Sucedió hace unas semanas, un domingo por la noche: uno de esos momentos terroríficos en la semana de los empleados por cuenta ajena. Sigo por FB a una correctora de estilo y traductora de textos. Una persona educada y amable que también comenta libros por la red, con cierta tendencia hacia algunas lecturas que yo considero algo demasiado sensibles. Alguien que emplea su página web, también, como plataforma de contacto para su ámbito profesional. No, claro, un individuo cercano al enajenamiento a base de insistir con unos gustos en detrimento de otros. Había recibido un correo de una niña de once años que había leído los tres tomos de las Sombras de Grey, que consideraba eso un bagaje lector, y que se veía dotada para la escritura y que solicitaba consejo y ayuda para escribir un libro. El comentario en el perfil de FB era sorprendido, pero, en último extremo, positivo. Ya sabemos. A esas edades leer lo que sea ya está bien. Que faltan vocaciones, que haber elegido mal no era para ser tenido en cuenta, que había que ayudarla. Que qué tierna la niñita, qué desorientada y equivocada, pero qué tesón y qué convicción y que qué cuesta ser amable, que quién siembra cosecha y las cosas que crecen torcidas pueden enmendarse.
Me eché encima. En el mal sentido. Insistí en que había que ignorar una petición de esa calaña. Persistí. Que ya era un caso perdido. Puse ejemplos. Aún me guardé cosas, pues no quiero ser tildado de intransigente. De hecho, después de (hace mucho tiempo) haber escrito todo un post para hablar de mi repugnancia por el concepto de tolerancia mi comportamiento merece ese calificativo: intolerante. También dominante, descortés, prepotente. Y me encantaba sentirme así y encarnar esas dudosas virtudes.¿Por qué he de ser así? Quede claro que el perfil de quien arranca con un blog sobre cuestiones, erm, culturales, se expone a la polémica, a la disensión, al intercambio de opiniones que cada uno defiende con la pasión que cree conveniente. Mi caso es paradigmático. No son pocas las veces que he dedicado líneas a destrozar lo que no me gusta. Pero esa niña no debía ser el objeto de mis diatribas. Quizás los padres que habían sido poco eficaces en alejar a una persona de esa edad de esas lecturas tan poco adecuadas, tan capaces de confundir sobre las relaciones entre las personas, sí, quizás ellos deberían haber sido las víctimas de mi reacción airada. La cuestión de los gustos ya ha sido tratada aquí, y la visceralidad ha sido mi estandarte. Al enemigo ni agua. Pero ocurren cosas. Ocurren cosas relacionadas con la madurez o con las fuerzas de que uno dispone. Esas cosas pueden hacer que uno trague algún sapo, cosa que espero que veáis que es muy distinta a moderarse. Uno puede comprender que Justin Bieber acepte consejos sabios para reorientar su carrera. Que uno de esos consejos se manifieste en un sonido aceptable (metálico, percusivo) presente en el segundo 32 de su canción Sorry, y otro se manifieste en elegir que su imagen no aparezca en el vídeo de esa canción. Un momento: no estoy defendiendo al tipo. Estoy empatizando con sus decisiones para huir del encasillamiento e intentar algo fugazmente diferente. También comprendo a Lady Gaga cuando elige protagonizar 7 minutos en el escenario homenajeando a David Bowie, aunque elija canciones obvias y no comprenda qué inapropiado es algún movimiento y alguna nota. Esto me hace humano, supongo. He de apelar a alguna coartada, pues escribo peor porque escribo poco y viceversa. Eso del círculo vicioso. He leído el exuberante párrafo inicial en el homenaje a Orsai y he renunciado a enviar un texto mío. Confuso, asimétrico, estridente, desordenado.En todo caso, conservo suficiente fuerza para mantener incólumes ciertas posiciones. Mis dioses musicales se llaman Bob Marley, David Sylvian, Andrew Weatherall, Antonio Carlos Jobim, Marc Almond, Scott Walker y Alison Goldfrapp. Los literarios Roberto Bolaño, Jonathan Franzen, Ryszard Kapuscinski, David Foster Wallace y Michel Houellebecq. No creo que haya que incentivar a seguir escribiendo a alguien que considera libros como los de Grey como ejemplos a seguir, como senderos trazados por los que pasearse. y ahí va la explicación que debería haber dado, pero que no hice porque me dio reparo adueñarme de un diálogo en un comentario, me dio algo parecido a la vergüenza parecer que espero a la mínima oportunidad para destapar el tarro de las esencias. No era el lugar, seguramente, para decir que el mundo ya está bastante lleno de aspirantes a buenos escritores como para permitir progresar a un aspirante a mal escritor. Ya aborté una intentona, con comentarios respetuosos pero tenaces, justificados y tan certeros que cumplieron su función: ahora esa blogger se dedica a los trapitos y a los consejos de maquillaje. El mundo es, hoy, un lugar justo y luminoso.