Curioso: el libro en el que ando (pero las doscientas páginas que me quedan para acabarlo no van a cambiar mi opinión: es una puta obra maestra), es otra biografía. No autobiografía. Sólo nos hubiera faltado que J.D. Salinger hubiera decidido volcar su propia vida sobre el papel, Aunque muchos pensarán que ya lo hizo a través de sus obras. Pero no; este pasa de 700 páginas y está escrito de un curioso modo. Salinger es una expedición coral en cientos de testimonios. Otra manera no había. Desde que se recluyó en Cornish, Salinger se convirtió en el anacoreta, ermitaño, tío raro por excelencia. Se convirtió en un tipo acaparado por la malsana costumbre de volcarse en escribir, en una persona obsesionada por eliminar los intermediarios entre la realidad y su forma de reflejarla a través del papel. Salinger, montada o escrita o estructurada por David Shields y Shane Salerno (autor este de un documental previo con la misma temática que habría que ir viendo), es un exhaustivo reportaje escrito sobre todo el recorrido vital. Uno pensaría que es solo la historia de la vida de un pirado que escribe una obra maestra y se recluye a vivir de rentas y a esperar que los astros le iluminen lo suficiente para repetirla. Pero no: una tras otra, toda la historia de su vida resulta un fascinante descubrimiento, un bloque de información tan variado y tan valioso que lo justifica todo. Claro que habrá muchos escritores cuya vida diste de ser fascinante. Seamos sinceros: el 95 por ciento de los escritores que logran vivir de su obra tienen una vida consistente en encerrarse en el despacho a crear, salir de vez en cuando para apoyar la maquinaria promocional que el presupuesto de su editorial pueda pagar, y, como mucho, viajar o desplazarse si sus proyectos literarios lo permiten o lo justifican. Pero Salinger hizo, sobre todo cuando era un joven alto y de aspecto elegante pero algo despistado, otras muchas cosas. Tonterías, sabéis. Desembarcar en Normandía y ver a muchos compañeros morir en combate. Luchar contra los nazis en las Ardenas. Acceder a los campos de concentración una vez los SS habían huido dejando los mínimos testimonios de su barbarie. Dejar, o aceptar, o constatar, que una figura global como Charlie Chaplin le levantara a una novia. Arrastrar toda su vida una insana pero casi entrañable filia por las jovencitas. Escribir ese libro, Esquivar a los medios, coleccionar rechazos, abominar de la industria. Sí. Está todo un poco desordenado. Inspirar de manera involuntaria a asesinos que hicieron interpretaciones muy libres de la angustia adolescente de Holden Caufield. Crear a esa familia Glass, una descabellada combinación de seres que me resulta tan proyectada en el inabarcable mundo de La broma infinita de DFW. Salinger hizo muchas cosas sin hacer nada más que huir de una fama y relevancia tan deseada como rechazada una vez dispuso de ella. Ahora puede parecernos un zumbado que se refugió en el hinduismo y se dedicó a asustar a los curiosos que se aventuraban por su propiedad. Pero es esencial como referencia y está inigualado como perfil del artista atormentado. Muchos podrían decir que Pynchon solo hace que seguir su estela. Leer su biografía, incluso en el improbable caso de no haber leído una sola palabra de su obra (encima el libro es generoso en la publicación de extractos) es más gratificante, entretenido, y fascinante que la gran mayoría de la ficción que se está publicando últimamente. Un trabajo de orfebrería, un mérito descomunal el de dibujar los contornos del artista a través de las pinceladas de quienes le conocieron directamente o a través de terceros. Un libro que te obsesionas en seguir leyendo. Nombradme cinco iguales. Va.
Curioso: el libro en el que ando (pero las doscientas páginas que me quedan para acabarlo no van a cambiar mi opinión: es una puta obra maestra), es otra biografía. No autobiografía. Sólo nos hubiera faltado que J.D. Salinger hubiera decidido volcar su propia vida sobre el papel, Aunque muchos pensarán que ya lo hizo a través de sus obras. Pero no; este pasa de 700 páginas y está escrito de un curioso modo. Salinger es una expedición coral en cientos de testimonios. Otra manera no había. Desde que se recluyó en Cornish, Salinger se convirtió en el anacoreta, ermitaño, tío raro por excelencia. Se convirtió en un tipo acaparado por la malsana costumbre de volcarse en escribir, en una persona obsesionada por eliminar los intermediarios entre la realidad y su forma de reflejarla a través del papel. Salinger, montada o escrita o estructurada por David Shields y Shane Salerno (autor este de un documental previo con la misma temática que habría que ir viendo), es un exhaustivo reportaje escrito sobre todo el recorrido vital. Uno pensaría que es solo la historia de la vida de un pirado que escribe una obra maestra y se recluye a vivir de rentas y a esperar que los astros le iluminen lo suficiente para repetirla. Pero no: una tras otra, toda la historia de su vida resulta un fascinante descubrimiento, un bloque de información tan variado y tan valioso que lo justifica todo. Claro que habrá muchos escritores cuya vida diste de ser fascinante. Seamos sinceros: el 95 por ciento de los escritores que logran vivir de su obra tienen una vida consistente en encerrarse en el despacho a crear, salir de vez en cuando para apoyar la maquinaria promocional que el presupuesto de su editorial pueda pagar, y, como mucho, viajar o desplazarse si sus proyectos literarios lo permiten o lo justifican. Pero Salinger hizo, sobre todo cuando era un joven alto y de aspecto elegante pero algo despistado, otras muchas cosas. Tonterías, sabéis. Desembarcar en Normandía y ver a muchos compañeros morir en combate. Luchar contra los nazis en las Ardenas. Acceder a los campos de concentración una vez los SS habían huido dejando los mínimos testimonios de su barbarie. Dejar, o aceptar, o constatar, que una figura global como Charlie Chaplin le levantara a una novia. Arrastrar toda su vida una insana pero casi entrañable filia por las jovencitas. Escribir ese libro, Esquivar a los medios, coleccionar rechazos, abominar de la industria. Sí. Está todo un poco desordenado. Inspirar de manera involuntaria a asesinos que hicieron interpretaciones muy libres de la angustia adolescente de Holden Caufield. Crear a esa familia Glass, una descabellada combinación de seres que me resulta tan proyectada en el inabarcable mundo de La broma infinita de DFW. Salinger hizo muchas cosas sin hacer nada más que huir de una fama y relevancia tan deseada como rechazada una vez dispuso de ella. Ahora puede parecernos un zumbado que se refugió en el hinduismo y se dedicó a asustar a los curiosos que se aventuraban por su propiedad. Pero es esencial como referencia y está inigualado como perfil del artista atormentado. Muchos podrían decir que Pynchon solo hace que seguir su estela. Leer su biografía, incluso en el improbable caso de no haber leído una sola palabra de su obra (encima el libro es generoso en la publicación de extractos) es más gratificante, entretenido, y fascinante que la gran mayoría de la ficción que se está publicando últimamente. Un trabajo de orfebrería, un mérito descomunal el de dibujar los contornos del artista a través de las pinceladas de quienes le conocieron directamente o a través de terceros. Un libro que te obsesionas en seguir leyendo. Nombradme cinco iguales. Va.