Ya era hora

Publicado el 31 octubre 2011 por Josep2010



Me da la sensación que hasta que se acabe este año en los cenáculos, tertulias y reuniones de amigos habrá una feliz división de opiniones que, por una vez y sin que sirva de consuelo no versará sobre la aburrida liga profesional de fútbol porque las alineaciones situarán a los auto denominados tintinófilos (que como todos saben viene del griego: amantes de Tintín) en dos bandos irreconciliables, dejando a los pobres ignorantes e incapaces de ser tintinófilos en sus propias cuitas concertadas en los distintos pareceres que vislumbro serán formulados a raíz de la asistencia a la exhibición de la última película que ha dirigido Steven Spielberg.
Yo no me atrevería a calificarme como tintinófilo si es que el adjetivo se aplica únicamente a quienes podrían mostrarse particularmente brillantes en un concurso basado en los miles de vericuetos que la hermosísima obra de Georges Remi, alias Hergé, muestra en los escasos casi veinticinco álbumes dedicados a contar las aventuras de Tintín, su mascota Milú y su inseparable compañero el Capitán Haddock, pero sí puedo asegurar que cuento por centenares las horas pasadas leyendo y releyendo y disfrutando de los detalles tanto del dibujo como de los sucesos relatados, al punto que como escuché un día en la radio, yo también llegué y pisé la Luna antes que Armstrong, pues lo hice en compañía de los tres héroes citados, en mi infancia de lector voraz de Tintín y sus muy divertidos y siempre peculiares adláteres.
Este fin de semana he asistido al multi estreno que incluso se avanza a la puesta en pantalla en los U.S.A. de Las aventuras de Tintin - El secreto del Unicornio y la verdad es que ha resultado ser una excepción a la tónica general de los estrenos coincidentes que suelen ser nefastos en mi opinión.
En la sesión del sábado tarde de "mi cine" la edad promedio de los asistentes superaba holgadamente la cuarentena y casi todos, excepto un treintañero pelmazo que le daba lecciones equivocadas a su retoño, nos quedamos boquiabiertos y ojipláticos con unos títulos de crédito que ya me gustaría poder ofrecer en la mini sección de este bloc y lo primero que pensé es que, esta vez, Spielberg iba en serio.
Muy en serio. Luego, leyendo en la ficha y aun con la prudencia necesaria ante la maestría en mercadotecnia de Steven, no hay porqué dudar que, efectivamente, el ojo clínico de Spielberg estuviera fijo desde hace años en el filón de Tintín, traducido a prácticamente todos los idiomas del mundo desde hace bastantes años como para imaginar la suma de espectadores que ello significa.
Por suerte el cariño en esta ocasión ha superado al ánimo mercantilista sin que éste haya desaparecido permaneciendo en su lícito lugar que es el de ganarse un beneficio con un trabajo bien hecho.
Porque lo que no se puede negar de esta película es que se ha realizado a conciencia y cuidando los detalles al máximo:
El guión parte de una adaptación de Steven Moffat que se basa en más de un álbum de Tintín modificando en parte las historietas originales pero manteniendo las características de los personajes, prototipos insertos en la cultura popular: el joven intrépido y sagaz, la mascota fiel y valiente, el amigo bronco afín hasta la muerte, los policías atontados y el malvado pérfido e inteligente que eleva con la porfía de su empeño atroz el valor de la aventura emprendida.
La conjunción de saberes entre Spielberg y Peter Jackson consigue que gracias a los trucos del segundo el primero desarrolle su innegable pericia cinematográfica y construya una película que es una muestra de enormes y complejos efectos al servicio de una idea y una forma de entender la narrativa visual dotada de fuerza y carácter: según parece, el modelado y remodelado de la película representó por lo menos año y medio, pero Spielberg hizo el "rodaje" en apenas un mes: seguro que un verdadero "making-off" resultaría interesantísimo de ver.
A pesar del enorme despliegue técnico lo que importa, como siempre, es lo que vemos en pantalla: por suerte, después de los brillantes títulos de crédito iniciales el espectador, aún el más circunspecto, constata que esta vez sí que Spielberg se lo ha tomado muy en serio y ha dispuesto toda la panoplia de sus ardides cinematográficas más solventes para contar con mucho respeto una aventura de unos personajes que son conocidos y que, además, casi todos sabemos como va a acabar.
El acierto de afrontar esa traslación a la pantalla de cine del magnífico tebeo de Hergé mediante la novísima técnica que usa actores reales para recrear personajes modelados digitalmente al principio choca por la costumbre de ver los personajes dibujados representados por intérpretes de carne y hueso: los rostros carecen de la expresión humana, por mucho que se quiera asegurar lo contrario: pero ese defecto, esa desventaja, esa contrariedad, se torna en ventaja porque, de hecho, lo que se está representando es la idea que cada lector se ha hecho en su mente del personaje y lo que vemos en pantalla sigue siendo irreal: por eso hay una evidente falta de proporciones físicas, como si Spielberg y Jackson hubieran abandonado la posibilidad de conseguir una ergonomía más realista: bien pensado, me resulta evidente que hay una clarísima intención de remarcar el aspecto de dibujo en esa falta de proporción, ni que sea como apoyo lógico a los extraordinarios movimientos que los personajes realizan, muy en la línea humorística de su creador, todo hay que decirlo, porque en el guión -y no me refiero únicamente a los diálogos- es extraordinaria la fidelidad a Hergé.
La forma de narrar de Spielberg reaparece después de varios fiascos y del mismo modo que lamenté las pifias de la última aventura de Indy, en este caso me congratulo en asegurar que sigue teniendo el pulso firme y que filma las persecuciones con tanta o más fuerza que antes y que desde luego los movimientos de cámara, sean digitales o digitalizados, siguen siendo marca de la casa: enlaza las secuencias una con otra avanzando a toda velocidad con aceleración constante; muestra con garra evocadoras imágenes del pasado remoto, batallas de piratas increíbles contadas al ritmo de la ebriedad del cuentista y nos deja sin aliento; rueda manteniendo el plano en persecuciones vertiginosas sin tembleques, mostrándolo todo sin marear y usa picados de cámara y travellings que contraen el ánimo y las pupilas y siempre hay un roto de humor que no corta pero ayuda a tomar aliento y seguir: adrenalina a tope: más, más, más.
Una verdadera montaña rusa repleta de emoción visual: un juguete fantástico: no hay fondo, pero la forma es espléndida y pletórica de lógica. Por fin un entretenimiento que no es tonto, ni ñoño ni moralista.
A Hergé le hubiera gustado. Y más al verse en la primera secuencia...
No puedo detenerme a considerar las interpretaciones porque sigo opinando que esos rostros artificiales, aun siendo óptimos para el presente empeño, carecen de alma y por tanto no pueden transmitir sentimientos; y las voces del doblaje al castellano, siendo casi todas correctas, me valen casi más que las originales, pues abomino de escuchar llamar "Snowy" a Milú: en este caso me sale la vena tintiniana y proclamo que, de no ser en lengua entendible (o sea: catalán o castellano) preferiría escucharlo en su francés nativo.
Hay un par de escenas que se alargan demasiado y que precisamente no están en el original, pero la verdad es que el metraje está milimétricamente medido y seguramente mis tijeras cortarían -por cortar algo- donde a otros jamás se les ocurriría: hora y tres cuartos de narración tersa y tensa que logran atrapar el ánimo del espectador y divertirle con la representación de una aventura conocida realizada con mucha dedicación y cariño a Tintín.
Ya era hora.
Tráiler
p.d.: Esta es la sexagentésima entrada de este bloc. Si no fuera por los lectores y más por quienes dejan su amable huella, no hubiera llegado tan lejos. Dedicada pues, queda, a todos, como ínfima muestra de gratitud.