Velada algo más que solidaria (el importe de las entradas, de taquilla al menos, se destinará a la zona aún afectada tras el terremoto) con la Orquesta Sinfónica Abruzzese, con un programa de claro sabor italiano perfectamente adaptado a una formación para ello y con un director de "largo recorrido" que logra una homogeneidad y dinámicas de la formación italiana dignas de encomio, superando ligeros desajustes en partes puntuales pero que dieron como resultado final una tarde agradable de sabor clásico.
Y la propina, como en septiembre pasado, Piazzolla, esta vez no el Oblivion de entonces sino las Ausencias que yo parecía prevenir (y espero no volver a confundir) haciendo sonar el clarinete cual bandoneón soplado, y recuperando estos arreglos donde toda la música del argentino suena bien en cualquier versión, si bien el toque jazzístico no puede faltar incluso en las grabaciones del virtuoso italiano.
Siguiendo o tirando de ese fino hilo conductor en el tiempo dábamos un paso más clásico y puro en la música occidental, con ecos del gran Beethoven que se mastican en esta sinfonía vienesa casi "de libro" pero con hechuras mozartianas (el Allegretto) y ese aire de lied que se respira en toda la obra de Schubert y en cierto modo del programa escuchado: un culto a la melodía independientemente sea vocal o instrumental. Con la orquesta al completo (16-4-4-2 y viento a 2 más timbales) se consigiuó una lectura mucho más allá de lo académico y con esa unidad lograda en todo el concierto. El Adagio maestoso realmente una obertura llevada hasta el Allegro con brio, sonando como tal. Un Allegretto juguetón que hubiese firmado el mismo Mozart como apuntaba anteriormente, y con un clarinete llevando el protagonismo (que alcanzará el cénit precisamente en el concierto a él dedicado). El Menuetto no sólo mantiene el ritmo sino un excelente nivel en la madera italiana (oboe y fagot) con rememoranzas "al sordo", hasta ese Presto vivace finale que rizando el rizo parece hacer un guiño al Rossini de 1815, y pide a la cuerda un último esfuerzo para mantener perfecto el empaste con el viento.
Mas como cerrando un círculo mágico, otra Obertura de Mozart (Las Bodas de Fígaro) pero de propina, donde si el menú elegido estuvo bien, los postres resultaron exquisiteces no previstas y bien servidas por un conjunto salido de un seismo y con cuya música no sólo consuela a las víctimas sino que ayuda a la reconstrucción y vuelta a la normalidad de los pueblos afectados (como indica en el inicio de las notas al programa).