Escribo poco, ya lo sé. Cuesta encontrar temas últimamente, o cuesta que estos se fijen con suficiente persistencia, con lo que se desvanecen, y el acicate que supone escribir queda neutralizado cuando los dedos quedan en suspenso sobre el teclado, sin nada que decir, porque tan mala es la idea que no surge como aquella que avasalla a la que tiene delante.Tras estos dedos hay un hombre ya maduro con una vida demasiado convencional, una especie de Peter Pan cultural con un descomunal ego para seguir los dictados de la intuición, declaración algo tramposa cuando una de mis actividades fundamentales estos días es escarbar listas de elecciones de lo mejor del año y compendiarlas y aplicarles factores de corrección hasta que el resultado resulta suficientemente tolerable para mi autocomplacencia. Libros del año y discos del año están en mis listas de deseos, en la carpeta de descargas, algunos en mis estantes (algunas editoriales son muy amables: Anagrama sigue sin serlo) y otros simplemente en un rincón del éter, esperando que los descubra y me eche las manos a la cabeza por no haberlo hecho antes,Mientras, pasan cosas, o no pasan las que deberían. La mayoría independentista surgida de las elecciones del 27S pierde una sábana en cada colada. Las elecciones nacionales del próximo domingo me pillan digiriendo esa situación: quiero votar por la opción que más contraríe al estado español y a sus devaneos imperialistas. Quiero joder al aparato centralista y he de reconocer que de alguna libertad dispondré cuando puedo proclamarlo y, en un principio, no temer represalia alguna. Hay que reconocer que no muy lejos de aquí, al norte y al sur, ciertas cosas no son iguales, pero no voy a dar las gracias por algo que debería ser natural. Expreso mi opinión y la tamizo a mi antojo. Hoy digo más palabras soeces y mañana me modero. La visceralidad también tiene su potenciómetro. Pero me comparo con otros, y me doy cuenta de que algunos no pueden hacer lo mismo y, lo que es peor, ya ni podrán. Recibo una recriminación a través de la red, parece que alguien me alinea con una teórica pro-occidentalidad por el mero hecho de creer lo que leo en el Diario Ruso de Anna Politkovskaya, periodista asesinada cuando sus investigaciones empezaban a ser molestas, pero como quien se encarga de acabar con ella es algún sicario a sueldo de Putin, Putin es el líder de Rusia, era de la KGB y entonces debe ser comunista o algo comunista (además, debe añorar sus tiempos de militar, porque aún anda con la mano pegada al lado derecho, como para ganar unas décimas de segundo al agarrar el arma), pues en nuestro mundo de extremos opuestos y enemigos de mis enemigos que son mis amigos, pues yo soy ya anticomunista, prooccidental, especulador inmobiliario, y votante de alguna ya desleída o futuramente desleída opción moderada.
Mirad, las cosas no son así, aunque no sé como son. Hay muchas cosas y hay muchos sitios donde mirar. El que un día es un entrañable joven que se sienta en un bar con una guitarra para compartir gratis su talento con la gente pasa al día siguiente a ser un palizas que desafina y no deja conciliar el sueño por el mero hecho de elegir entre su repertorio una canción cualquiera de un bicho como Fran Perea. Todo se relativiza y relativizarlo todo se relativiza. Nos quejamos de este excesivo calor de mediados de diciembre, de que no llueve en Barcelona, y luego decimos que qué gusto poder sentarse en una terraza a la intemperie a las diez de la noche sin exponerse a pillar un resfriado. Tengo muchos libros leídos que por aquí ni se han asomado, demasiado poca música porque concentrarse en lo nuevo cuesta y requiere una mise en scéne previa, tengo cierta incomodidad ante dos cosas inconexas: el proyecto Orsai, al que ni la sacudida oportunista del infarto de Casciari parece revivir, y los resultados estatales, porque me temo que cualquier resultado va a ser una decepción, y lo único que últimamente me excita es ver al tipo este, tan genial e inmodesto que solo puedo considerarlo un alma gemela.