El argumento de la legalidad, por ejemplo. Si la consulta catalana es ilegal, puede legalizarse hoy mismo. Basta que el legislador quiera. De hecho, los partidarios de la consulta hasta hoy mismo han insistido en buscar su encaje legal, y esta tarde propondrán varias vías de celebrarla dentro de la ley.
Lo mismo puede decirse del argumento de la inconstitucionalidad. Si el derecho a decidir no tiene encaje en la Constitución (y hay expertos que sí lo ven posible), el mismísimo Tribunal Constitucional da la solución, en su reciente fallo sobre el asunto: refórmese la Constitución; siéntense a dialogar, y cambien el texto. Volvemos así a la casilla anterior, la de la legalidad: si es inconstitucional, basta que exista voluntad política para que sea constitucional. Y ni siquiera hace falta mucho tiempo, visto lo rápidos que fueron PP y PSOE en reformar la Constitución hace un par de años con el famoso artículo 135.
Pero si el gobierno pierde la carta de la legalidad y la de la Constitución, siempre le queda el comodín de la soberanía: la consulta no puede hacerse, porque la soberanía es de todos los españoles, y no puede trocearse. No pertenece a nadie, sino a todos. La soberanía somos nosotros, pero todos a una, los 47 millones saltando a la vez. Aunque no nos demos cuenta, la soberanía “descansa, se refleja y se respira y se ejerce por todos y cada uno” de los 47 millones de ciudadanos que viven en “todos y cada uno de los rincones” de España.
Ahí se acaba el debate, piensa el gobierno: ya no es que sea ilegal o inconstitucional. Es que la soberanía es una roca indivisible, y aunque quisiéramos, no podríamos permitir a los catalanes que decidiesen algo por su cuenta, ni siquiera que opinasen sin valor decisorio, porque allá donde va un español vamos todos detrás. O todos o ninguno.
Fuente: El Diario / Zona Crítica