ediciones, cuando eran más interesantes y creíbles). Situaciones a las que en la vida actual repleta de comodidades también estamos acostumbrados pero que aquí aumentan considerablemente ese coste de oportunidad, especialmente si de ello depende tu propia vida.

Imaginen arrancar un mundo prácticamente desde cero después de una Guerra o, por ejemplo, después de la peste negra en la Edad Media, que acabó con un tercio de la población europea. Se piensa que la falta de mano de obra provocó el recurso a la innovación y devino en el propio surgimiento del Renacimiento.

Reconozco cierta admiración sobre la capacidad -y productividad- del ser humano en este tipo de situaciones límite. Aunque siempre es mejor no tener que llegar a ellas. Al menos porque preferiría tener la oportunidad de seguir asistiendo a ellas cómodamente desde el sofá de casa. O lo que es lo mismo, cómo aprender economía viendo The Walking Dead. Y es que, al fin y al cabo, los seres humanos somos eminentemente agentes económicos. Aunque no lo parezca habitualmente.