Y huele a la novedad de lo que se conoce y a nervios disimulados de inicio de curso, de esos que me hacen recordar a mis primeros alumnos (hoy, algunos ya con niños pequeños que juegan en el patio por el que antes corrieron sus padres) y mi primer día de clase con ellos: aquella intensidad del ir a poner la mano sobre el picaporte de la puerta y saber que una treintena de pares de ojos me mirarán con mezcla de extrañeza y confianza mal disimulada, el colocar con seguridad falsa la carpeta sobre la mesa del profesor y dejar las tizas preparadas lo más cerca del borde la mesa.
Hoy, sí, me acordé de uno de mis alumnos luminosos y renové mi esperanza en un curso que comienza, acepté el saludo de un padre agradecido, coloqué dos veces la nueva caja de materiales de mi tutoría -que no es nueva, pero como si lo fuera- y dejé que saliera de mí una sonrisa. Hoy, comienza el curso, y mañana, o luego, ya veremos.