Y tú, ¿por qué abriste tu blog?

Por Mamá Monete @mamamonete

Llega septiembre: época de nuevos retos (enésima semana de adaptación, enésima pesadilla de conciliación) pero también de nuevas ilusiones, de propósitos, de esperanzas.

Con el fresquito (este año hemos tenido una tormentaza de cortesía para ayudarnos a dar el verano por cerrado aunque le queden tres semanas) y los atardeceres más tempranos se abre la etapa anual de «mirar para adentro».

Soy de las que en esta época siente que toca cambiar de ciclo y saco la lista de «propósitos de curso nuevo», porque me parece un momento de ruptura con lo anterior mucho más natural que el año nuevo.

Y, como en cada curso nuevo, aparece el famoso «volver a escribir en el blog».

Escribir sin interrupciones cuando tienes hijos: lo siento, no va a pasar

Luego me río, porque en realidad tengo muchos proyectos que requieren que les dedique mi tiempo de escritura; muy pocos momentos para la escritura (volvemos a las pesadillas de conciliación) y, al final, una cierta frustración acumulada que termino descargando de una forma que parece práctica pero no lo es, que es desechando cada uno de esos pequeños ratos porque «no son suficientes», cuando son los que hay y la pregunta que realmente ayuda no es cuándo tendrás un rato mayor, sino qué puedes hacer con todos esos ratos chiquitines.

Es muy complicado empalmar una idea con otra, enlazar dos párrafos con sentido, hilvanar sin repetir, cuando escribes a saltos, con la cabeza en otra cosa y respondiendo a los «mamáaaaaaaaaaa» aunque sepas que después de tu «qué» solo hay plantas rodadoras. Es más: cuando no esté ese ruido, serás tú quien interrumpa tu discurso mental constantemente porque tendrás tantas cosas «para ese rato largo de concentración» que querrás hacerlas todas a la vez (spoiler: es la mejor forma de que no hagas ninguna de ellas).

Pero es que si quieres escribir y tienes criaturas muy pequeñas, o tienes mucho dinero o es lo que hay. Escribir a ratos, escribir mal, pensar en editar, no llegar a hacerlo. Conformarse. Alegrarse de lo hecho en vez de culparse por lo aún sin hacer. Y descubrir que, en realidad, era más que suficiente.

Imagen de Aaron Burden vía Unsplash

¿Quieres escribir? Escribe. Poco, tarde y mal

Ya he dicho otras veces que la maternidad me ha traído entre otros regalos un cierto «conformismo sano»: un aprender a aceptar las cosas como son cuando no tengo capacidad alguna de que se parezcan a lo que yo quiero que sean. Esta misma mañana presumía ante una amiga de que por fin he disfrutado jugando a los Lego sin manual de instrucciones (gracias a La Lego película por mostrarme un tipo de madre que no quiero ser).

Pero mi tarea pendiente, aún, es aceptar esa incapacidad que tengo, y asumir que no tiene que ver conmigo sino con el contexto. Aprender no solo a aceptar con serenidad sino también a renunciar con consciencia. Y eso implica, sobre todo, renunciar a esos estándares imposible que me impongo constantemente.

Las psicólogas estudiamos cómo el cambio se produce más fácilmente (y, sobre todo, se mantiene, que es muy relevante para esto) cuando se compone de pequeños cambios sumados que cuando se da un gran salto. Pero como en tantas otras cosas, es diferente saber la teoría y hasta diseñar intervenciones a partir de ella y autointervenirte (sí, las psicólogas van a terapia).

Porque una, además de psicóloga, es humana, y sabe perfectamente que si quiere ponerse en forma tendrá que hacerlo gradualmente y además atravesar momentos desagradables a priori, pero como toda hija de vecina se dice a sí misma cada domingo de madrugada que si esta semana tampoco va a salir a correr todos los días pues que ya quizá el mes que viene, el año que viene… en lugar de empezar por salir a andar y subir escaleras.

Cuando te pones metas imposibles te estás poniendo piedras en el camino. Y eso al final se traduce en que te tropiezas, en el hipotético caso de que consigas siquiera empezar a andar. Algunas somos tan buenas en el autosabotaje que podemos ponernos piedras más grandes que nosotras mismas.

Con el blog, la verdad, siempre me pasa eso. Que no me vale con «escribir», un rato, sobre cualquier cosa. Que quiero escribir un texto largo, documentado, útil, relevante y actualizado. Y es un objetivo muy encomiable, pero también es lo que hace que ya no escriba prácticamente nunca.

Curiosamente hoy, que me he propuesto escribir sin pensar, a ver qué salía, en el rato que me marcado para la pausa de la comida… Llevo 600 palabras. Curiosamente, solo hacía unos días de mi última entrada, porque la escribí a vuelapluma, sin compartir, sin resumir, sin enlazar; sin llegar a agotarme. Y mi psicóloga interior está mirándome con cara de «no te hagas la sorprendida porque sabías perfectamente lo que iba a pasar».

Volver al origen: ¿por qué escribiste tu primer post?

Escribía hace poco, en otro espacio, sobre por qué abrimos todos estos blogs sobre embarazo, parto, crianza, educación, maternidad y maternaje. Reflexionaba mucho sobre cuál fue mi primer objetivo y sobre cómo este ha ido mutando, y por qué.

Muchas empezamos porque no tenemos con quién hablar. Nos decimos a nosotras mismas que queremos que el resto del mundo sepa nuestra experiencia porque, como escribía tan bellamente Silvia Nanclares hace poco, a menudo esta transición hacia lo maternal está llena de «sacrificios de los que no estoy orgullosa porque lo que más me gustaría es no haberlos tenido que pasar. Ni yo ni nadie«. Pero si soy honesta, yo no solo quería eso.

Por supuesto, me hace muy feliz ver que realmente ayuda. He tenido ocasión de hablar con otras madres en tratamiento psiquiátrico durante sus embarazos y compartir experiencias y es hermoso ver lo terapéutico que puede llegar a resultarnos simplemente saber que no estamos solas. He hablado con otras madres con otros malestares, no psiquiatrizados, y hemos podido ver cómo ese «no estoy sola» nos permite imaginar otros mundos posibles, plantear formas de articular respuestas, y, la verdad, necesitamos firmemente recuperar las utopías. «Ser ferozmente optimistas y a la vez radicalmente pragmáticos es nuestra única opción», apunta Layla Martínez en Utopía no es una isla.

Todo esto está muy bien, pero, francamente, yo quería principalmente poder hablar de cómo me sentía. Y conforme esos estándares empezaron a subir (ser útil, primero; tras la especialización del posgraduado, ser, además, «profesional»), llega un punto en que es imposible. Si a tus propios estándares le vas añadiendo los ajenos (los criterios algorítmicos de los canales de marketing digital a los que vengo dedicándome hace quince años pero que jamás te permiten dormir en los laureles), entonces apaga y vámonos.

Imagen de Tim Mossholder vía Unsplash

No llamas a una amiga porque hace veintitrés días de la última vez y ya toca, y no apuntas en la agenda uno a uno los temas que debe incorporar esa conversación para ser valiosa (o quizá lo haces, yo me he visto en esas: si es así, no descartes que sea sintomático de que no estás todo lo bien que podrías).

No deberíamos escribir en nuestros blogs porque Google considera que hace demasiado de la última actualización; no deberíamos hacerlo sobre el tema que creemos que será tendencia en Twitter la semana que publiquemos; no deberíamos resumirlo en forma de baile solo porque ahora lo peta muy fuerte un cierto código en los formatos de vídeo.

En muchos casos, profesionalizar nuestros blogs termina siendo una herramienta para poder subsistir en un contexto en el que la crianza nos hace perder ingresos (la llamada «brecha de cuidados«). Desde que leí un artículo sobre el tema a Li, mi percepción sobre todo ese mundo de «influencers maternales» ha cambiado radicalmente (independientemente de que pueda estar a favor de marcar ciertos límites y del lado de las criaturas, entiendo de otra forma los motivos que puede haber tras una exposición constante de una faceta íntima).

Pero, francamente, si no sois capaces de sacarle suficiente dinero a vuestro blog como para que os regale tiempo para vosotras mismas, entonces no dejéis que vuestro blog deje de ser tiempo para vosotras mismas. Porque, en el fondo, este no deja de ser nuestro pequeño cuarto propio.