Y15w45: la coartada

Por Francescbon @francescbon
Llamadme Francesc. Leo mucho desde hace menos de una década. Leo como consecuencia de un efecto dominó, el que me produjo la lectura de una reseña, en una revista musical, de 2666 de Roberto Bolaño. Me impactó su frase final: si la literatura es placer, 2666 es el éxtasis total. Muchos pueden describir los momentos claves de su vida. (Esta semana, por ejemplo, mi hija Mònica ha cumplido 18 años. Ya puede votar y pedir cerveza). Pero ni siquiera recuerdo quién firmaba esa reseña. Lo he mirado, y se llama Silvia Pons. Seguramente es catalana, casi seguro pues la revista en que leí su reseña tiene su redacción en Barcelona, que aquí somos mucho de cultura aunque luego la cultura que produzcamos deje algo que desear, seguramente producto de la excesiva obsesión por filtrar lo que nos gusta y lo que nos inspira, circunstancia que produce un efecto de bloqueo sobre lo que creamos. Me van a decir de mí, que me pringo y me contagio del estilo de cualquier escritor que haya leído recientemente. Bueno, al menos lo reconozco. De hecho, ahora me ando por las ramas muy a lo DFW. He dejado unas veinte líneas más arriba una línea argumental para este, otro de mis fallidos post de regreso por todo lo alto, y si no me fijara en la imagen ahí se quedaría. Regreso a ella. Serán más de un millar los libros que han caído. Me avergüenza no recordar algunos de ellos. Puede que bastantes. Puede achacarse, en un análisis parecido al de ciertos partidos de fútbol hecho por comentaristas con pocos recursos, a uno de dos factores. El escritor no tenía un buen día o el lector no tenía un buen día. Aunque prefiero el concepto de compañerismo, en estos tiempos de buen rollito, me gusta este otro: escritor y lector enfrentados entre sí, como pretendiendo imponerse en una lucha. Esa es una buena imagen para la batalla inicial. El escritor es simplemente un nombre que puede o no decirte nada, al que acompañan sensaciones adicionales, como saber su nacionalidad, su edad, su ideología, las opiniones que en otros ha suscitado la obra que te planteas, o el total de su producción. Solamente cuando empiezas a considerarte como inmerso en la lectura empiezas a introducir matices e información adicional. Entonces tras esos datos puede surgir un tipo por el que empiezas a sentir cierta curiosidad. Como acérrimo de la literatura contemporánea, ese ejercicio se manifiesta hoy como fácil y seguro. Sencillo como conseguir que escritores ávidos de promoción y feedback de sus lectores tengan cuentas en Facebook, Twitter o Instagram donde muestren detalles de sus vidas También los hay que viven al margen, lo cual me parece muy respetable, incluso algunos días sumamente aconsejable. En todo caso, yo no quería acabar hablando de esto.
Llevo una cierta temporada enormemente saturado de lecturas pendientes. El orden es importante, también la temática y, cuestión chocante, la extensión de un libro. No creáis que no me arredran esos que sobrepasan las 600 páginas. Pero he analizado un poco mi comportamiento. Sobre todo el de las últimas semanas, en que debo reconocer que muy pocos libros llegan a desagradarme. He analizado también la condición que comparten mis escritores favoritos, un quinteto inamovible al que podría añadir una decena algo más variante. Y llega el momento de la confesión casi sonrojante, porque mi conclusión es que estoy tendiendo a concentrarme en obras de ficción o de ensayo, pero estas deben tener una cierta coartada intelectual. No creáis que no estoy disfrutando de obras brillantes en la forma, pero me doy cuenta (Zweig podría ser un ejemplo) de que no siempre quedo con ganas de repetir. Echadle la culpa al tiempo, ese incansable hijo de puta que escasea pero no para de pasar con rapidez, pero empiezo a valorar y a elegir entre las decenas de libros en función de eso. Me temo que sea un proceso irreversible y que ello relegue definitivamente al ostracismo a la poesía, que ya no ha sido nunca un plato de mi gusto, y no creo que haya que extenderse demasiado en explicaciones, porque la frasecita no tiene  desperdicio. Pero la cuestión básica es que voy a empezar a evitar esas lecturas agradables pero ligeritas, esas historietas con bichitos que toman vida y aspectos fantasiosos que no aportan nada a aquello que está en mi entorno más cercano. No puedo permitirme dedicar mi atención a esas cosas. No tienen sustancia. Aún me queda tiempo para leer bastantes centenares de libros, sí, pero procuraré alejarme de todo aquello que no me aporte nada. No ha sido una decisión difícil, sí meditada, porque apartar la ligereza de la vida no deja de ser dar la espalda a muchísimas cosas, incluyendo la práctica totalidad de la cultura mainstream.