Sumisión
Comprenderéis que, para mí y para un blog como este, la publicación de una novela de Michel Houellebecq constituya un acontecimiento de primer orden, jerga completamente estereotipada pero que describe de forma sublime la sensación. Más todavía, si, como es el caso, la novela irrumpe de forma estrepitosa en la vida de la adormecida sociedad occidental que Houellebecq siempre ha disfrutado tanto perturbando, desde su primera novela, y que con Sumisión sacude con fervor. Quede claro que en mi reseña de anteayer en UnLibroAlDía ya abordé con sumo placer muchas de las cuestiones que la novela plantea, pero que, visto como sus efectos perduran, he entrado en una pequeña espiral de interés por comprobar cuán dispares son las opiniones que suscita, incluso me he planteado volver a leerla, pero leer dos veces una novela en el curso de cinco días es una exageración y, posiblemente, una distorsión del sentido común. Así que, tanto remarcando mis sensaciones ya publicadas, como apoyándome en algunas opiniones posteriores, creo que estas líneas pueden aportar algo. De hecho, me gustaría haberme extendido como hacen muchos, pero llega un punto en el que uno pierde el mundo de vista.