El último día que fuimos a matronatación había una niña con Síndrome de Down. Le habían acotado una zona de la piscina grande y tenía un profesor particular. No sé cuántos años tendría, quizá cinco. No conseguí quitarle el ojo de encima en todo el rato que estuvimos allí, reconozco que a mi hijo le hice poquísimo caso aquel día.
Nada más verla, se me empañaron los ojos. Pensé: tienes suerte de haber nacido, en muchas familias no lo habrías hecho. No me puse a llorar ahí mismo porque tragué saliva bien fuerte.
Ya no se ven personas con Síndrome de Down por la calle. Cuando yo era pequeña sí que recuerdo haber visto niños y adultos, no muchos, pero si algunos. Después apenas me habré cruzado con un par de ellos. En mi barrio hay una familia que tiene un niño y me cuesta no mirarlos cuando me los cruzo. No quiero ser impertinente, no quiero que piensen justo lo contrario de lo que siento, porque realmente les admiro muchísimo.
Hay una razón evidente por la que hoy día se ven tan pocos Síndrome de Down por la calle: porque se abortan. La mejora en las técnicas de diagnóstico hace que muchas parejas conozcan que su hijo tiene esta enfermedad en fases muy tempranas del embarazo y en un alto porcentaje de los casos se decide no continuar. Así de simple.
Yo no tenía una postura clara antes de ser madre. Tampo es que ahora lo vea claro como el agua, pero creo que hay cosas que no se comprenden hasta que lo eres y esta, probablemente, sea una de ellas.
Una amiga mía, llegado el momento del triple screening, decidió que no iba a hacérselo. Se haría la eco, pero no los análisis estadísticos. Ellos tenían claro que iban a tener a su bebé, tanto si tenía alguna anomalía como si no. Cuando me lo comentó, yo ni me había planteado que uno pudiera no hacerse esos análisis. Soy muy obediente con los médicos y supongo que más de un ginecólogo pondría el grito en el cielo. Pero me hubiera gustado planteármelo, probablemente yo tampoco me lo hubiera hecho, probablemente no me lo haga si alguna vez vuelvo a estar embarazada.
La niña era una niña feliz. Espigada, rubia, con mucho carácter, muy rebelde y se la veía feliz. Me hice tantas preguntas... ¿Cómo podría yo suprimir la vida de mi hijo porque tuviera un retraso mental?. ¿No sería igual mi hijo?. ¿No debemos amar a nuestros hijos sean como sean, o sólo les amaremos si son listos, guapos y obedientes?. Pero, por otro lado, ¿podríamos soportar ese reto?, ¿tendríamos coraje suficiente para afrontar una dura prueba del destino?...
No me lo he quitado de la cabeza. Para mi sería muy cómodo decir como decían unos antiguos amigos, que no se puede tener un bebé con Síndrome de Down una vez que se ha tenido un hijo porque eso supone hipotecar el futuro del hijo que ya tienes con una pesada carga. Pero yo nunca pude verlo así. Es una cuestión moral: si entiendes que desde la concepción hay vida, todos son tus hijos. Si todos son hijos, debe haber una buena razón para decidir abortar. El Síndrome de Down no es una enfermedad mortal, no es invalidante, no convierte a los fetos en inviables... ¿entonces?.
Mi madre diría que me complico la vida sin necesidad. Que para qué pienso estas cosas. Pero me gusta pensarlas, necesito tener respuestas porque nunca se sabe qué puede pasar. Porque estamos hablando de niños que nacen o que no nacen, de familias que a pesar de las dificultades son felices. ¿Habeis leido algún blog de familias con hijos con este síndrome?. Yo leo varios y son una prueba de que esa felicidad es tangible, existe.
Es increíblemente complicado. Sólo se que cada vez que pienso en esa niña me dan ganas de llorar, porque me gustaría que la razón por la que no se vieran niños con Síndrome de Down por la calle fuera porque se ha descubierto una cura. Pero mientras esto no suceda, hay familias por todo el planeta enfrentándose a esa decisión todos los días, ¡qué duro!.
Ya se que el tema es triste y espeso pero me gustaría saber vuestra opinión.